venres, 7 de marzo de 2014

Y la nieve cayó negra


Se nos siguen muriendo los poetas en este invierno de nieves negras para olvidar. Juan Gelman, José Emilio Pacheco, Félix Grande y ahora Leopoldo María Panero, un alud de desolación precisamente cuando tanta falta hacían.
Pocos autores han tenido tantas necrológicas como él, a pocos se les ha llorado en vida tanto como al último de una estirpe anclada hasta el tuétano a este país, para lo bueno y para lo malo, y que de manera tan certera plasmó Jaime Chávarri en ‘El desencanto’. La poesía de Leopoldo María Panero fue siempre un grito contra el sistema a partir de gritar contra sí mismo y su desarraigo, y eso ponía cachondos a todos los que hoy escribirán enfervorizados loas al poeta muerto, mientras en vida, su tránsito por sanatorios psiquiátricos se convertía en un medallero para el olvido y la construcción de uno de esos mitos tan queridos por la España del aquelarre, esa que desprecia al loco y que solo lo saca a pasear en los días de fiesta. “España es la que está loca, no yo” exclamaba el poeta. ¡Qué razón tenía!, pocos tan cuerdos como él, pocos tan certeros. Junto a nuestro Carlos Oroza, y algún otro, convirtió la poesía en un magma creativo, en la iconoclastia ante lo establecido y en el pasaporte para una libertad irrenunciable por encima de todo y de todos, con un único asidero: la palabra. Novísimos, beat, underground… Adjetivos para adjetivar lo inadjetivable, lo que no admite calificación, una renuncia que le llevó, junto al propio Oroza, a ser considerado ‘raro’, un poeta de minorías pero que salpica desde hace horas las redes con más entradas que muchos premios Nobel.
Y es que la poesía sigue latiendo pese al color de la nevada, pese a ese manto negro bajo el cual se encuentra la pureza, la nieve blanca en la que la palabra manda y ella no entiende de raros y no raros solo de fulgor y eternidad, «He aquí un hombre al que masticó la vida», dijo el poeta.


Publicado en Diario de Pontevedra 7/03/2014

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