Rue Saint-Antoine nº
170
Literatura ▶ La
Casa de América en Madrid abre el interior, no solo literario, sino
vivencial, del escritor uruguayo Juan Carlos Onetti. Una muestra
sembrada de curiosidades entre las que emerge esa nave literaria en
forma de cama en la que el autor del ciclo de obras ubicadas en Santa
María se embarcó para pasar los últimos veinte años de su vida.
«Se nace cansado, y se
vive para descansar. Ama a tu cama como a ti mismo. Descansa de día
para dormir de noche», estas frases forman parte de los estatutos
del llamado ‘Club de los que nacieron cansados’, y que,
plastificadas, colgaban de la pared sobre la que se apoyaba la
cabecera de su cama en su piso madrileño de la Avenida de América.
Juan Carlos Onetti llegó a España en 1976 huyendo de la ola de
dictadores que se impusieron en la América Latina de los setenta y
también en su Uruguay natal. Cuatro años después recibía el
Premio Cervantes por una prodigiosa obra, quizás todavía hoy no lo
suficientemente valorada, en comparación con la de otros compañeros
de camada de aquel boom latinoamericano que trastocó renglones y
relatos para configurar una literatura maravillosa. Pero esos años
ochenta también sirvieron para crear un aura misteriosa en torno a
su figura y a su encierro frente al mundo en ese piso, embarcado en
una especie de nave atemporal como fue su propia cama.
Hasta el próximo 16 de
noviembre la Casade América de Madrid ofrece la posibilidad de
rastrear ese encierro, de orear el tiempo pasado entre esas paredes
con la compañía de su esposa, Dorotea Muhr, una perra fox terrier,
montañas de novelas policíacas y ríos de whisky. Decidir cambiar
la verticalidad de la vida por la horizontalidad del retiro sirve
ahora para revisar aquellas horas rodeadas de objetos que jalonaban
una vida y obligaban al autor a revisar ese tiempo pasado y
construído desde un proyecto literario que tuvo, en esa Santa María
una patria bajo cuya bandera se acogieron la mayoría de sus relatos.
Una revisión desde el Cono Sur de la Yoknapatawpha de un William
Faulkner con el que el autor de ‘El astillero’ presenta numerosos
contactos. De él se dijo en el día de su muerte que fue el autor
del ‘Boom’ que unió las dos literaturas del continente, la del
Norte, con su admirado Faulkner, y la del Sur, a través de una obra
generadora de un universo singular. Una realidad paralela a la que
acontecía a su alrededor y de la que se fue separando cada vez con
mayor insistencia, hasta esos últimos doce años madrileños en los
que su cama fue su patria. Llevaba ya unos años en ella cuando un
director de un periódico le ofreció la oportunidad de escribir un
artículo sobre Europa. «¿Europa?, dijo el escritor uruguayo.
«¿Pasa algo en Europa?, ¿Pasa algo que merezca la atención? Lo
que sí puedo escribirle, si quiere, es un artículo sobre los
recuerdos de mi infancia».
Y es que la infancia
vuelve una y otra vez a ser ese elemento de ignición del recuerdo en
el ser humano, la oportunidad de preguntarse qué es uno y a qué
obedece lo que es hoy. Desde esa cama Juan Carlos Onetti miraba una y
otra vez al pasado, a sus recuerdos y a sus propias obras, instaladas
a la orilla de ese río que cruzaba la localidad de Santa María.
Todo un universo donde el ser humano intentaba deshacerse de un
destino plagado de frustraciones, de impedimentos para la consecución
de una felicidad raramente presente en sus escritos. Pesimismo y
negatividad que confluyeron en un encierro final al que numerosos
escritores peregrinaban en busca de conocer la fuente de sabiduría
en que el tiempo había convertido al escritor uruguayo. Una fuente
de la que todavía, pese a la edad, manaba un agua fresca, llena de
ocurrencias y de destellos de su genialidad. Periodistas y escritores
eran recibidos en ese ambiente, un escenario en el cual se sentían
absorbidos por esa puesta en escena de un mito de la literatura en
pijama y rodeado de una serie de elementos que ahora se disponen en
esta exposición tal y como estaban cuando falleció el escritor.
Junto a todo ese imaginario la exposición se completa con otros
objetos muy ligados a su vida como libros, cartas, manuscritos,
gafas, pasaportes, primeras ediciones, fotografías...
Un año antes de su
muerte, en 1993 publicó la que sería su última novela ‘Cuando ya
no importe’, redactada en esa cama y a la hora que fuese necesario,
ya que allí estaba siempre la buena de Dolly, a la hora que fuera,
del día o de la madrugada, para tomar nota de la ocurrencia de Juan
Carlos Onetti. Esa obra fue el fin de su carrera y de esa saga de
Santa María. Su nivel dista mucho del alcanzado en títulos
paradigmáticos de su carrera y de la invención de esa localidad
como ‘La vida breve’, ‘El astillero’ o ‘Juntacadáveres’,
momentos cumbres en la construcción de una ficción literaria que
cada vez más se fue acercando a la realidad, una fina línea que,
sobre un colchón, acabó de pulverizarse en la creación de otra
ficción, la de un escritor que se refugiaba en sí mismo y en
aquello que realmente conformaba su patria, ni más ni menos que la
literatura, el arte de generar ficciones.
La
visita de Caballero Bonald
«Un
día de un otoño de los años ochenta fui a visitar a Onetti. Vivía
en un piso algo sombrío y estaba retenido en una de sus obstinadas
fases de acostado. Esa situación de residente estable en la cama
dotaba al novelista de un aire de enfermo imaginario o de excéntrico
personaje de alguna novela no escrita todavía. Y allí estaba Dolly
ejerciendo de veladora de cada uno de los días de Onetti, esa última
y definitiva sin la que muy deficientemente se puede entender en
puridad la vida de un escritor (...) Cuando yo lo conocí, se había
pasado del vino tinto al whisky- por prescripción facultativa, según
decía- y sólo leía novelas policíacas: Chandler, Simenon, Hamett,
Jim Thompson, incluso algunas novelitas negras de frágil calidad y
enredo curioso. Apenas escribía o solo algunos fragmentos...»
Publicado en
Diario de Pontevedra 3/11/2014
Fotografía:
Dolly, la viuda de Juan Carlos Onetti, ante la cama del escritor.
Hugo Castro (Efe)
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