Pancho Rodiño (Pontevedra, 1967) nos ofrece su trabajo a través de una inteligente propuesta hasta el 20 de mayo en la sala de exposiciones de la delegación de la Xunta de Galicia en Pontevedra. Piezas actuales, realizadas en este mismo año, y un conjunto de obras realizadas en el año 2003 y que nunca fueron expuestas en la ciudad. A la vista de esas obras el creador responde a muchas de sus inquietudes a la hora de trabajar ya que en esas geografías se anuncian motivos y conquistas posteriores.
Paisajes. Espacios para reconducir todo lo que se agolpa a nuestro alrededor conceptualizando las experiencias que la vida pone ante el ser humano, o en este caso ante el artista. Pancho Rodiño nos invita a entrar en estas geografías íntimas y potencialmente sugerentes. Cargadas todas ellas de un meditado análisis de la realidad y que se traspasa al soporte plástico desde dos grandes direcciones, siempre desde ese ámbito de la abstracción que permite al artista ser él mismo, encontrar su propia apuesta, en definitiva, hacer el arte que a él interesa y satisface. Observamos, por lo tanto, en esta amplia muestra de su trabajo dos vectores: uno que había permanecido premeditadamente olvidado en el taller del artista, en ese cenáculo creativo que de vez en cuando sirve de caparazón para encerrar la memoria de la propia obra de arte y que emerge ocho años después de su concepción para presentarse ante nosotros como una explicación. Como un escalón más dentro de la necesaria y lógica evolución del artista. Y es en Pancho Rodiño el tema de la evolución, la lógica aplastante de su obra, una etapa creativa anuncia el paso siguiente y así se evidencia en esta muestra. Esas piezas del año 2003 son de nuevo paisajes planos, estudios de geografías, de naturalezas que se plantean en el lienzo como una estructuración de espacios con fragmentos que aluden a lo real. Estos territorios crecerán con el tiempo y a ellos se les añadirán elementos, fragmentos de la propia vida, maderas, por ejemplo, que acuñan vida dentro de la obra; pero también volumen, un hálito de vida que hace que el cuadro respire, que el paisaje se redimensione y vuele hacia el exterior, hacia nuestro espacio, hacia nuestra realidad.
Pancho Rodiño confirma desde ambas direcciones la maduración de su trabajo, la sólida conformación de un discurso que, lejos de parecer cerrado en sí mismo, ofrece al espectador una enorme infinidad de sensaciones, que al fin y al cabo, es lo que busca conseguir este creador. Motivar al espectador, adentrarlo en ese territorio expiatorio de una intimidad resuelta desde lo visual. Pancho Rodiño busca nuestra complicidad, pero también nuestro esfuerzo, nuestra implicación a través de un contacto visual con la obra que debe prolongarse durante unos segundos para encontrar respuestas. Desde esas respuestas, es desde las que tiene finalmente sentido su trabajo y la forma de entender el arte al que ha dedicado su vida este pontevedrés deseoso de que su ciudad conozca su trabajo tras muchos años, demasiados, de silencio en ella.
Un silencio del que parecen hacerse eco sus obras, fruto de la meditación y el estudio, ese silencio les otorga un valor añadido, una capacidad que pocos artistas tienen para incluir en su obra esa dimensión que otras artes, como la poesía, son quien de alcanzar, y de hecho en todas estas piezas hay mucho de poética, de una sensibilidad encerrada en un soporte físico, en una materia que se revela como fundamento de un discurso apasionante.
Publicado en Diario de Pontevedra 15/05/2011
Fotografía Rafa Fariña
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