En 1977 Luis Buñuel ponía punto y
final a una de las trayectorias cinematográficas más afortunadas y singulares
de la historia del cine. Fue con el rodaje de ‘Ese oscuro objeto de deseo’, un
antiguo proyecto en el que el director aragonés situaba a Fernando Rey
ante dos mujeres, Ángela Molina y Carole Bouquet,
en un mismo papel. Su plano final, en el que una mujer zurce cuidadosamente un
desgarrón en un encaje ensangrentado, fue el último filmado por Luis Buñuel. En
aquel rodaje estuvo presente una joven pontevedresa, quizás todavía ajena a ese
genial muestrario de obsesiones en que se convertía cada uno de sus trabajos.
El nombre de aquella muchacha era Pilar Rojo. En su persona se
continuaba una curiosa relación entre Luis Buñuel y Pontevedra, siempre
encauzada a través de la figura del que fuera prestigioso cirujano y personaje
de referencia en ese ambiente cultural al que el franquismo no pudo someter,
llamado José Luis Barros Malvar y al que esta ciudad debe una
calle, plaza o lo que nuestros representantes públicos consideren, pero la
deuda está ahí, sin saldar, con quien fuera el mejor embajador de esta ciudad
durante mucho tiempo, y benefactor de muchos ciudadanos sin recursos a los que
operaba sin pedir nada a cambio, solo por la satisfacción de ayudar a un vecino
de su ciudad.
Seis años después de aquel rodaje, el 29 de julio de
1983, fallecía Luis Buñuel. A punto de cumplirse treinta años de aquella fecha
el cine sobrevive, aunque muchos pensamos que ya nunca nada ha sido igual. José
Luis Barros Malvar conoce a Luis Buñuel en los años cincuenta y su amistad se
prolongaría durante casi treinta años. Ambos compartieron cenas, amistades,
copas y planos en películas, ya que el galeno se convirtió, sobre todo en sus
últimas películas, en un fijo con pequeños papeles; pero también compartieron,
por ese orgulloso deseo de Barros Malvar de mostrar su ciudad a todas sus
amistades, paseos por Pontevedra, como aquel de diciembre de 1969 en el que a
Luis Buñuel le asaltó, como periodista de raza que es, Pedro Antonio
Rivas Fontenla, quien detectó al director buscando localizaciones para
adaptar la obra de Valle-Inclán ‘Divinas palabras’, y al cual
realizó una entrevista en la que el director mostró su parquedad de palabras.
La película nunca llegó a realizarse.
Pontevedra era uno de sus «cuarteles generales en
Galicia», como la definía Barros Malvar, y así fue como también en Estribela,
en su lonja, llegó a filmar una serie de tomas para realizar algún tipo de
película sobre esas labores de la gente del mar que era algo que le apasionaba.
Pero esas tomas volvieron a limitarse a ser un proyecto, y lo que podría
convertirse en la versión gallega de ‘Los olvidados’, finalmente quedó diluida
en la memoria de ese doctor que, cuando uno compartía unos minutos con él, no
cesaba de relatar sus andanzas en común. Como sucede en muchas de sus
películas, la imposibilidad de que algo suceda sin una explicación lógica, como
en ‘El ángel exterminador’ con los protagonistas atrapados en una estancia
incapaces de salir de ella, o en la citada ‘Ese oscuro objeto de deseo’, con un
Fernando Rey frustrado cada vez que veía cerca la posibilidad de satisfacer sus
deseos con la protagonista/s, por las cuestiones más variopintas, se repite con
una Pontevedra nunca llevada a su cine, aunque Barros Malvar se encargara de
que estuviese siempre presente en la mente del director, vinculación que
continuó tras su muerte, cuando en el año 2000, centenario de su nacimiento, se
empeñó, con las ilusión de un joven, en realizar en Pontevedra un homenaje al
que fuera el mejor director de cine español, al que fuera su amigo.
Publicado en Diario de Pontevedra 27/07/2013
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