luns, 27 de xuño de 2022

Piel para el olvido

 

[Ramonismo 116]

La poesía de Natalia Litvinova es un ejercicio intuitivo que rastrea en la memoria familiar convertida en firme presencia



De origen bielorruso Natalia Litvinova vive en Buenos Aires desde los diez años, edad a la que su familia se trasladó a Argentina. Poeta, traductora y editora las últimas semanas protagonizó diferentes actos en Galicia debido a su estancia temporal en la coruñesa Residencia Latitude 43 de la mano de la también poeta Yolanda Castaño. Semanas en las que compartió su poesía con los lectores en espacios donde sus virtudes comunicativas nos permitieron a muchos descubrir a una mujer que entiende la poesía como una práctica con mucho de intuición, en el intento de encontrar la palabra que permita establecer un vínculo necesario con su memoria familiar para propiciar así una poética asentada en la nostalgia del pasado, pero entendida esta de una manera madura, en absoluto cursi o simple, sino que, bajo esa recuperación de sensaciones familiares vividas, se encuentra una memoria necesaria que explica a la persona que Natalia Litvinova es hoy.

«Esta blusa es piel para el olvido», es el remate de uno de los poemas de su último libro, ‘La nostalgia es un sello ardiente’ que se presentó en la pontevedresa Librería Paz a finales del pasado mes junto a su editora, la también poeta y novelista, Elena Medel, que, en el valiente y esmerado catálogo de La Bella Varsovia acoge los poemarios de Natalia Litvinova. Esa piel envuelve una hilazón de versos que indagan en la infancia de su autora, a través del recuerdo y la recuperación de las complicidades establecidas con la que fue su amiga en aquel momento, y ahora rescatada a través de las redes sociales, Catalina. A ambas, geografías, tiempos e idiomas, las han ido separando progresivamente hasta constituirse en dos planetas distantes entre sí, pero que Natalia Litvinova ha querido explorar en un ejercicio extenuante por lo que supone enfrentarse a una presencia de manera permanente, a través de un diálogo y una suerte de conversación continua durante muchos meses.

Una exploración que va más alla de lo meramente amistoso, adentrándose en lo que suponen las relaciones madre e hija, los vínculos con los espacios de la infancia en Bielorrusia, el campo, la casa, la escuela, pero también los aprendizajes y las experiencias que van componiendo a nuestro alrededor una coraza a medida que pasan los años.

Ya en su anterior libro de poemas, el espléndido ‘Cesto de trenzas’, esa mirada al territorio del pasado suponía un emocionante registro de lo vivido a partir de la tradición local de unir a las mujeres del clan mediante el corte de su trenzas y, posteriormente, ser guardadas en un mismo cesto. Unos cabellos que nos hablan de ese sentimiento de tribu, de un universo femenino que establece sus propias normas frente a tantas otras situaciones como suceden alrededor. «Soy la región /que mi madre/ mejor conoce» es la forma de abrir uno de los poemas de este cesto. Una contundencia del cuerpo que nos habla del impacto físico, de la relación de esa piel, de nuevo la piel, con un ecosistema de afectos, pero también natural. En sus libros todos los componentes de la naturaleza, desde los animales a los motivos vegetales, toman una enorme importancia como eslabones de esa cadena sentimental. Ella que, precisamente todavía niña, armó su primer poema desde la cocina del hogar mientras su madre cocinaba y la nieve caía sobre la tierra dura. Madre/cocina/nieve. Un triunvirato del que quizás no haya que salir nunca para no sentirse al borde del principio, un espacio acotado pero de una inmensidad tal que ni en toda una vida se podría rastrear al completo porque en él son infinidad las existencias que se contienen, las presentes, pero también las ausentes, ya que la poesía de Natalia Litvinova siempre tiene a los antepasados como un diapasón de lo que a ella misma le sucede.

La nostalgia es un sello ardiente’ es, por lo tanto, un magnífico acceso a una poeta que debemos seguir, especialmente desde esta orilla de un océano que ahora también es el suyo. Aguas que van y vienen como las personas y los versos por el mundo.

 

 

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 11/06/2022

xoves, 23 de xuño de 2022

Cruzar la noche

 

[Ramonismo 115]

'Desgracia’ el libro de poemas de Fernando Valverde hace de la palabra y el verso el farol que portar en la oscuridad



HABITAR los poemas de Fernando Valverde (Granada, 1980), se convierte siempre en una experiencia arrebatadora. Un conducirse íntimo por los estados del alma y la conexión desde la palabra con la emoción de traducir nuestra existencia verso a verso.

Desgracia’ editado por Visor, como lo fue el imprescindible volumen que reúne su poesía entre 1997 y 2017, ‘Poesía’, sigue mostrándonos una de las miradas poéticas más intensas y comprometidas de nuestras letras. Intensa por que su poesía no ceja en el empeño en observar la vida, en medir sus luces y sus sombras, estableciendo desde la palabra las categorías de ese eterno duelo y, comprometida, por lo que tiene de honrar esa mirada a través de no sucumbir  en análisis y senderos más sencillos para el lector que harían de su simpleza un fracaso. ‘Desgracia’ es un dolor permanente, una vida que quema y hace de nosotros combustión.

Como Dante que miró hacia el fondo de la noche, Fernando Valverde, en un ejercicio de honestidad poética y personal, cruza la noche para legitimar esa palabra, ‘Desgracia’, como una parte más de nuestra identidad, como un acto de resistencia frente a una sociedad que solo se siente plena desde la felicidad, desde la alegría y la sonrisa líquida. Como si la pena, el dolor, la muerte o la oscuridad, que tantas veces nos envuelven, no formasen parte de nosotros, siendo, además, imprescindibles para explicarnos.

Es ahí, en ese itinerario entre las sombras, atravesando un mundo que se deshace, donde aparece Fernando Valverde portando un farol, una tea de luz que hace del poema y de la palabra, una esperanza que no pocas veces cede y tiembla ante lúgubres vientos. Vértigos, alturas, la resistencia de la belleza, el tiempo que se consume, la fragilidad de la memoria, la soledad y la imposible intuición de un final, nos van dando las claves de este hatillo de poemas valientes por mirar a los ojos allí donde pocos quieren mirar, pero donde encuentra la compañía de tantos como él: Dante, Byron, José Hierro, Ángel Valente y, por supuesto, su admirado Raúl Zurita, otro habitual del Gólgota poético a dónde todo poeta debe subir para mirar a sus pies, para observar a un ser humano, hijo de la estirpe de Caín, el de la mano teñida de rojo,  el fundador de la tristeza que, como una plaga bíblica, desde sus tiempos nos rodea como una serpiente.

En esa genealogía de la ‘Desgracia’ se adentra el poeta granadino para hacer frente al olvido, quizás lo máximo a lo que pueda aspirar cualquier poeta, a contar «todo cuanto olvido». Ese hecho de contar es el que ilumina en la noche, el que convierte los ojos en útiles, tantas veces inútiles. Y son, precisamente esos ojos los que se abren, por fin, llegando al remate de este rosario de versos que alcanzan «el borde desnudo de la sombra», para, desde allí, someternos de nuevo a la oscuridad, esa que evitamos como colectivo, esa que tememos como individuos, pero esa que todos somos en algún momento y que Fernando Valverde convierte en una noche que atravesar entre un silencio solo roto por las palabras.

 

 

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 4/06/2022

 

 


xoves, 9 de xuño de 2022

Pelos, libros y risas

 

[Ramonismo 114]

Juan Pablo Villalobos nos propone un relato lleno de virtudes desde su sencillez y transmisión de la felicidad



HAY libros que son un bálsamo. Un feliz paréntesis en el ajetreo diario que te lleva a gozar durante varias horas de un relato que, aunque no lo parezca aparentemente, acoge en su interior toda una serie de cargas de profundidad sobre nuestro ecosistema, aunque este aparezca camuflado bajo una piel de bondad.

El escritor de origen mexicano, aunque afincado desde 2003 en Barcelona, Juan Pablo Villalobos, hace de su último libro, ‘Peluquería y letras’, editado por Anagrama, un itinerario vital que comparte con todos sus lectores, haciendo de su barrio, de su cotidianeidad, trabajo, familia y vecinos, una suerte de territorio donde puede suceder de todo y en el que nos podemos encontrar con situaciones de lo más insospechadas y que nos pueden llevar, abriendo el foco, a plantearlas a un nivel más global.

Lo que está claro es que, tras la lectura de esta pequeña novela que ronda las cien páginas, se tiene la sensación de encontrar en la literatura un lugar en el que guarecerse, la manera de pasar un buen rato asistiendo a las andanzas, entre picarescas y azarosas, de quien ve la vida a través de su ejercicio literario, con no pocas puyas a su propio oficio y a las inspiraciones que motivan los textos o los métodos de trabajo, pero que, al mismo tiempo, hace de ella un ejercicio compartido de descubrimiento de lo que se oculta en nuestras actividades diarias: recados, citas médicas, oficios y hasta en ir a cortar el pelo. A partir de ese deambular urbano se entrelazan toda una serie de situaciones que Juan Pablo Villalobos enhebra con frescura e inteligencia, aderezándolas de un humor que enseguida nos atrapa sumándonos a ese itinerario en una feliz andanza.

Ese «deseo de escribir» sobre el que reflexiona tras citarlo Juan Pablo Villalobos, nos lleva a lo largo del relato a encontrar y mostrar cómo en su interior se produce una suerte de contestación frente a esa concepción general del escritor que nos tiene que transmitir siempre un mensaje casi revelado, una suerte de epifanía literaria que solo quien está tocado por las musas puede llegar a convocar. El autor le da la vuelta a ese ejercicio por el que tantos autores suspiran, casi más que por sentirse como escritores, para que los demás los vean como autores de consideración. Lo que hace Juan Pablo Villalobos es que desde las aceras de su vecindario, desde esos escenarios comunes, donde aparentemente no sucede nada, se puede encontrar una mezcla de felicidad común con aventuras insospechadas que motivan esa literatura aparentemente banal, pero que nos lleva directamente a situarnos junto a un escritor y a una mirada hacia la realidad con la gran preocupación de poder resolver un fallido corte de pelo, así como diferentes complicidades personales.

Una novela, por lo tanto, que a poco que se rasque bajo esa capa de humor que nos agita permanentemente, nos muestra una reflexión sobre el oficio de escritor, pero sobre todo sobre la vida y sobre esa vida tan desprestigiada como es la vida feliz, la que también es capaz de generar literatura.

 

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 28/05/2022


luns, 6 de xuño de 2022

Imaginar es salud

 

[Ramonismo 113]

Lo vivido en la pandemia lleva a José María Merino a armar un lúcido libro sobre nuestro tiempo y el Renacimiento



Como un acto de resistencia frente a la realidad es como podemos definir de manera rápida el nuevo libro de José María Merino, ‘La novela posible’, editado por Alfaguara. Un frente de resistencia ante un mundo que nos rodea de muerte y dolor durante la pandemia de una manera pocas veces vista en un tiempo en el que pensábamos que éramos invencibles. Pero llegó el covid y con él una serie de medidas que nos obligaron a un encierro forzoso en el que este Premio Nacional de las Letras encontró un firme anclaje a la vida en la escritura y, por supuesto, en la imaginación, que se rebela en el libro como un bálsamo de Fierabrás, absolutamente imprescindible cuando la vida se pone peliaguda.

En ‘La novela posible’ José María Merino trenza tres historias desde su encierro domiciliario. La primera la de la pintora Sofonisba Anguissola, una mujer (y como tal muy desconocida) con unas dotes extraordinarias para el arte pictórico, presente en la corte de Felipe II y con una larga vida absolutamente novelesca de la que el autor de origen gallego se adentra en su biografía. La segunda, la de una mujer en un momento de ruptura amorosa con su pareja y cuya vida observa desde su balcón y, en tercer lugar, la descripción de su propio confinamiento, en el que, como en un diario de a bordo, se relacionan tanto sucesos de la vida personal como de la actualidad de un país aturdido ante los acontecimientos.

Tenemos, por lo tanto, un planteamiento aparentemente complejo, de saltos temporales, de historias que se mueven en ámbitos diferentes, pero cuya resolución José María Merino maneja con una maestría y, sobre todo, con una inteligencia que, como es habitual en sus relatos, sirve para colocarnos ante nuestro retrato colectivo. Todo ello entre dudas sobre el propio proceso de escritura de la que se intuye como una novela posible y que, finalmente, se convierte en realidad, a base de limar asperezas con ese tiempo del Renacimiento aparentemente tan lejano pero que, simbolizado en esa mujer dotada de tan altas capacidades para la pintura y para la observación de la vida, poco a poco se van fundiendo casi en una misma identidad.

Ahí será donde un elemento es firme asidero para ambos, pero que José María Merino, como un Alonso Quijano rodeado de gigantes de largos brazos, convierte en su armadura para hacer frente a la realidad. Me refiero a la imaginación, esa que le lleva entre cifras de contagios y muertos a crear pequeños cuentos que, como cápsulas de distracción, se convierten en medicina ante el virus, el de la propia enfermedad y el infiltrado en una sociedad en la que demasiadas noticias falsas y políticos obtusos crean un campo minado para la esperanza en el ser humano y donde lo mejor es la evasión. Mirar desde un balcón cómo este páramo humano se desenvuelve, observar cómo una mujer descubre que el amor no siempre es lo que parece, o donde un académico nos ilumina con sus conocimientos sobre Cervantes o Galdós pero, sobre todo, donde sentimos cómo nuestras vidas se han visto detenidas con mayor o menor fortuna.

 

 

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 21/05/2022