Toros de la ganadería de Torrealta. Bien presentados y ofreciendo buen juego. El tercero, de nombre Ruiseñor, fue ovacionado en el arrastre.
Julián López ‘El Juli’. Estoconazo trasero (oreja); y espadazo trasero (oreja).
Sebastián Castella. Media estocada fulminante (oreja); Estocada trasera (oreja).
Alejandro Talavante. Dos pinchazos y más de media estocada (ovación y salida a saludar); pinchazo hondo y descabello (ovación y salida a saludar).
Ecosistema de verdades reveladas como pocos, en el mundo del toreo alguna de ellas funciona como un axioma fundamental. Aquel diccionario fraseológico andante, conocido como Rafael El Gallo, al referirse a la espada dijo aquello de «todo lo da y todo lo quita», cimentando una esas verdades que muchos toreros se afanan en corroborar.
Pontevedra es plaza de público espadista donde los haya. ¡Ah! y musical, porque hay que ver la matraca que dan algunos con lo de música para aquí, música para allá; que parece que el espíritu del inolvidable Manuel Quiroga estuviese en muchos de los asistentes a la plaza de toros, obviando otra de aquellas verdades (en este caso pronunciada por el poeta José Bergamín: «La música del toreo es el silencio») empeñándose en que la banda toque y toque, y cuando no es así, el propio director arranca con el pasodoble de turno, incapaces de entender que la música ya es el toreo y la posibilidad de oír la lucha del hombre con el animal.
Hablaba de espadas, de las que dan triunfos y quitan puertas grandes, de esas con las que el público es inmensamente feliz, con independencia de cómo esté colocada, olvidando lo que sucede durante la lidia y solo preocupándose de que la vida del toro remate de manera rauda. De ser así, flamear de pañuelos y ¡albricias! puerta grande; en caso contrario, una gran faena caerá en el olvido.
Ayer se ejemplificó ese amor por la espada de nuestro público (el de la música ya lo comenté, ¿verdad?) permitiendo que Alejandro Talavante se fuese con las manos vacías tras una brillante faena a un gran toro de Torrealta de nombre Ruiseñor. Entendido de manera inmediata, la variedad exhibida de muletazos por ambos pitones y la ligazón de cada una de las suertes hicieron que el público, exhultante, ovacionase de manera unánime cada una de esas series que, sobre todo las conducidas con la mano izquierda, alcanzaron una extrema profundidad, llevando al toro mecido en la muleta de pitón a rabo. Un espectáculo al que la suerte suprema mandó al purgatorio, a llorar las penas y a mentar de malas maneras a El Gallo y su iluminaria frase. El público no pidió la oreja, la que luego sí reclamó para su segunda faena, como expiación de una mala conciencia que les recordará cada pase del torero y una faena que se tardará en olvidar.
Julián López ‘El Juli’ demostró su posición en el actual escalafón, el mando en plaza que tiene este torero que ya ha sepultado a aquel jovencito que alegraba las tardes taurinas. Ahora su poderío es mayúsculo y cada vez torea mejor. Con su primero manejó bien el capote y logró magníficas tandas de naturales; a su segundo, un sobrero de Torrealta, que sustituyó a un toro dañado tras sufrir una aparatosa voltereta, le supo sacar una faena a un animal que parecía iba a consentir muy poco. Con ambos funcionó su ‘cañoncito’, hundiendo la espada, aunque ambas muy traseras. Y el francés Castella, todavía paladeando la gloria de la tarde noche de ayer, lograba sendas orejas merced a su acierto con la dichosa espada, aunque puestas de manera dispar, pero ayer quedó claro que, esto aquí, poco importa.
Publicado en Diario de Pontevedra 6/08/2012
Fotografía Rafa Fariña
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