Son solo sesenta y cuatro páginas, pero vaya sesenta y cuatro páginas. Ni
una de las palabras que conforman esas páginas sobra, todas ellas son
necesarias para otorgar una fuerza desmesurada a este apasionado relato
convertido ya en uno de los de grandes descubrimientos literarios para los,
imagino, muchos que ignorábamos su existencia. Pero es que la prolífica y muy
definida labor editorial de Periférica basa gran parte de su éxito en este tipo
de productos, en la publicación de relatos de autores poco conocidos en nuestro
país, pero con una gran relevancia en su literatura de origen, así como de una
excepcional calidad.
En esta ocasión se trata de ‘Agnès’ y su autora, Catherie Pozzi, compone
un texto tan breve como intenso para, de un modo autobiográfico, configurar una
especie de diario en el que se debatirá entre dos amores. El amor terrenal, que
espera nerviosa e impaciente tras la visión de una adivina, y el amor divino,
basado en su lucha interna con la religión y el papel a desarrollar por ésta en
su vida. Un argumento que le permitirá a la protagonista debatirse en sus dudas
más íntimas e intentar resolverlas a partir del pensamiento y el estudio,
rodeándose de lecturas y sobre todo planteándose infinidad de cuestiones que
ella misma intentará solventar.
¿Pero quién era Catherie Pozzi? Nacida en París en 1882 esta mujer se
crió en un ambiente culto de la alta burguesía francesa. Su padre, médico y
poeta, fue uno de los modelos que inspiró a Marcel Proust el personaje del Doctor Cottard, amiga de
numerosos intelectuales de la época, entre ellos Rainer María Rilke. Tuvo una
tempestuosa relación sentimental con el poeta Paul Valéry. En 1927 se publica
‘Agnès’, que ocupó uno de esos lugares de culto en el ámbito literario francés.
Pocos años después, en 1934 y con cincuenta y dos años, fallecía a causa de la
tuberculosis. Su vida literaria se limita a un extenso diario que escribió a lo
largo de su vida, unas pocas poesías y este relato.
La intensidad que desprenden estas páginas define perfectamente el
carácter de esta mujer, su rebeldía ante su propia educación burguesa y el
interés por descubrirse a la vida, y para ello pocos escenarios mejores que los
de ese París de los años veinte, de noches de absenta y bistrós, en los que uno
se podía tropezar con los mejores escritores, pintores o pensadores del
momento. Un volcán en constante ebullición que podía arrastrarte a la locura o
a la gloria, pero lo que sí era seguro, era que nada volvería a ser igual una
vez que te tocase ese magma vital. Bulle el corazón de una mujer al tiempo que
su cerebro intenta desentrañar su interior en un proceso de aprendizaje
necesario para enfrentarse a la persona amada, a ese ser al que satisfacer para
satisfacerse también a ella misma, y ahí, en esa ecuación, sobra algo, un
lastre que ha maniatado muchas de sus necesarias libertades, su relación con
Dios.
Publicado en Diario de Pontevedra y El Progreso de Lugo 2/02/2014
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