luns, 15 de abril de 2013

Un viaje repleto de emociones


La reordenación de los fondos del Museo de Pontevedra en las tres plantas del Sexto Edificio marca un nuevo tiempo en la ya larga historia de la institución cultural de referencia en nuestra provincia. Recorrer esos tres espacios se convierte en una experiencia única para el visitante que de un plumazo se enfrenta con casi siete siglos de arte. Periodos históricos, movimientos y autores se van sucediendo en una perfecta hilazón cronológica y estilística que dota a este gigantesco espacio de un sentido que todos esperábamos para el disfrute de nuestro patrimonio.


Salir de las nuevas salas del Sexto Edificio del Museo de Pontevedra supone sentir una experiencia semejante a la que se obtiene al recorrer los grandes centros museísticos de otras latitudes. Una acumulación de visiones e impresiones que solo con el paso del tiempo cobran significación.
Ocurre cuando se sale del Museo Reina Sofía, del Museo del Prado o del Louvre que, con la diferencia de magnitudes, es tal la cantidad de piezas e información ante las que uno se posiciona que resulta difícil el realizar una valoración adecuada para lo contemplado. Es el discurrir de las horas y hasta de los días, el que va depositando la verdadera realidad de lo visto en cada uno de estos recintos.
Se sabía de los ricos fondos del Museo de Pontevedra, de la paciente labor de acumulación y búsqueda de materiales a cargo de sus rectores para acometer la ingente tarea de explicar cómo el arte ha definido épocas y momentos, cómo los distintos estilos artísticos han planteado una evolución creativa adecuada a cada uno de esos periodos, pero todo ese trabajo, iniciado en 1927, fecha de fundación del Museo de Pontevedra, adquiere desde este 2013 todo su sentido con la apertura de las salas de exposición permanentes del Sexto Edificio.
Cuestión de fe| Nos adentramos en las primera de las tres salas y lo primero que nos impacta es la atmósfera que en su interior se logra. Cae la noche en el exterior y la iluminación de las salas consigue un efecto escenográfico que destaca cada una de las piezas, acrecentado con la singularidad de este espacio que parte del mundo Gótico, en el que el peso de la religión todavía era abrumador. Esa espiritualidad se palpa ante las delicadas piezas religiosas, pero también ante las civiles, como sucede ante el sepulcro de Tristán de Montenegro, inteligentemente dispuesto frente a una modesta losa de un fallecido alejado de la nobleza, o con el espectacular retablo de Bellvís. Tímpanos y esculturas se van sucediendo mostrando la calidad de unos fondos ante los que uno comienza a preguntarse de dónde habrá salido semejante cantidad de piezas. Acompañado por quien más y mejor conoce todo este territorio, el director del Museo, Carlos Valle, la exposición cobra un nuevo sentido, surgido de entender la acertada articulación de las piezas que te llevan a realizar un recorrido perfectamente establecido sobre el arte de esos siglos. Esculturas, pinturas y mobiliario, entendido este con la consideración que merece como una obra de arte más, se van sucediendo. 
Pasamos siglos y estilos y todavía en esa primera planta nos asombramos ante la calidad de las tablas del coro procedentes del Monasterio de Sobrado dos Monxes y comenzamos a presenciar como la pintura lo inunda todo. La lectura circular que nos lleva por Galicia, se corresponde en las salas interiores con sus epígonos en la península. Romanticismo y Realismo nos ofrecen cuadros que son toda una lección de pintura y de historia del arte en España como el desafiante autorretrato de Modesto Brocos. Finalizamos esta planta con la sala en la que los integrantes de la Generación Doliente nos permitirán conectar con la planta superior.
Entre siglos| El ampuloso mobiliario de la Sala de Fumadores que poseía Eugenio Montero Ríos en su Palacio de Lourizán nos recibe con las ventanas abiertas hacia la ría de Pontevedra, allí vemos la isla de Tambo de la mano de Ovidio Murguía para pasar a recorrer una serie de espacios dedicados a esa volatilidad que suele traer consigo un cambio de siglo. Nos movemos entre los siglos XIX y XX, aparecen las pinturas de Sotomayor, de Carlos Sobrino, Castro Gil o Federico Ribas y accedemos a uno de los dos espacios singulares que se dedican en esta planta a Manuel Quiroga y Castelao respectivamente. Dos ambientes únicos y que te envuelven de manera absoluta para recorrer y reconocer el talento y la huella de ambos nombres en el arte y en nuestra propia ciudad. Entre ellos otra mirada al exterior, a esa España que descubría la luminosidad de la pintura con Sorolla o Ruisiñol como abanderados, pero también con pintores fantásticos como Meifrén, que se acercó a Pontevedra para dejarnos vistas de Combarro o del río Gafos.
Hasta hoy| Accedemos a la última planta bajo un estado casi stendhaliano, abrumados por el arte y por las palabras de Carlos Valle que nos abren ante cada pieza no solo una ventana artística, sino a las anécdotas que siempre supone la localización y adquisición de unas piezas que aparecen en los lugares más insospechados, desde subastas hasta desvanes, lo que no hace más que engrandecer el trabajo desarrollado por el personal del Museo desde su creación y el olfato por componer este viaje sin fisuras por artistas y tiempos. Allí nos recibe el espectacular Guerrero Celta de Narciso Pérez, perdido para el disfrute de uno de los rincones más bellos de nuestra ciudad en la calle Sarmiento, pero ahora coherentemente protegido.
A su alrededor el efervescente mundo de la vanguardia pictórica gallega: Colmeiro, Maside, Souto (qué espléndidas obras las suyas), Laxeiro o Manuel Torres con esa mujer, la mujer más hermosa que nunca ha visto el arte gallego. Se abre un nuevo tiempo, el inolvidable Rafael Alonso y una sala que nos estremece con Leopoldo Nóvoa al fondo, flanqueado por Manuel Moldes o Din Matamoro, Leiro de testigo, y al darnos la vuelta, una audaz perspectiva nos muestra a Labra y otra vez a Leopoldo Nóvoa. De nuevo ese sentimiento de espiritualidad, que nos sobrecogió al inicio de la visita, regresa siete siglos después a envolvernos. Parece que nada ha pasado, cuando lo que hemos hecho ha sido viajar entre siglos de arte, creatividad y talento.


Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 7/04/2013
Fotografías: David Freire


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