No pasarán de ser para todos nosotros nombres desconocidos, héroes anónimos que quizás en sus países tengan el honor de formar parte de algún monumento conmemorativo cuando las barricadas desaparezcan. Ellos serán los héroes de la historia más hermosa e importante que nos ha deparado lo que llevamos de siglo XXI. Su muerte es el precio que el pueblo desgraciadamente ha tenido que pagar por conseguir la libertad de ser naciones con futuro, de poder elegir a sus gobernantes, de ser parte del progreso de una tierra en la que sólo tienen derechos unos pocos. A esos pocos las grandes potencias, los señores del mundo, han rendido cobarde pleitesía, un gentil acuerdo de intereses que ha saltado por los aires gracias a una generación cansada de sobrevivir y con ganas de vivir. Todos ellos han demostrado que desde la calle se puede cambiar el mundo y quizás nos están dando una digna lección, los mismos a los que siempre hemos mirado por encima del hombro. Rostros quemados por el sol que ahora nos enseñan como su mecha de ilusiones prende y dinamita cada una de esas tiranías encubiertas, mientras los líderes mundiales, sin sonrojo alguno, «urgen al cambio» de unos gobiernos con los que siempre se han sentido cómodos repartiéndose diferentes tartas. Ahora, los que nunca han comido dulce, quieren seguir probando ese sabor, el sabor de la libertad.
Publicado en Diario de Pontevedra 31/01/2011
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