Clara Salamanca y Ana Ferrer nos descubren su forma de entender el arte mediante su primera exposición. Un acto iniciático con obligados puntos débiles, pero también con la ilusión y la alegría de un largo camino por recorrer. La Sala de exposiciones de la Escuela de Restauración, con acceso por la Facultade de Belas Artes, es el lugar donde el papel se convierte en el eje artístico de estas dos jóvenes que incluyen un elemento clásico en el mundo del arte y el pensamiento, el paso del tiempo. Desde ambos conceptos crean su futuro artístico.
Tic-tac, tic-tac, tic-tac... el paso del tiempo se sucede y dentro de él se juegan nuestras vidas. Definir su territorio y su impronta en nuestras vidas aparecen como la primera preocupación de estas dos jóvenes artistas en el que es su debut artístico. El tiempo como ejecutor de nuestra experiencia y el condicionante de muchas de nuestras actuaciones. Fugaz y endeble, su paso son arrugas en nuestra piel, en ocasiones en nuestra alma. Piel y alma desde las que Clara Salamanca y Ana Ferrer conciben su arte hecho en papel, también material propicio para esas arrugas de la vida, para metaforizar esa ligereza del fluir temporal. Tic-tac, tic-tac, tic-tac... desprestigiado por su uso cotidiano, por ser el soporte efímero de un apunte o una nota, el papel se carga aquí de responsablidad y muestra su potencial como sustento de lo artístico, como material para la creación y también, y no menos importante, como parte integrante de ese discurso donde el tiempo juega su ‘papel’.
Sintonía | Todo este collage, de pequeñas piezas son como guiños a ese devenir cronológico. Diferentes tipos de papel, variadas texturas, colores, formatos... todo ello tiene cabida para alimentar el deseo de ambas creadoras, que trabajan a la limón y en perfecta sintonía, lo que le otorga a la muestra una cohexión que se agradece por parte del visitante.
Sobre el papel cada una de ellas se sirven de sus armas: el dibujo, el grabado o la integración de diferentes elementos como cartones o alfileres, para crear y sugerir todas estas pequeñas geografías del alma. Rastros de un paso de un instante recogido ya para la eternidad desde su sensiblidad creativa, y es dentro de cada uno de esos pequeños marcos donde ambas se la juegan, sabedoras de la importancia de crear un equilibrio formal sobre la superficie de trabajo, con independencia del tamaño de la misma.
Conjugar forma, color y línea es generar un territorio de experimentación en donde debe surgir el verdadero artista, el que busca su modo de expresión a partir de lo visual. Y lo cierto es que es en cada uno de esos trabajos donde ambas ofrecen lo mejor de si mismas, donde se reconoce lo que puede ser el futuro a base de la maduración del lenguaje y la acumulación de horas de taller frente al desafío de la obra. Un desafío del que todavía cabe esperar mucho a partir de ese carácter sutil de sus obras, un tratamiento delicado que tiene algo de orfebrería al ir encajando pequeñas piezas, pero ante las que una vez uno se detiene ante ellas ofrecen mucho más de lo que puede parecer tras echar un primer vistazo al conjunto de la exposición.
Clara Salamanca y Ana Ferrer salen airosas de esta contienda entre el tiempo y el papel, entre lo pretendido y lo finalmente alcanzado, con los inevitables ‘pecados de juventud’, más apreciables en la organización del conjunto de la muestra, que en el propio trabajo de cada una de ellas, que nos ofrece como ambas pueden tener un interesante y prometedor futuro dentro de lo artístico.
A buen seguro este bautismo habrá servido para calmar nervios y conocer una parte nueva de lo que es ser artista, esa parte final del proceso que es el presentarse ante el público, así como plantear un trabajo para ser mostrado al exterior, alejado del protector estudio y su intimidad, y todo ello mientras el tiempo pasa convertido en papel. Tic-tac, tic-tac, tic-tac...
Publicado en Diario de Pontevedra 26/01/2012
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