CLÁSICOS PARA
UN VERANO Considerada como la mejor película de la historia sobre el mundo del
deporte, Toro salvaje es muchos más. Toda una lección de un director que ya
había firmado hasta ese año de 1980 películas como Malas calles, Taxi Driver o
New York, New York, para convertirse en el mejor director de su generación y
que todavía hoy en día sigue deslumbrándonos con su capacidad para contar
historias. Aquí la historia es la de Jake
la Motta un boxeador que tocó la cima pero también descendió hasta el infierno.
El libro que
el boxeador Jake Lamotta publicó bajo el título de ‘Raging bull: my story’,
contando lo que fue su vida en este deporte, es el argumento del que parte
Martin Scorsese para crear el guión de esta película, para el que solo necesitó
dos semanas para su creación. Toro salvaje es mucho más que una película de
deportes, es una película sobre el ser humano, sobre las actitudes de un hombre
que condiciona todo su entorno en relación al desarrollo de su profesión y todo
ello exhibido de una manera tan influyente que marcó como deberían ser este
tipo de retratos a partir de ese momento.
Hablar de Jake
Lamotta es hablar de Robert de Niro, de un personaje que marcó al actor y de un
actor que puso cara al campeón del mundo del peso medio. Su transformación
física, Robert de Niro llegó a engordar veintisiete kilos para encarnar al
personaje, todavía hoy no deja de sorprendernos, lo que unido al trabajo
interior del actor configuran uno de los mejores papeles que un actor haya
interpretado nunca, de hecho, publicaciones como Premiere han designado su
actuación como la quinta mejor de la historia. Y es que no habría Jake LaMotta
sin Robert de Niro, y no solo por su actuación, sino por haber sido el actor el
punto de ignición de esta película, ya que mientras se encontraba en Italia
rodando el Padrino leyó la novela y enseguida comprendió que en esas páginas
había una novela. ¿Quién la debería dirigir? Evidentemente Martin Scorsese, con
quien ya había trabajado en varias ocasiones, destacando su colaboración en la
mítica Taxi driver. Al director italoamericano no le convenció en un primer
momento, pero la insistencia del actor le llevó a darle una nueva oportunidad
al proyecto que vería desde otros puntos de vista en estos momentos de comienzo
de los ochenta. Por un lado le permitiría mostrar ambientes de la comunidad
italiana en el Nueva York de los años cuarenta y cincuenta, ese barrio de
Little Italy donde también hay un poso íntimo y familiar; y por otro, esa
historia del boxeador que llega a la cima para después desplomarse permitía una
cierta lectura autobiográfica, para un director que tras Taxi Driver había
encajado un par de decepciones con dos películas como New York, New York y El
último vals.
Con la
película en marcha podemos establecer dos líneas de actuación dentro de la
misma, el aspecto deportivo, en segundo plano tras el otro aspecto más
destacado como es la vida fuera del ring del propio boxeador. En cuanto a lo
deportivo, pese a ser el boxeo el gran eje de la película no son más de diez minutos
los que se ruedan sobre el cuadrilátero. Eso sí, se hace de una manera
magistral, como no se había hecho antes, en un género en el que el boxeo tiene
una gran tradición histórica en el mundo de Hollywood. Martin Scorsese sabía
que sus combates no debían ser como los
de los demás, con el fundido de diferentes puntos de vista de lo que sucede
sobre la lona y la reacción del público, sino que debía aportar algo nuevo y
así apuesta por una única cámara cerca de los púgiles que en ocasiones rueda en
plano subjetivo y sin apenas vistas del público. El efecto está cargado de
verismo y hasta plasticidad a lo que ayuda la filmación de la película en
blanco y negro, que además atenúa los efectos de la pelea en el cuerpo de los
boxeadores pero aun así se alcanza un sorprendente realismo.
Pero el gran
combate de la película es el que se produce en la vida de Jake Lamotta, su
relación con su mujer o con su hermano- un espectacular Joe Pesci que a punto
estuvo de dejar el cine de no ser por la llegada de este papel- en las que
aflora una violencia que traslada esas peleas del ring a la vida diaria. Sus
celos enfermizos con la que es su esposa van creciendo a medida que su carrera
como boxeador se empequeñece al igual que se fractura la relación con su
hermano. Estallidos de una violencia que el director filma frente a su rostro,
con una cámara fija, que parece atrapar al hombre en una especie de jaula. El
boxeador se condena a una soledad en su vida personal como la que siente sobre
la lona, lugar donde recibe golpes pero donde está en su hábitat, y donde esos
golpes en ocasiones parecen dirigirse más a esa otra vida que a su rival
pugilístico. La degradación moral del personaje, traerá consigo una degradación
física, será ese Jake Lamotta gordo e irreconocible que debe entretener a los
clientes de locales nocturnos en los años sesenta. El rey ha perdido su corona
y es un juguete roto en manos de personajes mezquinos que desconocen quien es
ese hombre que llegó a ser campeón del mundo de boxeo. Una decadencia reflejada
en un cuerpo sacrificial como lo fue en tiempos gloriosos el cuerpo de un
boxeador lleno de golpes y sangre, pero en aquella ocasión el sacrificio era
por un sueño, y hoy el sacrificio es por la supervivencia.
Nominada a los
Oscar en ocho categorías era favorita junto a otra extraordinaria película, El
hombre elefante de David Lynch, pero la Academia ya comenzaba a mostrar su
inquina a este director que hasta 2006 con Infiltrados no logró el
reconocimiento a mejor director, premiando a la sorprendente Gente corriente
del debutante en la dirección Robert Redford.
Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 19/08/2012
Proxima entrada, Blade Runner (Ridley Scott)
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