CADA vez me cuesta más permanecer en vela durante esta noche. Deben ser
los años, el cansancio de galas y galas que orillaban el mejor cine para buscar
un vano espectáculo. Demasiados desengaños, pero también melancólicos recuerdos
de lo que significaba esta velada en la que permanecer despierto, para ver el
cortejo de estrellas, era una excitante conquista. Ayer, mientras leía un
maravilloso libro, ‘Antigua luz’ de John Banville, la noche me abrazaba con su
manto de confusión al mismo tiempo que comenzaban a desfilar los invitados al
gran cóctel de estatuillas. Eran los primeros en llegar, y seguro que serían
los primeros en irse. Nominados por cortometrajes, documentales, efectos de
sonido... gente sin la que el cine no sería nada, pero a la que estas galas
cuelgan el cartel de prescindibles. Todo cambió en unos segundos, Banville me
permitió levantar la mirada de sus cautivadoras letras y fue cuando apareció
ella. Su pelo, extremadamente corto, convertía su cuello en un modigliani
andante y un infinito vestido blanco daba comienzo a la noche de verdad: la
noche de los Oscar. Era Charlize Theron. Cerré el libro y me fui a la cama.
Vistas las mejores películas a concurso ya nada de lo que quedaba de noche iba
a superar esa aparición.
Al amanecer, Pepa Bueno me susurró al oído que ‘Argo’ había sido la mejor
película, que Ang Lee era el mejor director, y que Anne Hathaway, Daniel
Day-Lewis y Christoph Waltz también se llevaban su Oscar. Y yo me levanté tan
feliz cómo me había acostado, sabiendo que mi presencia no había sido necesaria
para que el cine siguiese vivo.
Publicado en Diario de Pontevedra 26/02/2013
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