Hay
semanas en que esta España, todavía alterada en sus constantes vitales, se
asemeja a un cómic. Una especie de 13 Rue del Percebe en el que cada uno de sus
personajes muestra en su cubículo sus miserias sin que parezca darse cuenta de
que está expuesto a la visión pública, al juicio popular, al escrutinio de una
sociedad que se ha despertado del largo letargo de la Transición a base de
bofetadas y pan duro para dejar de ser el Rompetechos que no se enteraba de
nada.
El
que esta semana el maestro del cómic Francisco Ibáñez publicase un nuevo
Mortadelo y Filemón no deja de ser otra luminosa señal de su genio imperecedero
a la hora de olfatear la inspiración ante cada trabajo. Una inspiración que,
como él mismo reconoce, surge al leer la prensa diaria, al escuchar la radio o
ver la televisión, y es que nuestra sociedad no deja de producir viñetas
tragicómicas, por lo que tienen de coste social y de imagen de un país
cercenado por sí mismo y por sus élites de poder.
Aquella
peineta de Luis Bárcenas hizo bailar sobre la yema del dedo que dirigía su
bolígrafo por un mar de asientos contables al partido más poderoso en España en
los últimos tiempos. El dedo del más listo de la clase se erigía para vergüenza
de un partido que fió a su tesorero su economía con absoluta libertad de acción
y sin control alguno. Ahora Ibáñez también levanta su dedo enhiesto para situar
un nuevo cómic dentro de esa geografía de tratados sociológicos en que se ha
convertido todo lo que sale del laboratorio Bruguera con el humor como el
detonante más preciso para evidenciar todo aquello que puede sonrojar a un
país.
El
tesorero es una viñeta más en este país de viñetas y peinetas, el martirologio
de un partido que esta semana ha seguido viñeteando su propia acción de gobierno
con un presidente permanentemente encerrado en una pantalla de plasma. Con
seiscientas personas aplaudiendo (‘palmeros’ según las palabras del ‘popular’
alcalde de Valladolid) y sin decir ni mu tras el bonancible discurso del líder.
Y todo ello en la misma sede en la que Bárcenas escribía y apuntaba, en la que
los sobres sin timbre de correos entraban en los bolsillos sin acuse de recibo
y en la que las obras, pías y no pías, se pagaban en dinero negro como la
tinta.
Pero
no es solo el Partido Popular el viñetista oficial del reino. No, aunque lo
hace muy bien, y ya solo Rafael Hernando daría para un SuperHumor. Esta semana
ha venido repleta de otras viñetas. Ahí tienen por ejemplo al ministro de
Justicia en los tiempos de Zapatero (que de esto no tiene culpa) acusado de
malos tratos y violencia de género o al gobernador del Banco de España, Luis
María Linde, comparando el sacrificio sufrido por la población debido a los
recortes con un patriotismo que no deja de moverse entre lo cutre y lo
mezquino. A la Real Academia de la Historia llegando a la sesuda conclusión,
tras profundas discusiones, de que Franco fue un dictador o al presidente de
Patrimonio Nacional, José Rodríguez-Espiteri, queriéndose llevar cuatro piezas
claves del Museo del Prado a una nueva colección en el futuro Museo de las
Colecciones Reales. Y claro que el cómic Urdangarín se amplió con una nueva
viñeta, y si no ya me dirán cómo se explica que su socio, Diego Torres,
solicite la presencia para declarar ante el juez de 686 testigos.
Es
más que reconocida la capacidad de Ibáñez para producir páginas y viñetas en
poco tiempo, pero ni su ritmo récord de trabajo podría soportar la capacidad de
este país para viñetearse, para generar monstruos que solo cuando los toca el
rotulador de Ibáñez nos los podemos tomar de otra manera y aun así es muy
difícil.
¡Ah!,
me dejaba la última, no busquen en los informativos de Televisión Española la
noticia sobre este nuevo cómic. No existe, y no por no hablar de Ibáñez, sino,
claro, por no hacerlo de Bárcenas. Eso sí que es una peineta.
Publicado en Diario de Pontevedra 11/04/2015
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