“Pintar
lo que vemos, olvidando todo lo que existió antes de nosotros”. Dicho y hecho.
Fíjense ustedes si se tomó en serio Paul Cézanne su propia frase que, tras su paso por
el mundo de la pintura, se cerró una puerta abierta por Masaccio a principios del siglo XV. Casi
quinientos años finiquitados de golpe y porrazo por la visión de un pintor
empeñado en ver donde otros nunca vieron antes, y todo para que los que le
sucedieran vieran como él. Cézanne se convierte en el ojo de una cerradura a través
de la cual podemos descubrir un tiempo nuevo. Ya solo quedaba meter la llave
para abrir esa puerta y la llave fue Picasso.
El
próximo martes el Museo Thyssen inaugura una exposición que permitirá
desentrañar muchas de las claves de esa pintura, de esa puerta que significó el
pintor de Aix-en-Provence que en España ha sido injustamente orillado por
comisarios y museos, más pendientes de las virtudes de los grandes
impresionistas, mucho más cercanos al gran público y fértil abono para las
obligadas cifras de asistencia. Desde hace treinta años no se ha podido
contemplar en España una exposición sobre este artista que hizo de la pintura
un refugio que le apartó de las veleidades parisinas para instalarse en su
Provenza natal, entre campos de lavanda, limpios cielos y secos terruños a los
pies de la montaña de Sainte-Victoire.
Fueron
más de setenta cuadros sobre esa montaña con la que Cézanne desafiaba a la
propia pintura y a la visión que había de la naturaleza. Alejado de las
impresiones fugaces y de la mirada espontánea de sus compañeros de generación,
Cézanne se aplicaba en buscar una solidez plástica y analítica de lo real, que
emana de un paisaje en el que luz y color reverberan entre sí como epifanía de
un mañana plástico renovado. Una naturaleza que se irá reduciendo a una
geometrización que incide en su pureza y en su condición eterna. Desde
Sainte-Victoire, arañando la roca, con tierra y cielo en permanente disolución
o disponiendo unos frutos sobre un paño fue el mejor.
Mirar a
esa realidad que solo sobre el terreno se puede reivindicar es parte del papel
del comisario. Descubrirnos la perfecta hilazón entre lo real y la pintura,
entre lo que existe y lo que el pintor ha visto. Guillermo
Solana, comisario de la exposición y director del Museo Thyssen,
ha preludiado esta importante cita con una inteligente labor en las redes
sociales, una nueva forma de conectar el Museo con el mundo exterior, y en
esto, el Thyssen y su director están a la vanguardia. Ya nos conquistó hace
unos meses al convertir twitter en un aula virtual en la que, a través de las
obligadas breves entradas, analizaba las obras del Museo. Ahora ha ido más
allá, al abrir su viaje a la realidad ‘cezanniana’ a todos sus seguidores.
Entendemos así lo importante que es conocer el ámbito de un artista para su
mejor comprensión, ¡qué equivocados estaban aquellos profesores siempre tan
pendientes de la exactitud de una fecha! Guillermo Solana nos descubre cómo es
la luz de la Provenza ,
lo pedregoso de los caminos, cómo los pinos solitarios se recortan en el azul
celeste, y entre ellos, ella: eterna, majestuosa, desafiante a partir de su
enigmática belleza. Tanto desde el camino de Le Tholonet o desde Gardanne, la
montaña de Sainte-Victoire emerge como hito de lo nuevo y autorretrato de un pintor
y su pintura.
Esas
fotografías reflejan la nueva mirada que se debe tener del arte, superando
rancias presentaciones y acomodando su difusión a lo que somos hoy. Así lo
hacen también Carlos del Amor en Televisión Española o Antonio
Lucas en El Mundo
(¡ay! El Mundo) con sus crónicas culturales, sacudiendo el abundante polvo y,
como hiciera Cézanne, cohabitando con su tiempo. Al provenzal no fueron muchos
los que lo supieron apreciar: Zola, Vollard
(siempre Vollard), Rilke o Emile Bernard, hasta que el siglo
XIX se plegó y el XX con su luz y su materia, su tiempo y su espacio, otorgó a
la pintura de Cézanne un armazón inasumible por otros pintores. Ya solo faltaba
un listo que tirara de ese hilo, y hablando de listos siempre aparece el mismo,
su nombre, Pablo, y su apellido, Picasso.
Publicado en Diario de Pontevedra 1/02/2014
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