Durante estos días estaría frotándose los ojos ante los movimientos populares enfrentados a las clases dirigentes, pero la vida no le ha dejado disfrutar de algo a lo que tanto nos había animado. El sábado se cumplió un año de su muerte. La muerte de un escritor como Saramago no es un punto final, sino un continuo fluir de circunstancias a la sombra de una extraordinaria obra literaria y humana. «Pero no subió a las estrellas si a la tierra pertenecía», es la frase final del libro ‘Memorial del convento’ que se ha instalado al pie de un olivo junto al que desde este sábado reposan sus cenizas en Lisboa, frente a la Casa dos Bicos, sede de su Fundación. Un lugar para la peregrinación, para el recuerdo, pero sobre todo para leer y releer los libros de José Saramago, la forma de perpetuar una vida, de hacer infinita una existencia que va más allá de unas cenizas, convirtiéndose en palabras eternas.
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