xoves, 16 de novembro de 2023

Familias en tensión

 

[Ramonismo 172]

Guadalupe Nettel hace de ‘Los divagantes’ una mordiente aproximación al clan familiar y lo que supone para el individuo



SE aproxima la mexicana Guadalupe Nettel de manera inteligente al ámbito de la familia a partir de diferentes situaciones que no hace más que trabajar y mostrar la quiebra, ese punto de ruptura que siempre está presente en todo contexto humano, más aún si este viene definido por esa pertenencia a la tribu y a un ámbito donde las relaciones se evidencian como mucho más intensas que en cualquier otro territorio que vincule a los seres humanos.
En cada uno de ellos la autora es capaz de poner la lupa en ese instante en el que todo muda, bien por un acto premeditado o por cualquier circunstancia azarosa que pone a los protagonistas ante una nueva realidad, tras la cual todo, a partir de ese momento, será diferente y sus componentes no serán los mismos. Con una magnífica escritura, libre de complejidades estilísticas o difíciles armazones argumentales, Guadalupe Nettel saber hacer de cada relato una especie de esencia, una sublimación donde nada sobra y todo está perfectamente medido para dirigir nuestra atención hacia esa tensión que en muchos de los textos intuimos línea tras línea, mientras en otros nos sorprende, provocando también en el lector esa tensión que nos permite conectar con alguno de sus protagonistas.

Elementos silenciados a lo largo del tiempo, conductas que se revelan en un determinado entorno al que no se estaba acostumbrado, interferencias oníricas, la evolución de las relaciones entre hombre y mujer, los cambios en los hijos... Todos ellos son ingredientes de los relatos que forman parte de ‘Los divagantes’, editado por Anagrama, a partir de los cuales se produce esa fractura que nos sitúa ante una nueva realidad que provoca el siguiente cambio en la mirada de quien se hace eco de él. Esa mirada puede suponer el final del relato, pero también una rápida advertencia de aquello que sucede a nuestro alrededor y que por diferentes cuestiones nunca habíamos atendido. Y es que las familias son ecosistemas diversos en los que nada está escrito y los comportamientos de sus componentes serán los que irán definiendo su evolución.

Divagantes, ecosistemas... palabras que nunca son casuales, ya que si hay otro elemento que está muy presente en buena parte de los relatos es la naturaleza y cómo ella puede albergar metáforas, explicaciones e incluso razonamientos para lo que le ocurre al ser humano en esos otros contextos más urbanos de ciudades, calles o viviendas, donde todo parece oprimir todavía más nuestras acciones, de ahí que la necesidad de la naturaleza, de establecer un contacto que nos permita recuperar aquella parte más atávica de lo que somos accione nuevas percepciones de la existencia. Se preguntarán ustedes que son los divagantes, pues en uno de los relatos más hermosos, que así se titula, se nos explica cómo una de las variedades de albatros recibe ese nombre cuando se desorientan por la ausencia de viento, obligado en su manera de volar, cayendo en la desorientación y alejando a esos ejemplares de su entorno natural. Así es como muchas veces las personas se encuentran frente a esa desorientación que viene marcada por la insatisfacción, el miedo, las dudas, las inquietudes, lo inesperado o ese destino que tantas veces se nos escapa de las manos con independencia de nosotros mismos, por citar tan solo alguna de las situaciones que pueden motivar ese estado de perplejidad, hacen que reaccionemos de una manera que mudará todo aquello que las rodea.

Ese alambre sobre el que hacer equilibrios, como es el afecto, es con el que Guadalupe Nettel activa la energía interior de cada una de las historias, manejada desde una forma de escribir especial, ya reconocida como una de las más atractivas y firmes de latinoamérica, logrando entre otros galardones el prestigioso Premio Herralde de Novela en el año 2014 con ‘Después del invierno’, siendo en 2023 finalista del Premio Booker Internacional con su anterior libro, el también muy recomendable, ‘La hija única’, donde de nuevo la familia, a través del hecho de la maternidad en tres mujeres, está muy presente.

Sabemos lo jugoso que es la familia como materia literaria, lo bueno es cuando encuentras una manera de aproximarse diferente, que mira allí donde no estamos acostumbrados a hacerlo, tal y como hace Guadalupe Nettel.

 

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra, 14/10/2023


domingo, 5 de novembro de 2023

Cuidado, no te quemes

 

[Ramonismo 171]

Eloy Tizón reúne en ‘Plegaria para pirómanos’ nueve relatos sublimes, tanto en su escritura como en su fondo de pura vida



CADA uno de los relatos que configuran esta ‘Plegaria para pirómanos’, editado por Páginas de Espuma, precisa de su tiempo de reposo. Un periodo de latencia que sirve para no salirse de lo narrado, absolutamente imposible hasta que pasan varias horas, y para que la contundencia del lenguaje baje unos cuantos grados una temperatura que abrasa las pupilas del lector en cuyo estado se hace imposible la relación con el entorno.

Nueve textos con un hilo que los trenza, unos de manera más evidente, otros de manera más casual, pero todos ellos perfectamente armados por un narrador en estado de gracia que dinamita la propia concepción del relato breve, estableciendo nuevos itinerarios, digresiones espaciales y temporales, pero que en cualquier caso se aferran a la vida para entender cómo esta patalea, para capturarla de la mejor manera posible y meterla en estas páginas en las que escribir es como perseguir a un conjunto de patos tras abrirles una jaula.

Esta metáfora, evidentemente, sería imposible que se me ocurriera a mí, de ahí que la recupere de uno los relatos que componen este libro, y es que en cada uno de ellos podríamos dedicarnos a señalar alguna de esas frases que una vez que las lees las entiendes ya como eternas. Verdades absolutas que se revelan ante el lector para siempre y que quedarán marcadas a fuego como aquellas señales humeantes con que se marca a determinadas reses. Un humo que sale de entre esas palabras, de entre unas historias escritas desde un lenguaje en permanente combustión que alumbra todos esos rincones en que se esconde la vida, tanto en sus puntos álgidos, en sus conquistas y felicidades, como en sus simas, sus ocasos y tristezas, o como él mismo escribe, «la vida es mitad magia, mitad espanto».

La vida del escritor, la existencia en soledad de los ancianos, la juventud, la vida en pareja... son sólo algunos de los argumentos que motivan a Eloy Tizón para trazar toda esa geografía humana que se abre frente a nosotros para poner ante nuestros ojos toda esa realidad que nos rodea y que muchas veces, demasiadas, intentamos evadir tan concentrados como estamos en nosotros mismos, en defender nuestra identidad, aunque ello vaya en perjuicio del colectivo, de una sociedad ante la que cada vez más debemos mostrarnos cautos, casi protegidos por una coraza de espinas para evitar toda una serie de daños, de ahí que no extraña que el protagonista de este devenir se llame Erizo.

Relatos para leer una y otra vez, sobre todo tras esa lectura inicial que se hace siempre entre la sorpresa y el deslumbramiento para, en posteriores encuentros, detenerse en los juegos que nos plantea su autor, en las complicidades con el lector, al que respeta de una manera no demasiadas veces vista en la literatura ya que sin esa implicación que se necesita en cada relato todo se vendría abajo. ‘Grafía’, ‘El fango que suspira’, Dichosos los ojos’, ‘Anisópteros’ son los títulos de algunos de ellos, mis favoritos, si quieren que les plantee un ranking, siendo los que más veces han hecho que me relama en sus historias y sobre todo en cómo estas se nos ofrecen, el gran reto de todo escritor, la gran conquista de Eloy Tizón. En ‘Dichosos los ojos’ enumera varias de esas bendiciones con las que la vida nos premia, instantes fugaces que nunca ya seremos quien de olvidar, preguntándose al inicio «¿Qué es lo que me falta a mí por ver?», a lo que todos nosotros podríamos unirle estos relatos, ya que en ellos te toca la belleza de verdad.

Seres equivocados, vecinos indolentes con quien se agota a unos centímetros de ti, un grupo de chicas a la búsqueda de la belleza, de qué manera miramos el mundo... son algunas de esas derivas en las que el autor logra que nos adentremos para mirar directamente a los ojos a la vida, aunque la temperatura de ésta sea tan alta que nos haga correr peligro. Siempre un peligro controlado, muchas veces inscrito en un inesperado latido poético capaz de configurar hermosas imágenes para la fiereza de las palabras, quizás, la única manera de aliviarnos del dolor, de curarnos del lamento, y todo en un libro que terminó de imprimirse, en la primera edición de las muchas que vendrán, el 26 de agosto de 2023, aniversario del nacimiento de Julio Cortázar, que se preguntó «quién nos curará del fuego»

 

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 7/10/2023 

xoves, 2 de novembro de 2023

Yo... nosotros

 

[Ramonismo 170]

'Mirafiori’ completa una trilogía literaria sobre el descubrimiento de la vida y la experimentación amorosa



SABE Manuel Jabois que la vida empieza a tomar velocidad con la primera caricia a una piel distinta, con esa mano que se agarra a otra, primero desde la timidez y la agitación y después con la seguridad de haber llegado a tierra firme. Cuando el yo se convierte en un nosotros.

Malaherba’, ‘Miss Marte’, y ahora ‘Mirafiori’, todas ellas editadas por Alfaguara, configuran un tríptico que hace del descubrimiento de la vida una revelación no siempre fácil de asumir y mucho menos de escribir, por todo lo que tiene de mirar hacia uno mismo, de una escritura llena de experiencias y sensaciones vividas que, convertidas en literatura, y con el paso del tiempo como reactivo obligado, adquiere esa configuración de balcón en invierno al que asomarse para entender en lo que uno se ha convertido.
Manuel Jabois nos conduce por sus novelas de una u otra manera por ese territorio del comienzo, donde amistades y amores nos jalonan como presencias que nos acompañarán eternamente, bien de manera física o casi como fantasmas capaces de aparecer de la manera más imprevisible. Patios de colegio, veranos, calles de una ciudad... escenarios de lo cotidiano que se convierten en auténticos laboratorios de vida, experimentos desde los que evolucionar hacia la existencia adulta en un tránsito lleno de imprevisibles consecuencias, de obstáculos que superar, pero también de gozosos descubrimientos que forman parte del proceso humano de crecimiento.

La literatura de Manuel Jabois convierte ese laboratorio en la manera en que cada uno de nosotros llegamos a esas situaciones que nos revelan la vida, otorgándole su sentido real, ese que pertenece a nuestra intimidad, al capítulo de las relaciones que surgen a lo largo de esa experimentación vital. Hermosos y malditos nuestra juventud nos hace percibir la realidad de una manera muy diferente a cómo la entenderemos años después, pero ese tiempo queda en nosotros como los anillos en el interior del tronco de un árbol. Señalando momentos, dejando constancia de un tiempo en el que fuimos, pero del que todavía somos parte.
Así es como ‘Mirafiori’ cuenta una historia de amor, casi nada, la de Valentina Barreiro, ‘Valen’ y  un hombre con la línea del fracaso bien marcada en su mano. Un destino al que se verá abocado con el paso de los años, ese tiempo que aquí nos lleva a saber de esa historia cuando ésta ya ha finalizado, cuando se ha convertido en una larga sombra que los acompaña a ambos a lo largo de sus vidas y ante un encuentro que agita el pasado y sirve para activar viejos, o no tan viejos, fantasmas. Y es que ‘Mirafiori’, en este tríptico literario, sirve para que ese amor no esté tan vinculado a un momento concreto, a la adolescencia o a la incipiente madurez, como sucedió respectivamente en las dos primeras novelas, y sí ahora a cuando este ya no supone más que una derrota. Una bandera blanca que agitar. Esa derrota es la que motiva un relato que arrastra numerosas cadenas como una pesada carga de las que unos se liberan antes que otros.

Otro libro cuyo título comienza por M, como esa montaña rusa que es la vida, de picos altos y bajos, de emociones que Manuel Jabois expresa como siempre, o mejor que nunca, con frases redondas, con pellizcos a nuestra piel para que nos sobresaltemos en esa atmósfera que se logra crear entre recuerdos, entre miradas a una Pontevedra de los años noventa donde sus calles, sus institutos, sus discotecas y sus comercios vuelven a reconocer al autor que nunca se olvida de su origen, de donde nace todo y sin el que poco o nada se puede explicar de lo vendría después. Sucede lo mismo con su Portonovo y con un mar que devuelve muertos, poniéndonos en un estado de alerta permanente a lo largo de toda la lectura, al ser capaz de vincular esa historia tan vital con una serie de espectros que surgen de los relatos escuchados, de muchos redactados en las páginas de prensa, pero sobre todo, aquellos que nos rodean todos los días, aunque no seamos quien de explicarlos de manera razonable.

Tampoco el amor atiende a demasiadas razones y así es como Manuel Jabois despliega un riquísimo recorrido emocional de lo real y lo imaginario, de lo físico y lo etéreo, de impulsos y retrocesos, en definitiva, de cómo dos personas, desde sus yos individuales gestionan ese nosotros que brota en un momento determinado de nuestras vidas como una torrentera capaz de arrastrarlo todo y a la que sólo el tiempo y la evolución de sus protagonistas pueden concederle un sentido, real, o no.

 

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra, 30/09/2023