sábado, 14 de decembro de 2013

Sonata de otoño

 
«Ella recordaba las cosas más lejanas. Recordaba cuando éramos niños y saltábamos delante de las consolas para ver estremecerse los floreros cargados de rosas, y los fanales ornados con viejos ramajes áureos, y los candelabros de plata, y los daguerrotipos llenos de un misterio estelar. ¡Tiempos aquellos en que nuestras risas locas y felices habían turbado el noble recogimiento del Palacio y se desvanecían por las claras y grandes antesalas, por los corredores oscuros, flanqueados con angostas ventanas de montante donde arrullaban las palomas!»
 

Si limpiamos de polvo y paja el abrumador lenguaje modernista de Valle-Inclán, que con los años se transformaría en el más actual, nos daremos cuenta de que el jugo que queda al exprimir sus palabras sabe a melancolía, la misma que surge de nuestros otoños de piedra y lluvia. Este año ha sido el frío y la sequedad los que han caracterizado nuestros paseos entre el arrullo de las palomas y los recuerdos que siempre mantenemos vivos de cuando éramos niños. Para muchos esos paseos fueron entre coches que llenaban calles y plazas, provocando estampas tan espeluznantes y ante las que ahora nos frotamos los ojos como la que aquí traemos del inolvidable Camilo Gómez.
 Esa plaza de Curros Enríquez, apelmazada entre Renaults, Seats y Simcas, con cabina de teléfono a lo Mercero y los Almacenes Olmedo, ha sufrido, como si del lenguaje del escritor de Vilanova de Arousa se tratase, la eliminación de todo aquello que le era superfluo, en definitiva, se ha visto despojada de una contaminación que iba en perjuicio del ciudadano, el motivo último de la vida en una ciudad. Años después del destierro de vehículos en esa plaza y en otras muchas, se certifica la importancia de las ciudades como escenario de la vida comunitaria, como lugar de encuentros y desencuentros, de alegrías y tristezas, en definitiva, el marco para el desarrollo de una vida en común que es como se conciben las ciudades y como se deben entender desde su urbanismo. Así fue desde los tiempos más remotos, pese al enviciamiento sufrido por los desmanes constructivos y los crecimientos sin ningún control en relación a la medida del hombre.
 Ver las calles despobladas de coches debería entenderse como un motivo de progreso y orgullo. La conquista de una de esas victorias que, de mucho en mucho, el ser humano logra sobre un tiempo que lo arrastra hacia múltiples perversiones. El ámbito urbano lo que debe propiciar es que esos vehículos tengan su acomodo sin entorpecer el fluir de la vida, logrando que el coche esté al servicio de la ciudad, y no la ciudad al servicio del coche, y en esa dinámica es en la que hay que actuar desde las administraciones, creando espacios coherentes para la actividad comercial, aparcamientos limítrofes con el núcleo urbano, y generando polígonos en ese entorno para el asentamiento de empresas con mayor necesidad de espacio y donde el coche sí es útil.
 Nadie puede dudar hoy de que esta Pontevedra es mejor que la de décadas atrás. Los espacios que se han liberado de coches han madurado su camino, y hecho de su actividad un atractivo más de la ciudad. Los más avispados comerciantes y hosteleros así lo han entendido, acomodándose a un entorno nuevo con posibilidades infinitas a las que poder sacar rendimiento.
 Me gusta ver la calle Blanco Porto en obras (también me gustaría ver a nuestra Lepanto así), o ver lo bien que está quedando la pasarela del tren, y disfruto caminando por el reformado tramo peatonalizado de Benito Corbal y entiendo las posibilidades que la calle Echegaray puede ofrecer con una futura reforma que tanto merecen sus vecinos, tras el caos imperante durante años recordándonos imágenes como esta de Curros Enríquez, que ya solo es un fogonazo en blanco y negro de lo que fue esta ciudad. Esta melancolía otoñal vuelve a traer debates sobre coches en unas calles dedicadas a mejorar la vida de las personas, lo más prioritario que se le debe pedir a nuestros dirigentes locales, que es hacer de nuestro ámbito de convivencia el lugar más agradable posible.
 
 
Publicado en Diario de Pontevedra 14/12/2013
Fotografía Camilo Gómez
 
 

 

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