La reordenación de los fondos del Museo de Pontevedra en las tres
plantas del Sexto Edificio marca un nuevo tiempo en la ya larga historia de la
institución cultural de referencia en nuestra provincia. Recorrer esos tres
espacios se convierte en una experiencia única para el visitante que de un
plumazo se enfrenta con casi siete siglos de arte. Periodos históricos,
movimientos y autores se van sucediendo en una perfecta hilazón cronológica y
estilística que dota a este gigantesco espacio de un sentido que todos
esperábamos para el disfrute de nuestro patrimonio.
Salir de las nuevas salas del Sexto Edificio del Museo de Pontevedra
supone sentir una experiencia semejante a la que se obtiene al recorrer los
grandes centros museísticos de otras latitudes. Una acumulación de visiones e
impresiones que solo con el paso del tiempo cobran significación.
Ocurre cuando se sale del Museo Reina Sofía, del Museo del Prado o del
Louvre que, con la diferencia de magnitudes, es tal la cantidad de piezas e
información ante las que uno se posiciona que resulta difícil el realizar una
valoración adecuada para lo contemplado. Es el discurrir de las horas y hasta
de los días, el que va depositando la verdadera realidad de lo visto en cada
uno de estos recintos.
Se sabía de los ricos fondos del Museo de Pontevedra, de la paciente
labor de acumulación y búsqueda de materiales a cargo de sus rectores para
acometer la ingente tarea de explicar cómo el arte ha definido épocas y
momentos, cómo los distintos estilos artísticos han planteado una evolución
creativa adecuada a cada uno de esos periodos, pero todo ese trabajo, iniciado
en 1927, fecha de fundación del Museo de Pontevedra, adquiere desde este 2013
todo su sentido con la apertura de las salas de exposición permanentes del
Sexto Edificio.
Cuestión de fe| Nos adentramos en las primera de las tres salas y lo
primero que nos impacta es la atmósfera que en su interior se logra. Cae la
noche en el exterior y la iluminación de las salas consigue un efecto escenográfico
que destaca cada una de las piezas, acrecentado con la singularidad de este
espacio que parte del mundo Gótico, en el que el peso de la religión todavía
era abrumador. Esa espiritualidad se palpa ante las delicadas piezas
religiosas, pero también ante las civiles, como sucede ante el sepulcro de
Tristán de Montenegro, inteligentemente dispuesto frente a una modesta losa de
un fallecido alejado de la nobleza, o con el espectacular retablo de Bellvís.
Tímpanos y esculturas se van sucediendo mostrando la calidad de unos fondos
ante los que uno comienza a preguntarse de dónde habrá salido semejante
cantidad de piezas. Acompañado por quien más y mejor conoce todo este
territorio, el director del Museo, Carlos Valle, la exposición cobra un nuevo
sentido, surgido de entender la acertada articulación de las piezas que te
llevan a realizar un recorrido perfectamente establecido sobre el arte de esos
siglos. Esculturas, pinturas y mobiliario, entendido este con la consideración
que merece como una obra de arte más, se van sucediendo.
Pasamos siglos y
estilos y todavía en esa primera planta nos asombramos ante la calidad de las
tablas del coro procedentes del Monasterio de Sobrado dos Monxes y comenzamos a
presenciar como la pintura lo inunda todo. La lectura circular que nos lleva
por Galicia, se corresponde en las salas interiores con sus epígonos en la
península. Romanticismo y Realismo nos ofrecen cuadros que son toda una lección
de pintura y de historia del arte en España como el desafiante autorretrato de
Modesto Brocos. Finalizamos esta planta con la sala en la que los integrantes
de la Generación
Doliente nos permitirán conectar con la planta superior.
Entre siglos| El ampuloso mobiliario de la Sala de Fumadores que poseía
Eugenio Montero Ríos en su Palacio de Lourizán nos recibe con las ventanas
abiertas hacia la ría de Pontevedra, allí vemos la isla de Tambo de la mano de
Ovidio Murguía para pasar a recorrer una serie de espacios dedicados a esa
volatilidad que suele traer consigo un cambio de siglo. Nos movemos entre los
siglos XIX y XX, aparecen las pinturas de Sotomayor, de Carlos Sobrino, Castro
Gil o Federico Ribas y accedemos a uno de los dos espacios singulares que se
dedican en esta planta a Manuel Quiroga y Castelao respectivamente. Dos ambientes
únicos y que te envuelven de manera absoluta para recorrer y reconocer el
talento y la huella de ambos nombres en el arte y en nuestra propia ciudad.
Entre ellos otra mirada al exterior, a esa España que descubría la luminosidad
de la pintura con Sorolla o Ruisiñol como abanderados, pero también con
pintores fantásticos como Meifrén, que se acercó a Pontevedra para dejarnos
vistas de Combarro o del río Gafos.
Hasta hoy| Accedemos a la última planta bajo un estado casi stendhaliano,
abrumados por el arte y por las palabras de Carlos Valle que nos abren ante
cada pieza no solo una ventana artística, sino a las anécdotas que siempre
supone la localización y adquisición de unas piezas que aparecen en los lugares
más insospechados, desde subastas hasta desvanes, lo que no hace más que
engrandecer el trabajo desarrollado por el personal del Museo desde su creación
y el olfato por componer este viaje sin fisuras por artistas y tiempos. Allí
nos recibe el espectacular Guerrero Celta de Narciso Pérez, perdido para el
disfrute de uno de los rincones más bellos de nuestra ciudad en la calle
Sarmiento, pero ahora coherentemente protegido.
A su alrededor el efervescente
mundo de la vanguardia pictórica gallega: Colmeiro, Maside, Souto (qué
espléndidas obras las suyas), Laxeiro o Manuel Torres con esa mujer, la mujer
más hermosa que nunca ha visto el arte gallego. Se abre un nuevo tiempo, el
inolvidable Rafael Alonso y una sala que nos estremece con Leopoldo Nóvoa al
fondo, flanqueado por Manuel Moldes o Din Matamoro, Leiro de testigo, y al
darnos la vuelta, una audaz perspectiva nos muestra a Labra y otra vez a
Leopoldo Nóvoa. De nuevo ese sentimiento de espiritualidad, que nos sobrecogió
al inicio de la visita, regresa siete siglos después a envolvernos. Parece que
nada ha pasado, cuando lo que hemos hecho ha sido viajar entre siglos de arte,
creatividad y talento.
Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 7/04/2013
Fotografías: David Freire
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