El 11 de mayo de 1971 fallecía Antonio Iglesias Vilarelle, uno de los tres míticos fundadores de la Coral Polifónica de Pontevedra y del que Filgueira Valverde dijo que «Dios le ayudó a crear con pobres voces, un instrumento de finura insuperable». Traer hoy su recuerdo supone rescatar a uno los personajes esenciales de nuestra historia.
«El pasado nunca se muere, ni siquiera es pasado”. Esta frase de William Faulkner explica, mejor que ninguna otra, el papel que la historia y el tiempo tienen en la configuración social y humana de nuestra ciudad. Pontevedra se ha ido gestando en base a las aportaciones de numerosos personajes que, con sus inquietudes, distinguieron a esta ciudad desde los campos más diversos de la creación y el pensamiento. Retomar su memoria supone entender un poco mejor lo que somos para anular así un pasado que realmente es presente. Uno de ellos fue Antonio Iglesias Vilarelle, uno de los padres de la Coral Polifónica de Pontevedra, pero también mucho más.
Un día como hoy de hace cuarenta años la noticia de su fallecimiento llenaba de pesar a esta capital, compungía el corazón de la música y la educación, disciplinas a las que dedicó la mayor parte de su vida, y cerraba el primer capítulo de la larga historia de la Coral Polifónica al ser el último de sus creadores en fallecer, antes que él lo hicieron, Antón Losada Diéguez y Blanco Porto. ‘Renovar descubriendo’ pudo ser su lema, como acertadamente pronunció José Filgueira Valverde en contestación a su discurso de ingreso en la Real Academia Gallega y que Diario de Pontevedra publicó íntegro al conocer el óbito. Él, junto a todo un grupo de compañeros de generación, entre los que podríamos citar a Francisco Javier Sánchez Cantón o el propio Blanco Porto, encarnaban a toda una estirpe de personas amantes de hacer de la cultura su razón y motivo, y engarzar esa atención a las más altas cimas del pensamiento con su difusión entre la ciudadanía mediante iniciativas tan destacadas como la creación de la propia Sociedad Coral Polifónica de Pontevedra en 1925, de la que fue director desde 1940 tras la muerte de Blanco Porto. Pero su rastro en el mundo de la música tuvo un mayor recorrido, reconocido en 1960 con el título de hijo adoptivo de Pontevedra (había nacido en Santiago de Compostela en 1889), fue miembro numerario de la Real Academia Gallega y correspondiente de la española de Bellas Artes y director del Conservatorio. En su larga vida consagrada a la música compuso diversas obras, entre las que figura canciones populares gallegas, piezas religiosas y una misa en gallego.
Como parte de ese insaciable enjambre que tanto néctar generó en la Pontevedra de los años treinta y cuarenta, sus contactos con otros ámbitos de la creación fueron numerosos, coincidió con la estancia de Laxeiro en Pontevedra, y el pintor de Lalín dejó en nuestro museo feliz testimonio de ese encuentro. Si Laxeiro realiza un escalofriante retrato a Blanco Porto en su lecho de muerte en 1940, feliz será la realización de una obra posterior de Iglesias Vilarelle dirigiendo a la Coral Polifónica y de un certero carboncillo que retrata a nuestro protagonista.
Años más tarde, otro pintor, integrante de esa generación de renovadores de la plástica gallega, el marinense Manuel Torres, entrevistará al director de la sociedad musical para mostrar a la diáspora gallega en Buenos Aires la fecunda labor de la entidad pontevedresa. La entrevista formará parte de aquel singular proyecto creado por Luis Seoane, la revista ‘Galicia Emigrante’, auténtico eslabón entre ambos márgenes atlánticos, que en su número de julio-agosto de 1957 incluye dicha entrevista, junto a otro retrato de mano del propio pintor y dibujante. Entre sus contestaciones se evidencia su indiscutible devoción por la empresa creada en los años veinte que justifica por “un puro placer por la música, y el convencimiento de que la música era el medio más fácil de recoger el poder germinador que surge del alma de un país, profundamente lírica y musical”.
Este ‘hombre de muchas almas’ como lo define Filgueira Valverde en el discurso anteriormente citado, presenta en ese relatorio numerosas aristas, ámbitos de creación, pero también de reflexión y ensayo que provocaban la admiración entre sus coetáneos, e incluso la sorpresa: «¿Quién es ese hombre que vive allá abajo?», preguntaba el último de los contertulios de Muruais. Pocos sabían entonces que aquel hombre guardaba ‘allá abajo’ libros que envidiaría alguna Facultad de Letras. Fue también uno de los introductores de la psicotecnia pedagógica en España, capaz de discutir sobre el arte mozárabe y uno de los renovadores de los Estudios Gallegos, ideados en torno a una mesa en casa de Losada Diéguez, junto a Octavio Pintos y el propio Filgueira Valverde.
Aquel cortejo fúnebre que lloraba desde la basílica de Santa María simbolizaba el luto de una ciudad y el valor otorgado a ese hombre vital en nuestro desarrollo cultural y al que otro de esos personajes esenciales de nuestra historia, Antonio Odriozola, glosó tras su fallecimiento, destacando su “curiosidad musical, siempre alerta y atenta a cualquier novedad”, así como su recuerdo permanente en las jornadas de la Coral Polífónica en las que “supo conducir a la formación con maestría y exquisito gusto musical”. Antonio Odriozola formaba parte de ese cortejo y un día después todavía sentía como se le erizaba la piel al recordar la interpretación que durante el funeral hizo la Coral Polifónica de una de las piezas preferidas por Iglesias Vilarelle, un motete de Handl llamado ‘Ecce quomodo moritur justus’ y que en esta ocasión él no pudo dirigir.
Publicado en Diario de Pontevedra 11/05/2011
Salida del funeral celebrado en la basílica de Santa María 12/05/1971
Retrato de Iglesias Vilarelle realizado por Laxeiro en 1940 (Museo de Pontevedra)
Ningún comentario:
Publicar un comentario