Nos recibió cuando sus flores todavía no habían tenido tiempo para que sus olores y colores lo convirtiesen en el reclamo que pretendía su creador. Aquel perrito que el escultor Jeff Kons situó a la entrada del Museo Guggenheim nos hablaba de un nuevo Bilbao, pero también de ese País Vasco que se abría al mundo a través de una maquinaria cultural de incalculables consecuencias. Dos meses después de su inauguración, en diciembre de 1997, un grupo de estudiantes de historia del arte bajaban de un autobús tras horas de un largo viaje nocturno por la cornisa cantábrica. Al alba, cuando la ciudad se despertaba, los reflejos de aquellas planchas de titanio, caprichosamente estructuradas sobre la ría, incidieron en nuestros ojos para hacernos olvidar todo lo que desde nuestra infancia habíamos ido escuchando y leyendo sobre un País Vasco marcado a sangre y fuego por el ensañamiento etarra. Aquellos reflejos mudaron nuestras miradas, fosilizadas hasta ese momento en los aquelarres de las herriko tabernas que poblaban su casco histórico, por la imagen de un país que buscaba internacionalizarse como un intento más a la hora de superar la violencia. Puede que solo sea un museo, pero lo cierto es que el Guggenheim es un símbolo del nuevo País Vasco, el que comenzó a dar gigantescos pasos para imponerse al miedo y al terror surgido de sus propias entrañas. Ahora sí que Puppy luce florido y hermoso.
Publicado en Diario de Pontevedra 22/10/2011
Ningún comentario:
Publicar un comentario