La primera Feria sin Calucas. Así fue.
Salió suelto el primero de la tarde como viendo que pasaba en la plaza. Con
tanta cara nueva y el palco de la
Diputación vacío, otrora hasta los topes. ¡Aquella plaza no
era la mía que me la han cambiado! Una gran pancarta rezaba ‘Pontevedra
Taurina’, y las seis mil personas del interior en batir de palmas humeantes y
la primera gran ovación de la tarde. Mientras, la presidencia sí que era bien
conocida, tanto que Ponce, un elemento más del atrezo de la plaza de toros de
Pontevedra tras 19 tardes, 19, que se dice bien y pronto, no tenía más que
encelar a su oponente con la muleta una y otra vez con la manta al pescuezo
para volver a su interminable sucesión de pases que hasta durmiendo, en las
desabridas noches del invierno, debe continuar dando, y como el enemigo más que
serlo, lo que era era un colega, pues ambos se fundieron en una faena de esas
que no pasarán a la historia. Tampoco la de su segundo, pero ahí la culpa no es
del torero, sino de quien le suelta un torito imberbe, aliviadero de cuadras,
que el presidente debió devolver a corrales por su manifiesta cojera. Pero no,
el presidente estaba a otra cosa.
Morante ante el pegapasismo aplicó la
parsimonia como cura para el toreo. El parar, templar y mandar erigió al de La Puebla en el íntimo
triunfador de la tarde de estreno de la Feria pontevedresa, porque el de la puerta grande
y las orejas fue El Juli y su cañoncito, ese del ‘donde pongo el ojo pongo la
espada’. Ambas fulminantes y cuatro orejas, que aquí lo de la espada es
inapelable. ¿Verdad, presidente? De flagrante delito ha sido el birlarle la
segunda oreja a Morante en el segundo toro, una faena inventándose a un animal
sin demasiadas esperanzas, pero el duende de Morante, como en el primer toro, y
como hace dos años, se fue a ese rinconcito inspirador cerca de la puerta de
chiqueros para armar otro lío, que ya se puede ir encargando al marmolista la placa:
‘El rincón de Morante’ Pues de ese temple de Morante surgió lo mejor de la
tarde.
Lo mato o no lo mato, dudaba Morante
con su sonrisa, esa que es sinónimo de felicidad y torería de que todo fluye en
el karma positivo del sevillano. Era el segundo de la tarde, ya se había
descalzado y toreaba con los pies juntos en un ir y venir interminable, cumbre
en esa serie final que culminó con un espadazo al encuentro con el que el toro
tardó en caer, pero, ¿y qué? la faena merecía las dos orejas, pero el
presidente, tan rápido y veloz para conceder las dos al Juli, aquí miraba para
otro lado y solo daba una quedando la otra para esa conciencia que retumbará en
el futuro. Pero Morante arrebatado ya solo reía, había estado a gusto y eso en
este torero es una bendición. La sonrisa, aquella misma con la que titulamos
hace dos años, ya había asomado con el primero de la tarde. La mejor faena
vista ayer. Bien con el capote, iniciada pegado a las tablas y citando luego
desde lejos en el centro, después los naturales largos como de As Corvaceiras a
Monte Porreiro, y el temple de quien además de torear hace cosas de torero. Y
eso es impagable. Con orejas o sin ellas.
Ficha Técnica:
Toros de la ganadería Alcurrucén.
Nobles, pero de escaso tamaño,
justos de fuerza.
▶ Enrique Ponce. De turquesa y
oro. Media estocada y dos descabellos
(palmas). Pinchazo y estocada
(silencio).
▶ Morante de La Puebla. De purísima y oro. Dos pinchazos y estocada
(ovación tras aviso). Estocada al
encuentro (oreja)
▶ El Juli. De burdeos y oro. Estocada
(dos orejas). Espadazo fulminante
(dos orejas).
Publicado en Diario de Pontevedra 9/08/2015
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