«Ella
recordaba las cosas más lejanas. Recordaba cuando éramos niños y saltábamos
delante de las consolas para ver estremecerse los floreros cargados de rosas, y
los fanales ornados con viejos ramajes áureos, y los candelabros de plata, y los
daguerrotipos llenos de un misterio estelar. ¡Tiempos aquellos en que nuestras
risas locas y felices habían turbado el noble recogimiento del Palacio y se
desvanecían por las claras y grandes antesalas, por los corredores oscuros,
flanqueados con angostas ventanas de montante donde arrullaban las palomas!»
Si
limpiamos de polvo y paja el abrumador lenguaje modernista de Valle-Inclán,
que con los años se transformaría en el más actual, nos daremos cuenta de que
el jugo que queda al exprimir sus palabras sabe a melancolía, la misma que
surge de nuestros otoños de piedra y lluvia. Este año ha sido el frío y la
sequedad los que han caracterizado nuestros paseos entre el arrullo de las
palomas y los recuerdos que siempre mantenemos vivos de cuando éramos niños.
Para muchos esos paseos fueron entre coches que llenaban calles y plazas,
provocando estampas tan espeluznantes y ante las que ahora nos frotamos los
ojos como la que aquí traemos del inolvidable Camilo Gómez.
Esa
plaza de Curros Enríquez, apelmazada entre Renaults, Seats y Simcas, con cabina
de teléfono a lo Mercero y los Almacenes Olmedo, ha sufrido,
como si del lenguaje del escritor de Vilanova de Arousa se tratase, la
eliminación de todo aquello que le era superfluo, en definitiva, se ha visto
despojada de una contaminación que iba en perjuicio del ciudadano, el motivo
último de la vida en una ciudad. Años después del destierro de vehículos en esa
plaza y en otras muchas, se certifica la importancia de las ciudades como
escenario de la vida comunitaria, como lugar de encuentros y desencuentros, de
alegrías y tristezas, en definitiva, el marco para el desarrollo de una vida en
común que es como se conciben las ciudades y como se deben entender desde su
urbanismo. Así fue desde los tiempos más remotos, pese al enviciamiento sufrido
por los desmanes constructivos y los crecimientos sin ningún control en
relación a la medida del hombre.
Ver
las calles despobladas de coches debería entenderse como un motivo de progreso
y orgullo. La conquista de una de esas victorias que, de mucho en mucho, el ser
humano logra sobre un tiempo que lo arrastra hacia múltiples perversiones. El
ámbito urbano lo que debe propiciar es que esos vehículos tengan su acomodo sin
entorpecer el fluir de la vida, logrando que el coche esté al servicio de la
ciudad, y no la ciudad al servicio del coche, y en esa dinámica es en la que
hay que actuar desde las administraciones, creando espacios coherentes para la
actividad comercial, aparcamientos limítrofes con el núcleo urbano, y generando
polígonos en ese entorno para el asentamiento de empresas con mayor necesidad
de espacio y donde el coche sí es útil.
Nadie
puede dudar hoy de que esta Pontevedra es mejor que la de décadas atrás. Los
espacios que se han liberado de coches han madurado su camino, y hecho de su
actividad un atractivo más de la ciudad. Los más avispados comerciantes y
hosteleros así lo han entendido, acomodándose a un entorno nuevo con
posibilidades infinitas a las que poder sacar rendimiento.
Me
gusta ver la calle Blanco Porto en obras (también me gustaría ver a nuestra
Lepanto así), o ver lo bien que está quedando la pasarela del tren, y disfruto
caminando por el reformado tramo peatonalizado de Benito Corbal y entiendo las
posibilidades que la calle Echegaray puede ofrecer con una futura reforma que
tanto merecen sus vecinos, tras el caos imperante durante años recordándonos
imágenes como esta de Curros Enríquez, que ya solo es un fogonazo en blanco y
negro de lo que fue esta ciudad. Esta melancolía otoñal vuelve a traer debates
sobre coches en unas calles dedicadas a mejorar la vida de las personas, lo más
prioritario que se le debe pedir a nuestros dirigentes locales, que es hacer de
nuestro ámbito de convivencia el lugar más agradable posible.
Publicado en Diario de Pontevedra 14/12/2013
Fotografía Camilo Gómez
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