Ese mar abisal que cubre sus tapas es el que nos engulle dentro de la
última creación poética de Felipe Benítez Reyes. Bajo el título de uno de sus
poemas: ‘Las identidades’, se da nombre a un poemario que recoge lo escrito y
seleccionado por el escritor en los últimos seis años. Seis años de miradas
convertidas en verso, seis años de bajada a los infiernos del ser humano a
través de un ejercicio tan íntimo como expiatorio de la conexión del poeta con
la realidad. Al leer cada uno de estos versos, agrupados en tres episodios, se
percibe lo necesaria que es la poesía en estos tiempos. Seguro que el autor me
permite emplear de nuevo lo que Luis García Montero comentó en Pontevedra ante
los que acudimos a escuchar sus palabras: “La poesía es un ajuste de cuentas
con la realidad”. Ni más ni menos.
Con ‘Las identidades’ Felipe Benítez Reyes nos coloca ante infinidad de
espejos, una de sus palabras más queridas y que más veces aparecen por estas
líneas. Espejos en los que reconocer al ser humano para así activar en ellos el
pensamiento, el tiempo, la memoria, el pasado y el futuro para entender este
confuso presente. En esos espejos se escribe nuestra esencia, se recapitula una
manera de existir en este planeta en el que el individuo cada vez más pena en
un deambular con su brújula imantada por aquellos que desean el fracaso del ser
en beneficio del triunfo del yo. El egoísmo como cáncer público e impúdica
forma de devastación.
Hay poemas que uno no se cansa de leer, de volver a empezar y disfrutar
una y otra vez como inserto en un orgiástico laberinto. Desde el ingenioso y
lúcido empleo del lenguaje, hasta la composición del poema y lo que se esconde
tras los blancos que separan esas líneas, todo es casi alucinatorio. Blancos
bajo los cuales ya no existe red alguna y en los que el poeta nos deja al
descubierto por el efecto de la palabra. Sorprende cómo se puede decir tanto
con tan poco, cómo esa palabra, elegida siempre de forma precisa, ofrece un
recorrido tan brutal que nos deja sin defensa alguna, desnudos ante otro
espejo, el de la verdad.
Ese recorrido que realiza el poeta parte de nuestro interior, casi del
alma para, en la primera parte del libro, situarnos ante una serie de poemas
llenos de preguntas y por supuesto de dudas, ¡benditas dudas! a partir de las
cuales buscar un conocimiento de aquello que nos afecta. Se amplía ese viaje
hacia el exterior en el segundo capítulo, hacia ciudades y espacios, hacia
lugares a los que nos conduce el autor de una manera vertiginosa. Es posible
que nadie desde Pessoa haya escrito algo tan hermoso sobre Lisboa como el poema
que lleva el título de la capital lusa logrando casi que uno coja la maleta, se
suba a un coche y se coloque en la desembocadura del Tajo leyendo ese poema
frente a la ciudad: "recién llegados a Lisboa, amor mío, para leer Lisboa,
los dos que somos nadie y juntos, sin embargo, somos todo". Maletas que se
llenan de manera brillante como en su poema napolitano, otras se vacían ante la
calamidad de este mundo como en su mirada sobre la emigración ilegal y la
llegada de pateras, por ejemplo, a su querida playa de Rota. Pellizcos todos
ellos que elevan a la poesía a la condición de notaria de una realidad que no
siempre comulga bien con las rimas, pero a la que la poesía somete, en esta
ocasión de manera rutilante. Vuelven a bajarse las luces para rematar el
poemario, para volver a los espacios más cercanos al ser humano en ese tercer
capítulo de infancias, alianzas, oscuridades, familias, pero sobre todo,
identidades. Presencias en las que la poesía toma cuerpo para golpear nuestra
mente, para hacernos ver más allá y ayudar a encontrarnos dentro del constante
mercado de espejismos para al final estar, "Tan perdido de ti que al fin
te encuentras".
Publicado en Revista. Diario de Pontevedra. 21/01/2013
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