Reconoce Almudena Grandes (Madrid,1960), en la nota final que en este
libro explica el origen de este relato y de diferentes elementos que se
encierran dentro de él, su “obsesión sentimental casi enfermiza por la guerra
civil y la posguerra”. Algo que ya se nos había anticipado en el ‘El corazón
helado’, libro referente en el discurrir literario de la autora. Una monumental
obra de la que ha partido esta valerosa empresa de novelar en seis obras, al
modo de los Episodios Nacional de Galdós, lo que ella misma llama ‘Episodios de una guerra interminable’.
Reivindicar a Benito Pérez Galdós una y otra vez en cada entrevista y
sobre todo en cada uno de los libros que conforman esta serie de seis obras que
rastrean las consecuencias de la Guerra Civil en diferentes seres humanos, es el
firme compromiso de esta escritora con la literatura, con su devoción por un
autor fundamental para despertar en ella la pasión por contar historias y
también porque este país, de una puñetera vez, mire frente a frente a un tiempo
al que siempre se ha posicionado en una huida hacia adelante, y para ello lo
hace desde el hoy, desde la mirada no desde el bando perdedor sino desde una
democracia por la que todavía supuran numerosas heridas que no todos quieren
cerrar, perpetuando el dolor en muchas, en demasiadas personas.
Historias de resistencias pero también historias cargadas de sentimientos
que nos devuelven de una manera tan intensa como agradecida a esa gran novela
que emergió en el siglo XIX y a la que la modernidad literaria y los excesivos
postureos de numerosos escritores, siempre deseosos de reinventar la
literatura, han ido desterrando sin pausa alguna.
Con una enorme honradez y humildad Almudena Grandes mira a Galdós y a esa
forma de hacer novela anclada en las entrañas de un país, en un momento
esencial en nuestra historia desde el que ya nada volvería a ser igual. La
escritora madrileña emprende así un ‘tour de force’ que por ahora nos ha dado
dos excelentes novelas: ‘Inés y la alegría’ y este ‘El lector de Julio Verne’
que se mantienen dentro de una línea genérica en la serie, focalizando la
acción en puntos concretos de la resistencia antifranquista. Si en la primera
novela la acción discurre en el Valle de Arán, en ésta el argumento de ese niño
que mira a un mundo lleno de guardias civiles, de bandoleros, de ideales y
sobre todo de seres humanos se hace geografía en la Sierra Sur de Jaén, y
en un periodo muy concreto entre 1947-1949.
Nino | Tres años llenos de miserias que se traspasan a este libro donde
es la mirada de un niño la que nos permite asistir a una serie de brutales
acontecimientos, pero también a hermosos descubrimientos. Pocos de esos
descubrimientos puede haber tan bellos e inolvidables para una persona como las
lecturas de los libros de Julio Verne. Y es que son precisamente esas lecturas,
y muchas otras, esenciales a la hora de conformar la personalidad del hombre, y
el descompresivo de un ambiente sórdido y lleno de crueles episodios, como los
que tienen lugar en estos tres años trágicos.
Nino es un niño de nueve años criado en un Cuartel de la Guardia Civil. Su
padre es guardia civil y debe perseguir a varios elementos de la resistencia
que se han echado al monte durante esos años comandados por un nombre mítico,
Cencerro. Nino ve muchas cosas que no le gustan, cosas que le harán madurar,
que le harán abrirse a una vida llena de episodios reales, no como esas
maravillosas lecturas que el escritor francés le ofrece en sus novelas. Nino
aprende mecanografía y no quiere ser guardia civil. Pero la vida le espera, y
lejos de poder evadirse desde el ámbito de la imaginación, debe enfrentarse a
ella, atravesar ese pórtico que nos permite abandonar la infancia para hacer
eso tan difícil que es crecer.
Y Nino crecerá entre personajes idealizados como Pepe el portugués, sus
padres, mujeres como Elena quien le abre su biblioteca, o las esposas de los
hombres que han tenido que escapar al monte... en definitiva seres humanos a
los cuales Almundena Grandes dota de la fisicidad necesaria para que el
espectador empatice con ellos, para que se deje llevar hasta ese pueblo de
motes que te acercan hasta la realidad de una manera asombrosa, y sobre todo, a
mirar con los ojos de un niño todo ese paisaje de desolación e historias que se
esconden bajo la alfombra de una historia alejada de los grandes manuales, de
los libros que registran los hechos históricos, optando la autora por bajar a
la arena, por recorrer esas calles distintas en la noche y en el día, por
rastrear esos montes en dónde se han tenido que ocultar los damnificados por
una guerra fratricida, que, como pocas, desoló a familias, amigos o vecinos.
Ellos estaban allí, ocultos, pero muchos de los que estaban a la luz del día
también se escondían, ocultaban su pasado y se esforzaban en parecer lo que no
eran. Y es en esos momentos en los que el mal deja de serlo para mostrar
matices, para que el negro se difumine en un gris que es en donde la novela
alcanza su máximo esplendor, así como en la parte final del relato donde Nino
regresa a su mirada de niño. En ese instante entendemos muchas cosas, pero
sobre todo nos enfangamos en el lodazal en el que se enmarca ese periodo de
nuestra historia y es cuando pensamos, cuando imaginamos parte de lo que debió
ser todo aquello, cuando nos aproximamos a las víctimas, y por que no, también
a los verdugos. Todos ellos con el lodo hasta las rodillas, limitando sus
movimientos, pero sobre todo, mostrándolos como seres humanos, el gran logro de
la novela de Almudena Grandes.
Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 22/04/2012
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