Y, una vez más, como tantas en su vida, Felícito recordó las palabras de
su padre antes de morir: “Nunca te dejes pisotear por nadie, hijo. Este consejo
es la única herencia que vas a tener”. Le había hecho caso, nunca se había
dejado pisotear.
Por cuestiones de edad ya no son muchos los libros que le restan por
escribir al Premio Nobel Mario Vargas Llosa. Cierto es que con lo ya publicado,
o incluso con su primera decena de libros, ya habría sido más que suficiente
para respaldar los numerosos galardones obtenidos por el escritor peruano y
para hacerse un hueco en la eternidad literaria. Y me refiero específicamente a
sus primeras obras por su implicación con su lugar de nacimiento, con un Perú
que aquí se convierte de nuevo en fértil protagonista y en andamiaje de una
narrativa que nos retrotrae a esos primeros libros de Mario Vargas Llosa en los
que personajes, ambientes y estilo configuraron lo que el tiempo reafirmaría
como todo un continente literario. El continente Vargas Llosa.
‘El héroe discreto’ narra la
historia paralela de dos personajes: Felícito Yanaque, un pequeño empresario de
Piura, que es extorsionado; y de Ismael Carrera, un exitoso hombre de negocios,
dueño de una aseguradora en Lima, quien urde una sorpresiva venganza contra sus
dos hijos holgazanes que quisieron verlo muerto. Una doble trama que nos
asomará a un Perú diferente al que conocíamos por parte de su autor, pero en el
que todavía se reconocen muchos de los rasgos de aquella comunidad. Pero sobre
todo, lo que destaca, y en lo que uno se siente cómodo es en el tratamiento de
las situaciones, en el ejercicio literario que durante todo el libro (este sí,
sin fisuras, no como sucedía en ‘El sueño del Celta’, con un arranque glorioso
pero que posteriormente se iba diluyendo) permanece constante y te lleva a
aquel escritor que te enamoró con aquella decena de libros.
Por todo el relato sobrevuela esa sensación de cotidianeidad en todo lo
que sucede, un universo en el que nada es forzado y todo parece surgir de
manera natural. Un hábitat de normalidad en el que dos personajes se vuelven
héroes ante lo que la vida les ha deparado, ante una especie de prueba que
deberán sortear sin grandes aspavientos, rigiéndose por una cotidianeidad que a
buen seguro es la que define a tantas y tantas vidas en la patria del escritor
nacido en Arequipa.
Como en pocas obras de Mario Vargas Llosa el humor reclama aquí un
protagonismo singular. Un elemento que relativiza muchas de las tensas
situaciones que en el relato se presentan tiñendo algunas de ellas de una
brillantez concedida por el humor inteligente que sabiamente maneja el autor.
Ese humor también se rastrea en la inclusión en el libro de espacios o
personajes que ya formaron parte de algunos de sus anteriores libros. La casa
verde o personajes como el sargento Lituma, don Rigoberto, doña Lucrecia o
Fonchito se integran en este libro como miradas a un pasado al que rinde
homenaje el autor como en una especie de canto de cisne. Es el reconocimiento
de que no serán ya muchos los libros a escribir y, por lo tanto, el recuerdo y
cariño hacia su tierra, tan inspiradora de ese continente literario, toma aquí
un profundo sentimiento de emotividad.
Tanto Felícito como Ismael buscan tomar las riendas de su propio destino,
hacer de la justicia, su justicia, un pasaporte que se imponga a las miserias
que les acechan y donde, sobre todo, la libertad del individuo y sus deseos
deben imperar a la hora de un planteamiento de vida. Y es que en esos dos
personajes se esconden muchos de los ideales del propio autor, siempre
comprometido con la libertad como bandera máxima del ser humano, como
irrenunciable estandarte del que hacer pender cada una de nuestras vidas. Desde
esa libertad ambos protagonistas desafían al destino y afianzan su compromiso
con su país, con ellos mismos y con ese continente llamado Vargas Llosa.
Publicado en Revista Diario de Pontevedra y El Progreso
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