Rue Saint-Antoine nº 170
Juguetes ▶ Una exposición sobre el juguete clásico en el Museo de
Pontevedra trae a nuestra memoria aquellos juguetes con los que se divertían
nuestros padres y que ahora se convierten en objetos de colección. Pontevedra
también tuvo su centro de creación de juguetes, muy modestos, pero que
permitieron que muchos niños fuesen felices.
Acerco mi cara a una vitrina que Guillermo Taboada tiene en su
restaurante Verdún, en la calle Real. Allí se reúne una preciosa colección de
juguetes antiguos. «Sí, estos son muy bonitos, pero mira éste». Es entonces
cuando descuelga un pequeño cubo de latón en el que para mi sorpresa aparece el
estanque de las Palmeras. Aquel al que muchos acudíamos de pequeños a tapar la
boca de las ranitas para jugar con su chorro de agua. Sorprendido le pregunto:
«¿Y esto de dónde ha salido?». «¿Pero tú no sabías que en Pontevedra existió
una fábrica de juguetes?».
Ese encuentro quedó suspendido en el tiempo hasta estos días en los que
el Museo de Pontevedra acoge en sus salas del edificio Sarmiento una importante
colección de juguetes antiguos, lo que despertó mi curiosidad sobre la
posibilidad de conocer más datos sobre aquella fábrica pontevedresa de
juguetes. Muchos días preguntando a unos y a otros, pero pocas noticias de
aquel taller, hasta que un día hablando con el arquitecto César Portela me
cuenta que sí, que es cierto, que él había estado allí acompañado de su padre,
el dibujante Agustín Portela, autor de algunos de los diseños que decoraban
aquellos juguetes. Así es como me pongo en contacto con el hijo del dueño de
aquel taller, amigo del arquitecto y una persona muy conocida en esta ciudad,
el médico Roberto Rey Cons, jefe durante muchos años del servicio de radiología
del Hospital Provincial y un profesional muy querido por sus pacientes. Me
reúno con él a la espera de desvelar todo lo que se podía esconder tras aquel
cubito que, acompañado de una pequeña pala, guardaba mi amigo Guillermo Taboada
como un tesoro de la memoria familiar.
El doctor Rey Cons me acoge con la humanidad que él mismo defiende
en el trato entre médico y paciente y del que lleva haciendo gala durante más
de cuarenta años de servicio. Un periodista o un historiador a la caza de datos
para un reportaje o un estudio tiene también algo de enfermo, un ser que
necesita conectar con sus fuentes para que se calmen sus dolencias. Le cuento
lo poco que sé, que es nada, sobre la existencia de una fábrica de juguetes que
al parecer estaría ubicada en la plaza de Méndez Núñez (donde posteriormente
Antonio Reguera también abrió una juguetería) y es entonces cuando me empieza a
relatar una historia fascinante, de esas que las piedras de esta ciudad han
dejado atrapadas en el olvido.
Muy cerca de allí, en la calle Real, concretamente en el entorno de la
fuente de los Tornos, su abuelo, Leopoldo Rey Touriño, tenía un negocio de
latón. Aquella calle Real de las primeras décadas del siglo XX era una calle
repleta de oficios artesanales de los que hoy quizás solo recordamos a los
cesteros, pero también había latoneros, con una importante labor a la hora de
elaborar lecheras, tinas, o los más diversos utensilios. Hablamos de los
inicios de los años cuarenta, cuando esta ciudad todavía se estaba despertando
de la pesadilla de una Guerra Civil y muchos de sus habitantes querían afianzar
sus vidas. El hijo de aquel latonero, también llamado Leopoldo, decide
establecerse por su cuenta con un negocio propio. Tras conseguir un préstamo
bancario Leopoldo Rey Vázquez se hace con un local en la plaza de Méndez Nuñez,
esquina con la calle San Xulián, y allí, con la maquinaria precisa, comienza a
trabajar el latón pero de una manera muy diferente a la que hacía su padre. Él
se iba a decantar por fabricar juguetes, una actividad mucho más creativa, pero
también más arriesgada, pero que
funcionó, y desde ese riesgo consiguió hacer felices a muchos niños que por
aquel entonces tenían muy pocas oportunidades para poder jugar con algo que no
fuera una pelota de trapo o unos cartones.
Con nueve operarios desde aquel taller se consiguió elaborar una
producción que se distribuyó por diferentes
puntos de la península como Valencia o Madrid, pero que también en
Pontevedra se comercializó en locales de la calle Oliva como Pirelo o Moure.
¿En qué consistía aquella producción?, pues dependía de las
estaciones del año, así ésta se dividía en las estaciones de buen tiempo,
primavera y verano, cuando se fabricaban cubos y palas; mientras en otoño e
invierno lo que más se producían eran tambores, platillos y utensilios de
cocina para las niñas. Junto con esta producción desde ese taller también se
abastecía a las fábricas de gaseosa de la ciudad realizando las chapas de sus
botellas.
El logotipo de la empresa era un rombo con el nombre de la firma REY en
su interior que se incluía en cada una de las piezas que se elaboraban en unas
planchas de latón que se cortaban, e imprimían en sus diseños, en Vigo, pero
que aquí, en Pontevedra, se troquelaban dándole la forma necesaria para cada
uno de los trabajos. Los años pasaban y llegaron los finales de los sesenta,
años en los que un nuevo material, el plástico, comenzó a imponerse a los
empleados. Una dura competencia que hizo que Leopoldo Rey, con sus hijos
estudiados y con buenas perspectivas laborales, ya hubiese perdido aquella
ilusión que décadas atrás le había hecho dar ese paso. La fábrica no se cerró
hasta que todos sus trabajadores encontraron otra ocupación, ya que ese
espíritu de humanidad estuvo siempre muy presente en aquel empresario que un
día soñó con hacer juguetes de latón y lo que consiguió fue que una ciudad
entera soñase con que alguien desde ella había creado juguetes.
Le pregunto al doctor Rey Cons si no guarda alguno de aquellos juguetes.
«Yo no soy muy de guardar cosas del pasado...pero tengo algo por aquí, voy a
buscarlo». Cuando regresa trae consigo un cubito con un estanque pintado en uno
de sus lados y una pala con un dibujo, éste sí, diferente al que me había
mostrado Guillermo y del que yo no le había comentado nada. Cubos de un tiempo
que hoy vuelve a nosotros para recordarnos parte de lo que fuimos.
Publicado en Diario de Pontevedra 28/12/2014
Fotografía: Beatriz Ciscar
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