Clásicos para un verano. El verano es propicio para la calma y la reflexión. Cuando el ritmo diario parece descender podemos disfrutar de aquello que las prisas diarias no nos permiten. Desde aquí apostamos por el cine, el cine clásico, el mejor cine jamás realizado. Ese cuyas imágenes son ya parte de nuestro patrimonio cultural. Una selección de diferentes títulos nos permitirá adentrarnos en varias de las mejores películas de la historia. Apaguen las luces que empezamos.
Tantas veces menospreciado por el público, en el cine mudo se encuentra la esencia del cine. La verdad parida desde el montaje, la narrativa y la planificación. En definitiva, las patas del banco de la imagen en movimiento. Dentro de ese cine mudo la alargada sombra de Charles Chaplin ha tapado a genios que nos han dejado obras maestras que en nada desmerecen a las ideadas por el propio Chaplin. Quizás Buster Keaton sea el mayor damnificado por la dimensión Chaplin. Tantas veces orillado, desde hace solo unas décadas su figura parece reclamar el lugar que le corresponde dentro, no solo del cine mudo, sino de la historia del cine como uno de sus grandes creadores de imágenes, pero sobre todo como el creador de un ritmo dentro del film que no se había visto con anterioridad. Películas como ‘El moderno Sherlock Holmes’ (1924), ‘El navegante’ (1924), ‘El rey de los cowboys’ (1925), ‘Siete ocasiones’ (1925), ‘El héroe del río’ (1928), ‘El cameraman’ (1928) o ‘El maquinista de la General ’ (1926), evidencian el genio que este hombre, de una rigurosa economía de gestos, era capaz de trasladar a la pantalla.
Siempre ligado al mundo del espectáculo, su padre lo arrojaba por las pistas de los circos de Estados Unidos cual ‘bayeta humana’. Está claro que con ese debut infantil, el sentido del ritmo iba a ser su futuro dentro del mundo del espectáculo, del mismo modo, esa crueldad mostrada por su propio padre en favor del espectáculo también volverá a aparecer dentro de su propia vida de la que Hollywood, como con tantas estrellas del cine mudo, se sirvió para crecer y posteriormente despreciar. No fueron pocos los actores y directores que se convirtieron en estrellas y a las que el futuro, en un cine que realizó un salto al vacío con el tránsito al cine sonoro, condenó a vivir del recuerdo glorioso, de una melancolía teñida de acidez.
Buster Keaton se convirtió en un artista en toda la extensión de la palabra, su trabajo en el cine de los años veinte y treinta, se puede leer dentro de los parámetros de los nuevos ismos de vanguardia. Su plasmación en la pantalla de la realidad se aproximaba dentro de los esquemas que el cubismo o el surrealismo habían ido asentando en un mundo que cambiaba a una velocidad inimaginable visto desde nuestros días. Esa misma velocidad se convierte en sus trabajos en un ingrediente esencial, al igual que la presencia de las máquinas, las grandes masas de gente desplazándose de un lugar a otro, y la reflexión que desde los diferentes planos de la representación permite el cine, algo que le cautivó desde sus primeros contactos con el séptimo arte, al superar la limitación espacial del teatro y poder dar así rienda a su comicidad donde la profundidad de campo se convierte en esencial.
Colgado del brazo de Fatty Arbuckle, aquel gordo con cara de niño que llenaba salas y salas de un público ávido de cárcajadas, entró Buster Keaton en este nuevo espectáculo que se había convertido en un gigantesco negocio en la costa oeste americana. Empezaban así los días de felicidad, una vida llena de fama y prosperidad. Buster Keaton comenzaba a familiarizarse con el mundo del cine, al lado de aquella estrella del mudo y cerca de Charles Chaplin, Harry Langdon o Harold Lloyd, junto a todos ellos conoció los secretos de los rodajes y un aspecto fundamental en el cine mudo: el montaje. Buster Keaton afianzaba sus gags, tiñéndolos de un humor y una ternura entre la ironía y la tristeza que transmitía desde el gesto, adusto, inmutable, esa ‘cara de palo' con que se le conoció, al igual que el famoso mote de 'Pamplinas'. Los años veinte fueron su década dorada. Sus mejores películas se rodaron en apenas siete años entre las que destaca una de las grandes obras del cine 'El maquinista de la General'. El propio Buster Keaton, la consideraba junto a 'El navegante', como su mejor película, sabedor de haber conseguido integrar en su narrativa un ritmo endiablado, donde en cada segundo sucedía algo, con espectaculares gags y escenas que alternan la sonrisa con la carcajada. Un prodigio visual que alcanza lo sublime en escenas como la de Buster Keaton metiendo la cabeza en el interior de un cañón; o cuando se sienta entre las ruedas de la locomotora y la máquina comienza a circular; o cuando salta de manera frenética a lo largo de los vagones en unas escenas que siempre protagonizaba él mismo; o la secuencia más cara de todo el cine mudo, cuando un puente ardiendo se derrumba al paso de una locomotora; o la secuencia final, donde mientras besa a su prometida no deja de saludar a los soldados que reconocen en él al nuevo héroe. Escenas y más escenas que hacen de esta película un sutil recorrido de ida y vuelta, un sencillo esquema que se resuelve a partir de ese ritmo que sólo Buster Keaton fue capaz de lograr.
El maquinista de la General (The General, 1926)
Blanco y negro. Muda.
Correalización: Clyde Bruckman.
Guión: Buster Keaton, Al Boasberg, Charles Smith, adaptación de The Great Locomotive Chase, de William Pittenger.
Fotografía: J.D. Jennings, Bert Haines.
Producción: Buster Keaton Productions, United Artists.
Duración aproximada: 78 minutos.
Estreno: 31 de diciembre de 1926
Intérpretes: Buster Keaton (Johnny Gray), Marion Mack (Annabelle Lee), Glen Cavender (el jefe de los espías), Jim Farley (el general nordista), Frederick Vroom (el general sudista).
Argumento: Johnny Gray, conductor de locomotora, rechazado por el servicio de reclutamiento del ejército sureño en plena Guerra de Secesión, también lo es por su amada. Pero cuando los soldados del norte roban su locomotora (General) y raptan a Annabelle, no duda en perseguirlos de todas las maneras posibles a lo largo de la vía del tren hasta que logra recuperar a sus dos grandes amores.
Publicado en Diario de Pontevedra 03/07/2011
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