Diario de Pontevedra
"La fuerza de un escritor y el deseo casi primario por contar historias se destilan en este fascinante primer libro de relatos de Sergi Bellver."
Ha acertado la editorial coruñesa Ediciones del Viento al apostar por
Sergi Bellver para sacar a la luz su primera aventura en solitario, tras ser
partícipe de varias ediciones colectivas de cuentos, así como de diferentes
facetas de la actividad literaria, que van desde la docencia de talleres de
escritura hasta la labor de librero. Y es que la vida de Sergi Bellver es pura
literatura, y casi nada de lo que sucede en ella se puede desprender de esta
especie de enfermedad que surge de un deseo, en el caso de nuestro
protagonista, casi primitivo por contar historias, por trasladar al lector su
propia fascinación por el ser humano y sus contradicciones.
‘Agua dura’ son doce historias milimétricamente pensadas, sutilmente
calculadas y perfectamente distribuidas a lo largo de un libro al que
regresarán una y otra vez tras haberlo leído, deseosos de volver a beber de esa
agua. Un agua para nada refrescante, sino amarga, y que les dejará una
sensación áspera en la boca, pero sobre todo en su pensamiento. Imagínense lo
bien escritas que estarán estas historias como para sentir la necesidad de
regresar a ellas, para revisitar la invitación que el autor nos propone para
conocernos a nosotros mismos, ya que, al fin y al cabo, cada una de las narraciones
buscará desentrañar diferentes claves del individuo. Normalmente seres
aislados, personajes llenos de rabia, expulsados del ecosistema socialmente
aceptado por la mayoría, esa misma mayoría que aquí se desprecia como parte de
la narración. El último nexo que puede unir a ese ser individual con su entorno
es la familia, frágil lazo siempre a punto de romperse de manera definitiva.
Esa familia ha pasado de ser aquello que se firmó en el contrato inicial, es
decir, un cálido y acogedor refugio, para volverse una madeja espesa y
conflictiva en la que el protagonista se rodea de estruendosos silencios, de
una memoria cada vez más vacía y de un desalentador llegar tarde a tantas cosas
de la propia vida que son las que le hacen generar esa mirada del desasosiego
que subyace en cada relato.
No duda Sergi Bellver en colocar a sus personajes en un punto límite, en
esa frontera sensorial que despoja al individuo de cualquier posición estable
dentro del ámbito social. Seres frontera en los que explora su propia descontextualización
en relación al argumento de cada una de las situaciones propiciadas por el
escritor, normalmente generadas por los vínculos familiares.
Familia y frontera tienen una pata más como sustento colectivo y es la
creación de atmósferas en cada narración. Unas atmósferas febrilmente
angustiosas, subrayadas por un lenguaje afilado y seco, en donde cada palabra
parece estar escogida para cada línea, para cada frase, enhebrando un lenguaje
que te deja sin aliento una vez concluyes esa historia, debiendo tomar aire al
tiempo que piensas en lo leído y temiendo el próximo viaje.
Cada una de estas doce estaciones es una suerte de viaje, un recorrido
disfrazado de exterior para convertirse en un brutal retazo interior en el que
reverbera, como un canto de sirena, el cortejo fúnebre del ‘Mientras agonizo’
faulkneriano, y todo para dejarnos unas huellas que seguir, unas pisadas en las
que colocar nuestros propios pies para enfrentarnos a esa agua dura que impide
el fluir de la vida, que coagula nuestra percepción de la felicidad desembocando en un último relato
paradójicamente tan lírico como inquietante y en donde esa configuración de
atmósferas llega al paroxismo en la descripción de un país, de una isla:
Islandia, donde nos damos cuenta de que al fin y al cabo solo somos un puñado
de polvo, una sustancia gris que acabará siendo arrastrada por el agua,
arrastrada por la literatura.
Publicado en Diario de Pontevedra y El Progreso de Lugo 8/12/2013
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