venres, 31 de decembro de 2021

La pureza del silencio

 

[Foguetes verdes]

Acaba un año repleto de tensiones, dudas y miedos, pero sobre todo de un estremecedor ruido desde el cual es imposible que nuestra sociedad logre cualquier tipo de progreso


VIVIMOS en el ruido. Somos parte de un sonajero que cada vez parece agitarse más y más fuerte. Medios de comunicación, políticos, redes sociales o los más diversos y asfixiantes soportes tecnológicos llenan nuestras vidas de un trueno permanente que nos aleja de nosotros mismos, de la posibilidad de pensar y reflexionar sobre qué tipo de sociedad estamos armando y cual es nuestro papel dentro de ella.

Ese ruido que disuelve las palabras como un azucarillo en el café es cada vez más insoportable. Cada vez nos vuelve más necios y nos ahoga en un futuro cada vez más negro y desesperanzador. Pienso, cada año que pasa, de manera más firme, en el valor de las palabras como nuestro último asidero a una realidad que se me antoja más irreal, en buena parte debido a ese ruido perpetuo, a la capacidad de unos y otros por pervertir el poder de las palabras y convertir el jaleo, el engaño y la mentira en un soniquete permanente que nos aturde como el talismán de un hipnotizador.

El escultor Jaume Plensa situó este año una de sus prodigiosas cabezas frente a la urbe de Nueva Jersey, en una zona marítima bordeando con Nueva York. La cabeza de esa mujer hace el ademán de colocar uno de sus dedos en los labios reclamando silencio al gran monstruo, a esa civilización de cristal y acero que somete a la naturaleza a su presuntuoso y discutible progreso. Una cabeza de mujer que reclama recuperar la pureza de un silencio que nos vuelva hacia nosotros mismos, que propicie que dediquemos un tiempo a entendernos y a los que nos rodean.

También el escritor gijonés Ricardo Menéndez Salmón ha abordado la necesidad de lograr un mayor silencio en nuestra sociedad en su reciente novela ‘Horda’, editada por Seix Barral, y en la que un relato distópico nos sitúa en una sociedad en la que las palabras han perdido su significado, siendo los niños sus dominadores desde un poder que anula cualquier manifestación verbal o escrita. Y en las últimas semanas si se habla del estreno de una película, iba a decir en una sala de cine, pero este tiempo miserable hasta eso, la magia del cine, se la está cargando con el dominio de las plataformas televisivas, es de ‘No mires arriba’, donde el apocalipsis que unos científicos anuncian por el impacto de un cometa contra la tierra genera toda una sucesión de delirantes situaciones que definen de la mejor manera que he visto en los últimos tiempos este tipo de negacionismos, especulaciones informativas y políticos incansables en su misión, que no es la que debería, esto es, la de la generar el mejor estado para los ciudadanos a los que se deben, sino que su meta es la de someter toda su acción a las siglas e intereses de sus partidos.

Tres propuestas desde la cultura para, no tanto descifrar nuestro entorno, y sí intentar sacarnos del trance en el que tantos nos han metido. Sacudirnos de toda esta estupidez que nos vuelve autómatas en manos de los que usan la palabrería en vez de la palabra, los que mienten para crear una falsa verdad con la que argumentar sus proclamas, los que asumen una realidad que nada tiene que ver con el beneficio del conjunto de la población, los que solo tienen en su programa el enfrentamiento, la tensión y la degradación del contrario, los que son incapaces de arrimar el hombro por el bien común, los que se entristecen ante las buenas noticias que ven como una afrenta a sus pueriles ideales.

Ojalá el 2022 llegue con más silencio bajo el brazo. Ojalá cese el ruido y la furia. ¡Feliz año!

 

Publicado en Diario de Pontevedra 31/12/2021 

venres, 24 de decembro de 2021

Mulleres nas silveiras

 

[Foguetes verdes]

Rosario Álvarez e Menchu Lamas acadaron o Premio Otero Pedrayo polos seus méritos profesionais, pero tamén por converter o seu facer nunha apertura de camiños aínda a valorar


O PASADO sábado, no acto de entrega do Premio Otero Pedrayo, Fina Casalderrey fixo a loa dos méritos acadados por Rosario Álvarez para merecer dito premio, xunto coa outra gañadora, Menchu Lamas. Como acontece cando Fina Casalderrey, a nosa Premio Nacional de Literatura Infantil e Xuvenil, fala, o mundo cala, e iso hoxe só o acadan as persoas que son quen de acariñar coas palabras.

O silencio que envolveu as súas verbas, convertidas nas mesmas folerpas de neve que caeron aquel día máxico dunha infancia pontevedresa compartida, e das que aquí falou ao recuperar aquel algodón da nenez, fixo que o público estivera ben atento a unhas palabras que ían máis alá de gabar a unha premiada con méritos de sobra para acadalo, senón que tamén serviu para poñer voz a esa demanda felizmente axitada nos últimos tempos sobre a necesidade das mulleres en poñer de relevo o esquecemento que sufriron ao longo do tempo para facerse valer, para visibilizar o seu traballo e a súa posición nun mundo que sempre será menos mundo se despreza o feito pola metade da súa poboación.

Fina Casalderrey dixo que sempre viu a Rosario Álvarez como a muller que ía apartando as silveiras para que moitas outras pasaran por ese camiño con menos espiñas, evitando así deixar sinais na pel das que tantas veces se danan, non só no exterior, senón tamén no interior da persoa. O currículum de Rosario Álvarez, primeira muller presidenta do Consello da Cultura Galega, lingüísta e mestra, sobre todo mestra, regouse dende ben nova coa auga fresca da fonte dos Tornos, a carón da que medrou acubillada na nosa tradición local de lendas, soños e palabras que converteron o seu futuro nunha permanente defensa da nosa lingua e, ao tempo, dunha cidade que ten nela un dos seus grandes motivos persoais dos que gabarse, o que materializou coa concesión en 2020 do Premio Cidade de Pontevedra.

Tamén tivo que apartar moitas silveiras Menchu Lamas, única muller no colectivo Atlántica que nos anos oitenta mudou a visión da arte de Galicia, no seu interior e de cara ao exterior, e que dende entón plantexa unha obra que dende o simbólico e a cor foi quen de construír iso tan complexo para calquera artista como é un universo propio. Outra muller, Rosario Sarmiento, toda unha abandeirada no eido do pensamento artístico de Galicia, alabou e confirmou a súa traxectoria e personalidade, como merecente duns premios que poucas veces redimensionaron o feminino como nesta ocasión. Xa van catro as mulleres que se moven entre estas verbas, catro persoas que son auténticas referencias nos seus ámbitos de traballo, e todo iso nunha Deputación presidida tamén por unha muller, Carmela Silva, a primeira muller en ocupar a presidencia dunha Deputación en Galicia.

O sábado, no salón de plenos da Deputación de Pontevedra, visibilizouse todo un universo feminino de primeiras ocasións, de chegar ao lugar que sempre ocuparon os homes, como se non houbese espazo para ninguén máis. Mulleres que rachan teitos de cristal ou, volvendo a Fina Casalderrey, mulleres que apartan as silvas para que as seguintes mulleres non se manquen. Mulleres como Bibiana Candia, a autora dun dos libros deste ano (non o perdan por favor!) titulado ‘Azucre’, que esta semana gañou o Premio Julio Camba de xornalismo ou Míriam Ferradáns, a poeta de Bon, que tamén vén de acadar o Premio Francisco Fernández del Riego de xornalismo en lingua galega. Mulleres galegas que non deixan de amosar un novo tempo, un tempo con menos espiñas.

 

 

Publicado no Diario de Pontevedra 24/12/2021


luns, 20 de decembro de 2021

Dejar de ser

 

[Ramonismo 94]

El paso del tiempo hace de ‘Un mentido color’, el nuevo libro de poemas de Felipe Benítez Reyes, un reloj de la palabra



¿CÓMO se escribe el tiempo? se pregunta Felipe Benítez Reyes (Rota, 1960) en el primero de los poemas que hacen de ‘Un mentido color’ un emocionante y perturbador itinerario por el paso de la vida, por el circular de los años y por ese dejar de ser, al que se refiere en el poeta en uno de sus textos. Es la evidencia del desgaste que todos sufrimos y que cuando la balanza comienza a inclinarse hacia el lado de la línea de meta nos permite una observación más nítida, más sincera y también más íntima de lo que sucede cuando se adivina que aquellas olas de la infancia de una playa de Rota, vuelven a mojar los pies de quien sigue mirando hacia el horizonte con la determinación que nos muestran sus palabras a lo largo de un conjunto de poemas que, como un diapasón, mide los ritmos y las voces de la existencia.

Un maravilloso verde abisal cubre la portada de este nuevo número de la Colección Palabra de Honor del sello Visor de poesía, en una suerte de descenso a una dimensión que hace de ese color razón o causa, como nos explica su autor siguiendo a Sebastián de Covarrubias. Una razón que es quizás la más intensa de nuestra vida, el tiempo que somos o el tiempo que nos queda, si nos refugiamos en la Argónida de Caballero Bonald, a quien junto a Ángel González o Pepe Brines, se dedica este conjunto de poemas donde hay también mucho de ausencia, de cuchilladas que la vida nos infringe en cuanto a la pérdida de los que queremos y admiramos. Junto a ellos sabemos que este libro también se dedica a quien nos dejó de manera abrupta, a quien también estableció en Rota un frontispicio de amor a la vida junto a sus amigos, a una Almudena Grandes que hizo erguir los libros al cielo como una loa al compromiso, a la bondad y a la cultura. Las olas que viene a morir a los pies del poeta son también sus olas, las que proceden de ese Mediterráneo repleto de historias y culturas que nos han conformado a lo largo de los siglos y las que durante tantos años, Felipe Benítez Reyes y la propia Almudena Grandes, han ido domesticando para adentrarlas en sus propios textos.

Un mentido color’ es ese fluir de la vida que hace de diferentes paisajes los cuadros de una vida. La emoción de los amaneceres, las lecciones de lo fugaz, instantes que se hacen fuertes en la memoria y que ante el papel emergen con una fuerza inusitada, sabedores de su capacidad para citar al poeta, para convocarnos también a nosotros ante esos segundos ya convertidos en eternos, pese a su aparente intrascendencia, frente a esos gorriones que nos acompañan en cualquier terraza moviéndose entre la casualidad y la inocencia. «Los días no son ya tiempo sino palabras», escribe Felipe Benítez Reyes en el poema de su sesenta cumpleaños, y son esas palabras, precisamente, el salvoconducto para seguir navegando, para seguir estableciendo nuevos horizontes y convertir al navegante en el visitante de otras geografías como esa habitual presencia en sus poemarios de Lisboa, aquí a través de dos sublimes poemas vinculados a Pessoa, poeta fingidor, Bernardo Soares que cuadra las cuentas de una vida que son muchas, entre lunas y abismos sin fondo. Pero también están Venecia, Úbeda o Itálica hecha Venus, itinerarios de la emoción, incapaces de contenerse entre las paredes de un estudio que contiene multitudes, como aquel canto de Walt Whitman.

En esta ocasión las briznas de hierba son arena y mar, pero también temores y dudas ante el medir de los relojes detenidos, ante la evocación de un tiempo que se escurre entre nuestros dedos como un reloj de arena con cada vez menos granos. Los espejos que nos han convocado en poemarios anteriores de Felipe Benítez Reyes ahora ceden su protagonismo a las lunas, lunas que menguan, lunas que palidecen y ceden su brillo a una noche cada vez más lóbrega, a una noche solo salvada desde la memoria como conjuro eterno frente al olvido donde los sonidos de las máquinas de escribir forjarán las palabras que nos explican, las que nos recuerdan lo que somos, pero sobre todo, lo que dejamos de ser.

 

 

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 18/12/2021




sábado, 18 de decembro de 2021

Novos cinemas. Novos soños

 

[Foguetes verdes]

Unha nova edición do Festival Novos Cinemas recupera para Pontevedra unha cita clave non só como referente cultural senón como medio educativo e de posicionamento da cidade.



VOLVE a escurecerse o patio de butacas do Teatro Principal. Volve a iluminarse a súa gran pantalla para acoller as propostas fílmicas dunha chea de nomes, ao mellor descoñecidos para o gran público, pero cun enorme talento que lles servirá, en pouco tempo, como pasaporte para conquistar as pantallas dos mellores cines e festivais do mundo. Porque esa é precisamente a intelixente e singular aposta do Festival Internacional de Cinema de Pontevedra Novos Cinemas, a de abrir novas xanelas ao mundo a través das miradas de xente que comeza neste complexo universo do cine. Unha programación que amosa non só as capacidades dos seus protagonistas, senón ilusións e soños. Moitos deles transmítense a un público cada vez máis cómplice coa metodoloxía deste Festival que pinga a pinga está a formar todo un océano de espectadores que non renuncian a formar parte desas linguaxes que explican o mundo dende a fasquía das imaxes.

Achegarse ata o domingo ás diferentes seccións, ou aos seus encontros e talleres, supón compartir toda unha rede que medra arredor dese milagre que se atopa tras ese raio de luz que racha a escuridade e impacta nunha pantalla branca, e que ano tras ano espállase por todo o mundo coa presenza de directores e membros dos xurados procedentes de diferentes países e pertencentes a prestixiosas institucións relacionadas con este medio e que dende o seu paso pola nosa cidade acóllena como unha parte máis das súas expectativas vitais e profesionais.

Redes que tamén se tecen na nosa contorna e que se prolongan máis alá da programación que durante estes días asoma polos medios de comunicación e que forman parte dun traballo aínda máis de vagar que é o que se desenvolve en centros de ensino, achegándolle o cinema aos máis cativos, aos que teñen aínda que familiarizarse cun xeito de comunicación e unha estética que os acompañará ao longo da súa vida, e que os plans de estudo seguen a desprezar de maneira oficial como parte da súa educación. Ver as imaxes desas aulas con membros do Festival falando de cine con nenos e nenas ou as que xorden da presenza de estudantes da nosa cidade no Teatro Principal, acompañados por directores e directoras que amosan o seu traballo, explicándoo e dando a coñecer o seu xeito de ver o mundo, é algo impagable para todo proxecto cultural, e tamén para quen o apoia, para unhas institucións como Universidade, Concello, Deputación e Xunta de Galicia que, xuntos (mágoa que non actúen así en máis eidos da nosa sociedade), defenden e proxectan a cultura como un xeito responsable de xerar mentes críticas con nós mesmos e iso, xustamente, nun momento de balbordo e desconcerto como o que estamos a vivir, que é cando máis se precisan.

Ese apoio, xunto ao dos diferentes patrocinadores, é fundamental para que os organizadores, nomeadamente Dani Froiz, Suso Novás, como directores do mesmo, ou a imprescindible Andrea Villa, no seu labor de coordinación, sigan a propoñer e achegar ata nós obras e nomes para fornecer esta rede fílmica de seis edicións, que en realidade son sete, e que cada ano nos deixa momentos inesquecibles, como o da inauguración da man de Marcos Nine e a súa ‘A Virxe Roxa’, ou os que viviremos na clausura con Chema García Ibarra, os encontros coa obra de María Perez Sanz, a clase maxistral de mañá con Jaime Pena e tantos e tantos fotogramas que farán destas xornadas de Novos Cinemas a conquista de novos soños, a conquista por todos da maxia da arte do cinema.

 


 

Publicado no Diario de Pontevedra 17/12/2021.

Foto: Presentación dunha proxección para escolares con Suso Novás e as directoras Sabela Iglesias e Adriana Villanueva (Gonzalo García) 

martes, 14 de decembro de 2021

Containers

 

[Foguetes verdes]

A cidade como observación permanente é a cerna da mostra de Manuel Quintana Martelo no MARCO de Vigo, nunha continua interrogación sobre as posibilidades da pintura



PERCORRER a exposición de Manuel Quintana Martelo no MARCO de Vigo supón entender cal é a máxima de todo pintor, que non é outra que afrontar o desafío que, de xeito permanente, a realidade pon ante os seus ollos. Un simple contedor, deses que atopamos todos os días polas nosas rúas, e aos que apenas lles prestamos atención, pode converterse nun exercicio inesgotable no que forma, luz ou cor, por citar algúns elementos da pintura, ofrecen todo un espectáculo para o espectador.

Dende que accedemos á mostra atopamos esa sensación de complicidade cun contexto urbano do que somos parte e que ofrece infinidade de lecturas sobre o que somos. O extenuante exercicio do apuntamento, a sinalización de horas e lugares, a repetición, unha e outra vez, ata dar co resultado que se busca, enfróntanos ao pintor ante a súa función de compoñer dende o seu pictoricismo, unha nova realidade, a desas formas caprichosas, a desas luces que se modifican de xeito permanente, a da constante interrogación do que acontece ao noso arredor e cómo esas formas son cada minuto diferentes, aínda que semellen ser as mesmas.

Aquel primeiro contedor que na madrileña rúa Marqués de Cubas convocou a Quintana Martelo foi o comezo dun desafío que chega ata hoxe, case dez anos despois. O realismo da pintura deste autor abandoaba de xeito decidido o estudio e recuperaba aquela vida da urbe que xa rexistrara na súa estadía en Nova York, nos anos noventa, co mobiliario urbano e as inesquecibles cabinas de teléfono. Aquel contedor contiña, ademais dun reto explícito convertido nunha epifanía creativa no que o feito de pintar imponse incluso á propia pintura como resultado, outros elementos que son frecuentes na preocupación do autor como un universo cun toque Pop, o feito de suliñar o plano por riba da ilusoria ventá pictórica e a condición de coverterse nun diario íntimo do real.

O comisario da mostra, Juan Manuel Bonet, o que fora director do Museo Reina Sofía e unha das referencias da crítica e o pensamento artístico nas últimas décadas, suliña, entre as diferentes bondades da obra de Quintana Martelo, a capacidade para dende a súa arte «descubrir un novo aspecto da cidade», e iso é xustamente o que todo pintor ten que facer, ou polo menos tentar acadar, o atopar novas miradas para o público, convertendo cada cadro non só nun desafío propio, senón en parte desa experiencia compartida que é a visión dun cadro polo espectador.

Todos estes contedores son un síntoma do noso tempo. Dese concepto de cidade en permanente estado de cambio, de edificios que medran, doutros que desaparecen, de rúas que se modifican, de espazos dunha urbe viva que nos reflicte. Este peón urbano convertido en pintor afrontou con todas estas obras unha esgotadora misión á que se viu requerido pola propia pintura que, como acontece en toda a súa obra, vólvese case fotografía por esa condición de rexistro do inmediato, de acollemento do real, con independencia da variedade de formatos e técnicas que aquí son tamén parte do desafío da realidade.

 

 


 

Publicado no Diario de Pontevedra 10/12/2021


luns, 13 de decembro de 2021

La ambición de ser feliz

 

[Ramonismo 93]

'Un día llegaré a Sagres’ nos muestra la inagotable fuerza narrativa de Nélida Piñón en un relato lleno de humanidad



LLEVABA quince años Nélida Piñón (Río de Janeiro, 1937), sin publicar una novela, pero sí dejándonos libros tan maravillosos como su ‘Libro de horas’ o ‘Una furtiva lágrima’, todos ellos, y como el que nos ocupa, ‘Un día llegaré a Sagres’, publicados en Alfaguara. Tras esos textos, llenos de recuerdos, de vivencias y cariños, muchos de ellos ligados a ese Cotobade de su familia emigrante y que tan firme sigue en ella, anclado como una irrenunciable patria, tanto en su alma como en su corazón. Pues ahora nos llega esta novela fascinante, que nos muestra a una mujer pletórica en cuanto al talento y la capacidad para narrar, para gestionar ese acto tan primario como necesario para el ser humano que no es otro que el de contar historias.

Un día llegaré a Sagres’ es también un compromiso con el ser humano, con los más débiles, aquellos desfavorecidos por una historia tan agradecida con los poderosos como injusta con quienes realmente la conforman. Seres anónimos que palidecen ante las grandes gestas de reyes y navegantes, en el caso de un Portugal en el que Nélida Piñón sitúa a un personaje que formará ya para siempre parte de la literatura, de su literatura, como es el caso de Mateus. Este hombre, nacido en la miseria, y que nunca la abandonará, fija su horizonte en Sagres, donde también hizo lo propio el Infante Enrique, que en su mente se convierte en una obsesión tras la educación recibida en su infancia en el norte de Portugal, a orillas del Miño.

La novela, por lo tanto, narra todo ese periplo vital y geográfico en el que Mateus, dotado para las letras, y la imaginación, parte cara el sur de su país, haciendo escala en Lisboa. Todo ese itinerario será un devenir de anécdotas y encuentros con diferentes personas que servirán tanto al protagonista como a la propia autora para reflexionar sobre la condición humana, sobre la condena que puede significar una vida, en función de donde hayas nacido, y como las posteriores conductas de las personas balizan todo ese camino, modificándolo, creando diferente meandros que ralentizan nuestra misión. Finalmente entendemos que todo en la vida es una búsqueda, la de esa ambición por ser feliz, por encontrar un hábitat en el que vivir de la mejor manera posible e intentando sortear esa «materia sucia» que llena nuestro mundo. Sucede hoy en día como también ocurría en los tiempos de este Mateus en un siglo XIX en el que la realidad de la vida se enfrentaba a toda una serie de conquistas sociales que a ciertos territorios llegaron con cuentagotas. Ante esa negrura de nuestra sociedad Nélida Piñón nos aporta la imaginación como dique de contención frente a aquello que nos puede arrastrar a la perdición y a lo que suma la capacidad de soñar, que, como escribe en este libro, haciendo un guiño a Cotobade, pronuncia un gallego, de nombre Xan, afirmando que «merecía más la pena soñar que vivir», como «fórmula para soportar la vida y compensar las penurias».

Mateus se mide en ese periplo con la humanidad desde su mirada sobre el Tajo lisboeta, pero también sobre los acantilados del Algarve. Portugal ha hecho de su horizonte marítimo una observación permanente de su destino, tanto del pasado como del futuro. Las gestas del infante Enrique y las palabras de un Camões que recorre toda esta novela como la figura mítica que narra una gesta que configura a toda una nación, son el relato paralelo a la vida de los desconocidos, a ese ser que solo anhela la felicidad, una caricia en el fin de sus días que sosiegue una infancia llena de dolor y frustración y al que la vida no ha dejado de poner un obstáculo tras otro.

Ese valor de la gente común, de la que se mueve por las calles de ciudades y pueblos, la que frecuenta tabernas y campos, la que no logra encontrar un lugar en los libros de historia, es el sustento de una vigorosa narración con la que Nélida Piñón muestra su amor por las personas, por una nación que le ha dado una lengua y la posibilidad de ser escritora. Una escritora que no deja de sorprender por su calidad y lucidez, sin atender al paso de los años, sin renunciar al viaje. Un día llegaré a Sagres...

 

 

Publicado na Revista. Diario de Pontevedra 11/12/2021


mércores, 8 de decembro de 2021

A luz de Ledicia

 

[Ramonismo 92]

'Golpes de Luz’ amosa a madurez creativa dunha autora que enguedella a mirada dos cativos coa dos adultos



SE ALGUNHA autora énchenos de ledicia cos seus golpes de luz esa é Ledicia Costas. Perdoen esta brincadeira das palabras, pero é moi complicado resistirse a non caer nela cando cada libro que xorde do maxín de Ledicia Costas convértese nunha luminosa obra que te abraia. E iso tanto dende o territorio da escrita dirixida á xente máis nova, como a que atende a esa xente adulta á que a creadora de ‘Escarlatina a cociñeira difunta’, lle propón, nos últimos anos, algúns dos textos máis sobranceiros da nosa literatura.

Así, tras o libro de relatos ‘Un animal chamado néboa’ e a novela ‘Infamia’, chega agora aos nosos andeis ‘Golpes de Luz’, como as anteriores editada en Xerais, ao tempo que en castelán podémola atopar na editorial Destino. Unha novela na que Ledicia Costas sobe un chanzo máis no seu desafío permanente á escrita, procurando novos camiños, explorando diferentes posibilidades dunha narrativa na que Ledicia Costas nunca deixa aos seus lectores indiferentes. Desta vez faino coa historia dunha familia na que interveñen tres voces, a dunha muller maior, no remate dos seus días; unha muller separada, e angustiada ante a súa situación vital; e un neno que vive nese ambiente e afastado do seu pai. Luz, Xulia e Sebas son esas tres miradas que nos levan a formar parte dun triángulo de emocións, de voces interiores que tentan ollar cara unha realidade nada sinxela para cada un deles, pero na que todos teñen que dar o mellor de si mesmos para poder saír adiante.

«As nais non choramos, as nais construímos diques» é unha das frases coas que Ledicia Costas consegue deter a nosa lectura, facer do lector un cómplice momentáneo que precisa dun tempo para calibrar o que hai no interior desas palabras en relación a unha novela na que se poñen de relevo todas esas cargas que se pousan nas costas das mulleres como por unha sentenza ancestral. A muller como soporte da familia na que recae todo o esforzo, o traballo máximo, máis tamén as desgrazas, son as que teñen que soportar por un designio divino. Unha ollada comprometida co feminino, pero tamén a ollada de Ledicia Costas diríxise cara diferentes problemáticas sociais que esnaquizaron e esnaquizan moitas familias ante a incomprensión da sociedade.

Temas como o consumo de drogas entre a xuventude dos anos oitenta e como o paso do tempo sepultou iso nun esquecemento colectivo, que non foi así na cerna das familias, amosa moitas persoas afectadas pola necesidade de ser escoitadas, de amosar, para sandar as súas feridas, as marcas invisíbeis daquel tempo. Sinais que emerxen en canto se remexe no que aconteceu, e Ledicia Costas remexe e remexe ben. Tamén a violencia de xénero amosa a súa faciana no relato como parte dos silencios que adoita xerar unha sociedade demasiado afeita a mirar cara outro lado ata que xa é tarde. E xunto a eles, unha terceira problemática, a do coidado das persoas maiores, e cuxa soidade convértese para calquera sociedade do noso tempo nun dos asuntos que vai precisar máis altura de miras pero que nunha primeira resolución son, como non, as mulleres das familias as que teñen que afrontar esa situación.

Pero se algo consegue de xeito exemplar a autora nestes ‘Golpes de Luz’ é enguedellar o universo infantil, as súas miradas inocentes, as súas fantasías ou a necesidade de saber, co universo dos adultos, con todas esas sombras que tinxen as vidas dos nenos e das nenas incapaces aínda de xuntar as pezas que lles faltan, e que poucos adultos adican o tempo preciso para ensinarlles a colocalas de manera axeitada. Sebas, xunto cos seus compañeiros de colexio (un universo escolar que Ledicia Costas coñece ben polas súas constantes visitas a eses centros cos seus libros baixo o brazo) Noa e Guerreiro, son quen de xerar ao seu arredor todo un espazo incríblemente artellado pola autora, boa coñecedora dos territorios xuvenís, das súas lecturas, dos seus desexos e ata dos seus pensamentos. Nenos que miran cara os maiores e a súas sombras como aqueles nenos de ‘A noito do cazador’ o de ‘Matar un reiseñor’, filmes clásicos e de cuxas imaxes é imposíbel afastarse cando ambos mundos, o dos cativos e o dos adultos entran en colisión.

 

Publicado na Revista. Diario de Pontevedra 4/12/2021


venres, 3 de decembro de 2021

Memoria y vacío

 

[Foguetes verdes]

Los libros de Almudena Grandes han sido una muestra de su compromiso con el ser humano y ahora, tras su muerte, evidencian el valor de la cultura como catalizador de emociones.



Sus libros, recortados bajo un tenue y triste cielo de Madrid, erguidos en ofrenda final de los lectores hacia su autora, son el homenaje más hermoso que cualquier escritor puede lograr tras su muerte. Mejor que cualquier calle, biblioteca o título que dependa de las cuitas de la torpe política, la del rencor y el odio, la que es capaz de negar, a quien esbozó bajo ese mismo cielo de Madrid alguno de los mejores pasajes literarios de la ciudad, su ciudad, esos reconocimientos.

Almudena Grandes, luchadora, voz de los débiles, de aquellos a los que la historia ha defraudado demasiadas veces, ha vuelto a vencer cuando nos muestra así, a las claras, y sin tapujos, a quienes encarnan todo aquello contra lo que ella había escrito. ¡Hay que ser muy buena para conseguir eso! y para que PP, Vox y Ciudadanos (y sobre sus nombres pongo este dedo acusador para el resto de sus miserables días) se opongan a un sentir colectivo que puede ir desde el mero conocimiento a la admiración, y en cuyo arco caben muchos respetos hacia una obra literaria mayúscula en nuestra literatura. Es cierto que no pocos se sienten señalados en esos libros, por otra parte tan machadianos en la acepción más nítida de la palabra, la que indaga en la bondad del ser humano y la posibilidad de construirse desde la cultura, desde el conocimiento y, por añadidura, desde la alegría que supone la vida, la conquista de una felicidad imprescindible para toda persona.

De todo ello fue ejemplo la escritora madrileña. Se lo aseguro, porque la conocía bien, y no porque compartiera tiempo con ella o porque me hubiera dedicado alguno de los muchos libros que tengo, sino que si por algo conoces bien a un autor es por su obra. Por el diálogo, cada cierto tiempo, con sus libros, y si esos libros fueron y serán memoria, ahora Almudena Grandes es un inmenso vacío para los que sentimos esos textos como un atlas de la geografía humana en el que intentar situarnos para comprendernos de la mejor manera. Un abrigo que nos deja a la intemperie, sumidos en un dolor inesperado que solo encuentra sosiego en la reacción de la gente, en la cultura como un catalizador de emociones impagable, y donde esta alcanza todo el sentido como territorio desde el que resistir frente a esas cabezas que en este país prefieren embestir a pensar.

Todos aquellos volúmenes izados al viento, con sus páginas intentando liberarse para salir a volar, serán una de las imágenes del año. ¡Qué muera la muerte!, exclamó Joaquín Sabina, y aquellos lomos de sus libros, erizados por la rabia y el frío, son los títulos de ese triunfo que supone movilizar a tantas personas para compartir ese momento con quien había sido buena con ellos, con quien les había dado historias con las que gozar, contextos con los que emocionarse y personajes que les acompañarán durante sus vidas pero, sobre todo, les había regalado un compromiso con todos aquellos que se encontraron sumidos en el fango del olvido.

Finaliza Ángel González su poema ‘Mientras tú existas’ así: «bajo ese amor que crece y no se muere,/bajo ese amor que sigue y nunca se acaba». Otra lección de Almudena Grandes es que el amor nunca se acaba, tal y como escribió su cómplice de tantas veladas, aliado de tantas miradas hacia la felicidad de los que les rodeaban y que eran su propia felicidad. El amor a un equipo de fútbol, el amor a Galdós, el amor a ese Madrid roído por sus tristes gestores, el amor al compromiso cívico, el amor a la misma sangre, el amor a las mujeres a las que no dejaron ser, el amor a un hombre que besó y dejó un poemario sobre su vacío eterno helándonos el corazón.

 

Publicado en Diario de Pontevedra 3/12/2021

martes, 30 de novembro de 2021

Vueltas por el mundo

 

[Ramonismo 91]

Pedro Pastor reúne diferentes ritmos en un disco en el que la palabra juega un importante papel en su compromiso vital



SONES flamencos, trap, pop, merengue o rumbas, entre otros ritmos, convierten el nuevo disco de Pedro Pastor, ‘Vueltas’, en un diverso ejercicio musical en el que la palabra adopta un papel esencial, no solo como canto y celebración, sino como aproximación a la vida del ser humano. Hombres y mujeres a los que este cantante madrileño se acerca en cada canción como si fuera una vuelta a ese mundo que, en la portada de su disco, sienta sobre una silla. Un mundo que es una persona. La comunidad resumida en una única presencia que nos iguala a todos, con independencia de nuestra clase social, de la latitud a la que vivamos, de nuestras expectativas de futuro, en definitiva, todos somos ese mundo que «es tan superficial que parece profundo», como canta en la última canción de este trabajo en el que a lo largo de todo él comparte protagonismo con el grupo Los locos descalzos.

Surge de esta manera un disco lleno de emociones y compromisos, desde la primera de sus canciones, ‘Los diablos’, sobre nuestro lugar en el mundo y esa permanente insatisfacción tan humana sobre estar en un sitio o en otro. Una canción que nos adentra en este disco en el que Pedro Pastor nos regala una especie de himno de la memoria, una canción enorme que ya por sí sola justificaría las bondades de estas ‘Vueltas’. La canción ‘Los olvidadxs’ es una de esas canciones que surgen bajo un estado de gracia creativo, pero también de emoción tras ese click que en ciertos momentos acciona la vida. Así le sucedió a Pedro Pastor ante un monumento a las víctimas de la Guerra Civil, tal y como nos contó recientemente en Pontevedra, durante su participación en la Gala de la Memoria de la Deputación Provincial, en la que nos encogió el alma a muchos cuando escuchamos esa canción, así, a bocajarro, en la que se honra a los olvidados y las olvidadas de esa mierda de guerra que acabó en una siniestra represión que sepultó en las fosas del dolor mucho de lo que somos y en lo que todavía fracasamos como sociedad a la hora de recuperar esa memoria que no debemos olvidar. Una canción para escuchar una y mil veces.

Como afirma el dicho ‘De casta le viene al galgo’, y es que Pedro Pastor es hijo de todo un referente de la canción de autor, Luis Pastor, de esa canción que establece un compromiso permanente con el género humano, aunque demasiadas veces este género no se lo merezca. La huella de Luis Pastor está muy presente en su hijo, y también la de su madre, Lourdes Guerra, hermana de otro grande de la canción, Pedro Guerra. Tanto Luis Pastor como ahora Pedro Pastor no se ciñen tanto a esa estela del cantautor en constante protesta con el mundo armado con su guitarra, sino que se han adentrado en nuevas posibilidades de esa música en la que la palabra nos cuenta cosas y nos hace pensar, al tiempo que diferentes sonidos y ritmos engrandecen sus posibilidades.

Regresamos a algunas de las canciones de ‘Vueltas’ y así nos encontramos con la propia acción del escritor, del poeta o del cantante, que todo se reúne en ‘Ejercito mi escritura’ en la que Pedro Pastor indaga sobre cómo escribir es «arriesgarse a no encontrar las palabras» y en ese riesgo a veces las canciones no llegan, o llegan cuando menos se las esperan, de la manera más casual o más inocente, muchas veces alejadas de extenuantes ejercicios literarios. Un merengue lleno de ingenio y autoreflexión sobre el propio hecho de componer y presentar una canción al público.

Varias canciones de amor, de sentimientos, de miedos y sinceridades, nos hacen desembocar en otra de las maravillas del disco que Pedro Pastor deja para el final. La canción que nombra a todo este momento, ‘Vueltas’, y que también tiene mucho de amor, pero de un amor que parte de los que le rodean y echan de menos su presencia por los deberes de su profesión. Conciertos y viajes que hacen que la abuela, la madre, su pareja y amigos echen en falta a quien ha hecho de la música la máxima de su vida. Ahora esa pasión se renueva con un disco lleno de virtudes y compromisos que hacen de las canciones de Pedro Pastor un hilo de complicidad con quienes encontramos en esas músicas un cobijo en el que sentirnos mejor y esto es algo de lo que no todos los cantantes pueden presumir.

 

 

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 27/11/2021


venres, 26 de novembro de 2021

Moito Máis

 

[Foguetes verdes]


POUCAS EMOCIÓNS máis fondas ao longo do ano que as que emerxen na fin de semana do Culturgal. A nosa feira das Industrias Culturais e na que ollamos enfite ao que somos quen de facer na nosa terra dende a cultura, que sempre é moito. Moito máis do que sabemos, xa que nunca deixa de sorprendernos. Moito máis do que a apoiamos, xa que adoitamos quedarnos sempre curtos no seu consumo. Moito máis do que nos gabamos dela, movéndonos, aínda en demasiadas ocasións, coa cabeza baixa cando falamos do noso fronte a outros sistemas culturais.

E moito máis tamén é o que nos atoparemos nesta edición que volve ao Recinto Feiral de Pontevedra, tras superar (e cruzo os dedos ao tempo que escribo) ou polo menos mellorar os efectos da Covid, que o ano pasado, cunha máis que meritoria edición, obrigou ao seu desenvolvemento no Teatro Principal. Iso si, en Pontevedra. Porque Pontevedra é Culturgal como o Culturgal tamén é Pontevedra. Dúas realidades que atenden a unha mesma identificación coa cultura e que cada vez máis non se entenderían a unha sen a outra. Pontevedra ao longo do ano tamén é unha sorte de Culturgal permanente, coa súa axenda de actividades diarias vencelladas a unha cultura participativa, na que conflúen unha chea de axentes e protagonistas que fan desta actividade, unha das máis prezadas polo ser humano, ademais dun xerador de produtos de calidade un dos motores económicos da cidade e da súa contorna.

Tamén os afectos van ser moito máis intensos. Se algo caracteriza a esta feira é esa sensación de xuntanza dos diferentes protagonistas da cultura que, dende os máis diversos puntos de Galicia, coinciden en Pontevedra durante un encontro cheo de sentimentos que desta vez serán redobrados porque, tras a situación do pasado ano, hai moito tempo que, con tapabocas ou sen el, a xente non se mirou aos ollos e iso, mirarse aos ollos, é unha parte fundamental da cultura. Porque cando un escritor, un director de cine, un actor, un músico, un libreiro ou un artista plástico desenvolve calquera das súas actividades o que fai é plantexar un diálogo coa persoa que está ao outro lado do seu labor, e aí a mirada é o lugar de unión entre ambos. As miradas volverán ao Culturgal, enfrontaremos os cóbados ou os puños, entendendo que estamos nun tempo novo no que a nosa cultura é, xustamente, un dos lugares máis firmes nos que atopármonos.

Volvo durante unhas liñas aos días do confinamento, e se algo lembro con claridade é que non podo entender aquel tempo sen todos eses produtos culturais que pola miña casa flotaban como boias nun océano do desacougo. Suxeitarse a elas, descubrir  novos materiais ou recuperar algúns xa coñecidos, foi unha parte importante á hora de superar todo aquilo da mellor maneira posible, de aí que a cultura temos que entendela como moito máis que un entretemento, xa que nela agóchanse moitos elementos beneficiosos para a nosa condición humana, máis aínda, cando as cousas veñen reviradas.

A volta a esa moqueta que adoita cubrir o recinto no que os diferentes stands poñen ante nós a súa produción, ou as súas achegas institucionais, significa poñer o pé nun chanzo máis da nosa valoración como comunidade, facendo da cultura un itinerario común no que se adoitan atopar as diferentes sensibilidades de pensamento ou do eido político que noutros contextos teiman moverse entre esgotadoras tensións para o cidadán. A cultura tamén ten ese valor, o de ser unha paréntese no balbordo do cotiá e dende onde poder entendernos todos dun xeito máis relaxado. Unha bandeira da axitación que se substitúe pola bandeira que xorde dunha lingua que precisa sempre, e cada vez máis, de bos ventos que a manteñan activa entre todos como o noso máis firme elo colectivo.

Xa temos ao Culturgal entre nós, fagan por ir, escollan na amplísima programación o seu momento preferido, asegúrolles que non se arrepentirán. A festa da nosa cultura é toda unha celebración colectiva daquilo que mellor nos pode representar no mundo, pasarano moi ben e sairán, abofé, que moito mellor do que entraron, xa que a cultura é o mellor camiño para a mellora do ser humano converténdonos en moito máis.

 


 

Publicado no Diario de Pontevedra 26/11/2021

Fotografía: A última edición do Culturgal celebrada no Recinto Feiral de Pontevedra foi a de 2019 (Rafa Fariña)



luns, 22 de novembro de 2021

Cuarteto Quiroga

 

[Ramonismo 90]

Llevan el nombre de nuestro violinista Manuel Quiroga por el mundo entero y escucharlos es una auténtica fantasía



COMIENZO con un desafío. Les reto a que si encuentran algo más hermoso y equilibrado, musicalmente hablando, que el último trabajo del Cuarteto Quiroga, algo que haga de la armonía y la delicadeza un camino sonoro hacia la felicidad, me lo muestren. Les dejo de plazo hasta el lunes, día de la patrona de los músicos, Santa Cecilia, por si la santa les echa una mano, que buena falta les hará ante semejante misión.

Bromas aparte, pocas recomendaciones les puedo hacer de la cultura más urgente que esta. Escuchen al Cuarteto Quiroga, adéntrense en su manera de entender, recuperar y difundir una música atemporal, capaz de emocionar de igual manera a través de los siglos a una persona del siglo XVIII con su cabeza bajo una gran peluca blanca, o a otra de nuestro tiempo, con la cabeza puesta en mil cosas, pero a la que esta música impone un paréntesis. Un lugar de calma y sosiego que, durante unos instantes, te reconcilia con el ser humano y su capacidad para crear belleza.

El último disco del ‘Cuarteto Quiroga’, es un conjunto de cuatro cuartetos, dos de Joseph Haydn y dos de Mozart. Cuatro absolutas maravillas que, desde la instrumentación de estos músicos, rinde cualquier alma. El clasicismo musical de estos dos genios de la historia de la música no ha podido tener un mejor tratamiento que con estos intérpretes que, para esta misión, a los componentes habituales del conjunto, Aitor Hevia (violín), Cibrán Sierra (violín), Josep Puchades (viola) y Helena Poggio (violoncello), suman una viola más a cargo de Verónika Hagen. El resultado, no me cansaré de decirlo, es abrumador, y todo a la espera de su audición en directo, cuando participen en Pontevedra, en el mes de febrero, en la programación de la Sociedad Filarmónica. Una música que, en la Centroeuropa de su momento, abrió toda una nueva sensibilidad desde los postulados de la Ilustración a través de una conexión de admiración y el sentirse discípulo de Mozart hacia Haydn, sabedor, desde su inteligencia, del poder de esa nueva estética que asomaba entre los sonidos del maestro austríaco, al que muchos consideran padre de la forma sinfónica y del cuarteto de cuerda, lo que aquí se evidencia de la mejor manera.

El Cuarteto Quiroga vuelve a abrir una página más de conocimiento musical para el público de hoy en día desde la revisión de momentos claves de la historia de la música y a los que no se les presta la atención necesaria, más allá de los estudiosos del género. Ya lo hicieron con su anterior trabajo, ‘La música en Madrid en el tiempo de Goya’, editado, como el disco que nos ocupa, en el sello Cobra, y donde las obras de Boccherini, Brunetti, Canales o João Pedro de Almeida nos descubrieron un cruce de vidas y relaciones profesionales en el momento en el que el autor de ‘Los caprichos’ era el protagonista de la pintura y de la vida cultural en una España en contradicción consigo misma.

Para todo pontevedrés escuchar el nombre de Quiroga supone recibir un pellizco. Sentir que se está tocando algo muy nuestro, como es la figura de aquel violinista que asombró al mundo a principios del siglo XX con su destreza y talento, hasta que un atropello en Nueva York frustró su carrera musical. La presencia en el ‘Cuarteto Quiroga’ de Cibrán Sierra, de familia pontevedresa y con vínculos de anteriores familiares con el propio Manuel Quiroga, ha activado en estos músicos esa reivindicación de una figura ciertamente olvidada en relación a sus muchos méritos. Ahora ellos llevan su nombre por los mismos escenarios en los que Manuel Quiroga mostraba sus aplaudidas interpretaciones. París, Londres, Buenos Aires, Nueva York o Madrid, donde recientemente presentaron este disco en la que es su casa, las dependencias del Museo Cerralbo, propiciando la aparición de un artículo de Antonio Muñoz Molina que, como en tantas ocasiones anteriores, al que esto suscribe le hizo poner las orejas en punta ante el buen alimento del espíritu. Como siempre, la recomendación abrió un universo maravilloso en el que me he sumido a lo largo de estos días para reconocer lo que el autor de ‘Sefarad’ define como «un sistema de vasos comunicantes de la inspiración, el talento, la belleza, el fervor y la alegría». Justo eso es el Cuarteto Quiroga.

 

 

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 20/11/2021


venres, 19 de novembro de 2021

Conexión Fortes

 


"ME ACUERDO de un guardia de tráfico con guantes blancos y salacot en el cruce de la Peregrina subido a una trona y rodeado de cestas de Navidad. Aunque a lo mejor de lo que me acuerdo es de una película italiana de Alberto Sordi". Esta es una de las entradas que conforman la memoria que Susana Fortes reúne en ‘Pontevedra. Tal como éramos’, que hoy presenta en nuestra ciudad, junto a su hermano, Xabier Fortes, quien hace lo propio con sus ‘Crónicas cancheras’, ambas editadas por Ézaro. Y es que juntos, a la limón, cual Zipi y Zape, nos proponen un travieso ejercicio literario en el que Susana Fortes vuelve a la niña a la que, afortunadamente, nunca ha renunciado, por muchos años y kilómetros que medien entre el hoy y el ayer. A través de ese ayer, y por medio de ese «Me acuerdo», que como el ‘J’accuse!’ de Zola, señala de manera directa, firme y evocadora diferentes pasajes de los vividos en aquella Pontevedra gris de los años sesenta y setenta en la que solo la familia, las amistades y esa resistencia frente al mundo en que se convirtió el rebelde Pontevedra del ‘Hai que roelo’, permitían que la ciudad respirase.

Pues una vez que se cita al equipo granate no hay más remedio que enganchar con el otro protagonista del día, Xabier Fortes, quien con sus ‘Crónicas cancheras’ nos adentra en una recopilación de artículos publicados en este Diario de Pontevedra y en el deportivo As. Textos que, con la excusa de hablar de fútbol, de cuyo conocimiento tanto presume nuestro cronista vespertino, hablan de todo un poco, de una vida que Xabier Fortes ve con los ojos del niño que en Pasarón forjó una leyenda que iba mucho más allá de la realidad, que es lo que pide toda leyenda, como nos enseñó John Ford. Un territorio mítico, de césped embarrado y ajos sembrando la portería, que, como la Pontevedra de Susana Fortes, son el fuerte vaquero en el que ambos compartieron infancia en una familia que lleva tinta en las venas. Alberto, Xabier, Susana y Belén miden los latidos de la vida a través de sus palabras y a la mínima ocasión, desde el periodismo, la novela, la historia o la poesía, convierten esa vida en una íntima conexión con el núcleo familiar, aquel que gestaron unos padres sabedores de la importancia de la cultura y la educación como las varas con las que enderezar los árboles. Esa conexión Fortes se establece de manera directa con el entorno, con ese espacio de la infancia y la adolescencia donde siempre estaremos instalados como una Arcadia feliz a la que volver una y otra vez para sentir ese pellizco vital.

«La casa en que vivimos es el primer país que perdemos», escribe Susana en la presentación y justificación de la escritura de este pequeño libro tan gigante en sus consecuencias. Porque estas son, ni más ni menos, que la posibilidad de no perder nunca ese país en el que crecimos, el de los juegos en la calle, el de los compañeros de clase, el de los comercios, el de los sabores, el de las miradas hacia un universo de adultos tan inexplicable en aquel momento como lo pueda ser ahora cuando nosotros lo protagonizamos, el de las primeras pasiones, el de los rincones de una ciudad hecha para ser aquel cruce de vidas que vimos en tantas películas en blanco y negro y al que Susana nos remite con esa alusión al neorrealismo encarnado en Alberto Sordi para confundir realidad y ficción, aunque pocas ficciones hayan sido tan reales como esa. Podía haber ilustrado este artículo con ese policía ante la Peregrina del ‘Me acuerdo’ con el que arrancamos, pero si se fijan, al fondo de la imagen, y antes de que pasen esos dos señores sobre una vespa (puro neorrealismo), unos carteles anuncian fútbol en Pasarón, y la forja del ‘hincha Fortes’, como le califica en el prólogo de su libro Santiago Segurola, acuñaría un nuevo capítulo. Demasiado tentadora como para no usar la fotografía de Camilo Gómez.

Tanto los recuerdos de Susana, como las crónicas de Xabi, son parte de una manera de ver la vida de forma lúcida, con los ojos bien abiertos y el resto de los sentidos captando el mayor número posible de sensaciones. Ellos saben bien que vivir es un regalo y que no se puede perder un minuto en las zonas oscuras. Un regalo al que esta ciudad le ha colocado un inmenso lazo que encierra lo que somos. Ambos libros deshacen ese lazo, sin nostalgia, simplemente con inteligencia, amor y felicidad.

 

 


 

Publicado en Diario de Pontevedra 19/11/2021

Un Policía Local dirige el tráfico en los años sesenta en Pontevedra, mientras, al fondo, un cartel anuncia en Pasarón un Pontevedra c.f.-Burgos (Camilo Gómez) 

Os soños de Ekaitz. Entre baleiro e forma

 

O arousán Elías Cochón Rei amosa as súas obras na Casa de Galicia de Madrid ata o 29 de novembro. Cadros e esculturas nas que o autor mantén unha loita entre a materia e o baleiro, e todo iso baixo un xeito de traballar que se afunde na tradición e no traballo manual para honrar o seu vencello co mundo da fundición



Baleiro e forma seguen sendo para Elías Cochón Rei (Vilagarcía de Arousa, 1966) o seu universo plástico. Un enfrontamento dende o que plantexar unha traxectoria artística que cada vez máis nos amosa unha profunda seriedade nos seus plantexamentos. Un rigoroso traballo que xorde do aspecto máis material do facer artesán, de meter as mans na materia, de explorar as súas posibilidades en conexión cun sentimento, para acadar así un traballo que satisfaga ao seu autor e, desta vez, aos soños do seu fillo Ekaitz, a quen adica esta exposición que, certamente ten moito de soñar.

Familiarmente vencellado a unha empresa mítica no mundo da fundición nas Rías Baixas e en toda Galicia, Fundiciones Rey, o seu traballo comeza dende esa infancia a carón do lume e o ferro, desas coadas que deixaron en Elías Cochón unha fonda impresión, ao tempo que lle facían preguntarse por cómo se poderían aproveitar eses materiais máis alá do puramente funcional ou profesional, e como o ámbito plástico podería aproveitarse do que presenta unha chea de posibilidades.

Ese proceso de observación madurou, recollendo materiais devastados polo lume, cinzas, terras, óxidos, acrílicos e ata chegando ao punto de, ao xeito dun alquimista, xerar novos elementos que, dunha maneira ou doutra, tamén forman parte do noso universo. A carón de Camilo Otero entendeu unha nova sensibilidade para organizar as formas no espazo, para xerar diferentes posiblidades e para facer do baleiro unha parte máis da escultura, e así chegamos as súas primeras exposicións, no ano 2003. Ano dende o cal a súa obra estivo presente en infinidade de recintos para convalidar ante o público o feito no seu taller de Bamio.

Ao falar da obra de Elías Cochón non podemos eludir a pegada de nomes esenciais da escultura do século XX como Chillida e Oteiza, pero sobre todo será o seu interese polo construtivismo ruso o que nos explique, dun xeito máis atinado, a análise e estudo do espazo na obra de arte e como toda esa materia constrúe un universo propio. Un universo de Elías Cochón que soña Ekaitz, o seu fillo, mirada sempre atenta ao que fai o seu pai, e ata en ocasións aprendiz de artista. O certo é que a exposición que na Casa de Galicia contén o traballo dos seus últimos anos é, precisamente, unha mezcla de universo e soños, e iso é o que lle dá esa sensación de materia atraínte para o espectador, para poder habitar todas esas pezas dende unha mirada que non deixa de caer no abraio ante as infinitas posibilidades que plantexa Elías Cochón cos seus materiais, auténticos pasaportes de lugares e visitas as máis diferentes latitudes do mundo que percorre Elías Cochón ben atento a como esas texturas poden ingresar no seu estudio e, posteriormente, na obra de arte. Elías Cochón non dubida en achegarse a esas novas presenzas, a tantealas, e mesmo a entendelas, para así aproveitarse das súas posibilidades, ben sexa en relación á cor, a súa fisicidade ou cantas posibilidades o artista entenda que esa materia pode engadir ao cadro.

E o resultado é unha chea de xeografías que se despregan sobre o lenzo. Nunha sorte de cartografía artística que fala de lugares, pero tamén do respecto a unha profesión que vén de antigo, na que a familia de Elías Cochón é toda unha referencia no sector. E así, as horas e horas do artista fronte a obra recuperan ese traballo físico ao que estiveron sempre ligados os oficios na nosa terra. Volumes enfrontados, baleiros no cadro, superficies que se achegan a nós... sería infinito o definir como Elías Cochón traballa esas superficies, auténticos relevos que semellan a xeografía dun territorio no cal, se algo temos presente é, precisamente, a non presenza, a ausencia do ser humano. Nesas abstraccións está claro que estamos demais, non seríamos benvidos a todos estos territorios case oníricos, a espazos dunha pureza e dunha emoción que todo o que ten que ver co ser humano non faría máis que contaminar esa superficie. De aí que ese carácter puro das formas lles outorga algo de espazo máxico, case sagrado, caendo nunha poética das formas que permite ver cada un destes traballos como un instante de recollemento interior, un ascetismo que nos contaxia e dende o que nós tamén caemos nun proceso de reflexión interna sobre a contundencia da súa materialidade, ao tempo que o facemos sobre esa sensación de trascendencia que emana das pezas.

Xustamente cúmprense dez anos da mostra que Elías Cochón tamén amosou neste mesmo recinto madrileño. Dez anos nos que nada é o mesmo e ao longo do cal a linguaxe plástica do noso protagonista madurou para concederlle ás súas obras esa sensación de eternidade que só a boa arte é quen de acadar. Un proceso que se fixo máis complexo, como se o artista quixese saber ata onde podía chegar e así é como asistimos nesas xeografías aos xogos dos fractais, a unhas estruturas que teñen a súa correspondencia, liñas, baleiros, curvas que provocan fronte a elas unha repetición dese modelo e que lle outorga á obra de arte unha organicidade que vivifica esas superficies.

Asistimos, polo tanto, a un cada vez maior dominio da materia por parte de quen fía todo a esa compoñente e as súas posibilidades expresivas. Percorrer estas pezas supón adentrarse nun proceso creativo dunha forte intimidade e que, coñecendo onde traballa Elías Cochón nun estudio que, como un miradoiro, ten fronte a el todo un espectáculo da natureza das marxes da ría de Arousa. Pero Elías Cochón, renuncia a facer desa natureza motivo e fin do seu traballo, a reflectir unha contorna que tería moitos seguidores e un maior recoñecemento, pero a arte, e a súa relación coa intimidade non entende de esas cousas e Elías Cochón se algo lle pide á arte é que lle dé respostas as súas inquedanzas, a esa organización do espazo no que a materia se revela como a gran protagonista. E isto penso que ten moito que ver a que cando Elías Cochón colle nas súas mans unha puñada desas terras non fai máis que facer o mesmo que facía de neno no obradoiro da fundición familiar, cando collía coas súas pequenas mans os materiais cos que se traballaba. Daquela Elías Cochón soñaría con algún día poder facer deses materiais parte esencial da súa vida, un soño que agora se converte, ademais do seu traballo profesional, nun conxunto de obras de arte que son o testumuño de que os soños se poden acadar, os dun pai, pero tamén os dun fillo.

 


 

Publicado no Diario de Pontevedra 15/11/2021

Fotografía: Unha das pezas da exposición de Elías Cochón na Casa de Galicia en Madrid. (José Luiz Oubiña)


mércores, 17 de novembro de 2021

Vidas feridas

 

[Ramonismo 89]

'O cervo e a sombra’ converte, de novo, os textos de Diego Ameixeiras, nun gume sobre o que se move a nosa realidade



CADA libro que nos achega Diego Ameixeiras é un chanzo máis nesa simbiose entre realidade e ficción, entre o que acontece na nosa contorna, e cómo o escritor emprega eses materiais para artellar unha historia.

O cervo e a sombra’ (Xerais), é unha das mellores novelas escritas por Diego Ameixeiras, e dicir isto dun autor que nos últimos anos leva poñendo nas nosas mans varias das mellores obras da nosa literatura, é un xeito de reafirmar unha forma de narrar singular coa que este autor ocupa un espazo de seu na nosa paisaxe narrativa.

Unha paisaxe que tende a reflectir o común, isto é, a facer da vida nos barrios das nosas vilas, onde atopamos á xente máis humilde e, normalmente a máis chea de problemas, o magma que flúe polas súas historias. Problemas que fan deles unha sorte de heroes do cotiá, xente anónima que se enfronta aos atrancos que a vida adoita poñer ante nós, máis complexos en función do hábitat e as circunstancias desas persoas, pero que a Diego Ameixeiras sérvenlle para plantexar toda unha serie de matices humanos, de dúbidas e contradicións que, ao longo de cada un dos seus textos, levedan dun xeito poucas veces agardado. Neste caso cóntansenos os últimos días na vida de Mateo quen, dende a venda de drogas a pequena escala, tece ao seu arredor toda unha serie de complicidades que dende as débedas de vida ou o amor, establecerán o seu marco vital. Un perímetro de espiño que pouco a pouco, a medida que pasan os días, dende o contacto coas persoas e as trampas da existencia, vaise acurtando, achegándose a súa pel ata comenzar a sentir ese gume frío e a percibir toda unha serie de feridas da vida que serán imposibles de sortear. Fronte a iso un horizonte escuro, so alumeado polos ollos dese cervo implicado na morte dos seus pais nun accidente de tráfico que mudou para sempre a vida do protagonista cubríndoo todo cunha mestura de mágoa e sombra cada vez máis densa e que só, cando o amor asomou permitíu albiscar unha certa claridade que Mateo pretende recuperar co regreso dese amor que foi e que finalmente quedarase niso, nun pasado que lembrar.

Pero nesa esperanza é na que Diego Ameixeiras converte en especial este libro. Se nos seus anteriores relatos, con títulos como ‘A noite enriba’ ou ‘A crueldade de abril’, por citar os dous máis recentes, apenas había espazo para esa esperanza, desta volta algo semella mudar. A presenza dun sacerdote co que Mateo colabora en diversas causas sociais, unha especie de comuna que se forma para tentar mudar a sociedade e a lumieira do amor, semellan axitar, tanto en Mateo como no propio Diego Ameixeiras, unha conciencia de que o futuro pode ser diferente e de que ao mellor ese espiño non ten porque chegar a ferir.

O que si nos atopamos de novo é a espléndida escrita de Diego Ameixeiras, os seus diálogos, frases que poderíamos gravar nos frontispicios das nosas vidas: «Se unha porta se pecha, non se chora. Éntrase a patadas noutro sitio» ou «Un é o que cre que deixou de ser», só por citar dúas das moitas que obrigan á pausa e á reflexión. Unha escrita que se tinxe dunha pulsión xornalística que nos leva a formación do autor, a ese desexo por poñer a vista na actualidade, neses vieiros de vida que se agochan nas nosas rúas e vilas cheas de historias que contar. A todo iso Diego Ameixeiras súmalle os seus coñecementos e gustos literarios e cinematográficos para artellar unha novela que ten moito de guión cinematográfico. Cada capítulo semella ser o plan de rodaxe dunha secuencia que, na suma delas, ofreceríanos un fantástico filme, de aí que os nosos produtores cinematográficos xa están tardando en facerse cos dereitos dunha novela que daría unha moi boa película.

O cervo e a sombra’ ten moito de canto sobre os desfavorecidos, non só Mateo, senón outros personaxes que nos levan a pensar sobre o que acontece con diferentes membros da nosa sociedade. Soidades que as veces coinciden e catalizan sentimentos e afinidades, aínda que estas estean sempre a piques de estourar, como acontece con calquera vida ferida.

 

Publicado na Revista. Diario de Pontevedra 13/11/2021