«-Es una ciudad muy culta Pontevedra,
siempre me he sentido muy querido. Es un poco la mía. Le dieron mi nombre a un
instituto.
-De hostelería
-Fíjate, siendo yo un tipo tan
delgado, enjuto. Qué cosa tan curiosa.»
[Entrevista Diario de Pontevedra.
23/06/2013. Belén López]
¡Se ha muerto Oroza! -¿El cocinero?» Este podría ser el diálogo entre dos
personas que en nuestra ciudad asocien el nombre de Carlos Oroza a la Escuela de Hostelería que lleva su nombre. Sin
tener por que saber de poesía, que eso ya sabemos que es cosa de musas, y a
veces están y otras no, sería lo más razonable que una escuela de cocina lleve
el nombre de un cocinero o un restaurador (así, más finamente) de tronío. Pero
no, Carlos Oroza era un poeta. Y de los buenos. Y como todo en su vida estaba
repleta de hechos singulares, este no podía dejar de ser otro más.
Entre otras opciones salió elegido ese
nombre, convirtiéndose así en un hermoso homenaje, también por lo inusual en
este país en el que tendemos a honrar a los muertos por encima de los vivos,
esos que a dos metros bajo tierra o con sus cenizas esparcidas por el océano o
bajo un carballo es muy complicado que puedan disfrutar de algo que se han
ganado a pulso. Y a Oroza, como a tantos otros, le faltaron unos cuantos.
Carlos Oroza se sentía muy honrado por
estar representado por este centro de estudios, por lo que tenía de educación
de la juventud, a la que él siempre estuvo muy cercano por su carácter rebelde,
su poesía fresca y de lenguaje brioso; también por ser unos estudios llenos de
creatividad y, finalmente, por estar en la Pontevedra
que tanto amaba, en la que hubiera vivido de no ser por un poema antifranquista
que le hizo salir por piernas del Teatro
Principal, y en la que no era infrecuente verlo recorrer sus calles
pausadamente, fijándose en todo y convirtiendo en verso cuanto veía,
«componiendo al ritmo de los pasos», como le comentó a Antón Patiño en el transcurso de una charla posterior a la entrega
de la Medalla
de Oro del Círculo de Bellas Artes de
Madrid en 2014. Él, que no necesitaba libreta, que todo lo apuntaba en una
memoria prodigiosa para luego ser convertido en declamación absolutamente
impactante para el público. Entren en Youtube
y busquen por Carlos Oroza alguno de sus recitales y entenderán lo que ha
venido a significar este hombre que han vestido de raro cuando no lo era tanto
e imagínense lo que podría ser asistir en directo a uno de esos recitales.
Dentro de ese orgullo Oroza visitaba con cierta frecuencia la escuela, así, en
noviembre de 2013 se acercó a ella por invitación de su nuevo director, Manuel Hermo, acompañado por un buen
amigo de ambos, el pintor Antón Pulido,
y no dudó en posar para la cámara junto con un grupo de alumnos. También estuvo
presente en el I Concurso de Sumilleres que en el año 2014 organizó la escuela
y allí estuvo acompañado por su último editor, Javier Romero, quien, desde la Editorial Elvira , transformó una poesía milagrosa
en un milagro de libro o libros, ya que ese compendio homérico de toda su
poesía que es Évame, tuvo tres
ediciones a cada una de ellas más deliciosa.
Poesía deliciosa, poesía magnética,
como es la de Oroza, como un buen plato gastronómico, como una buena sensación,
y es que poesía y comida son ambas fruto de la experiencia o la
experimentación, la vivida y la posteriormente reflejada en un poema o en un
plato. No es tan extraño entonces que este centro de cocina tenga un nombre de
poeta, que sus alumnos intenten componer ingrediente a ingrediente un poemario
gastronómico condicionado por los límites del plato, algo que sí les diferencia
del gran Carlos Oroza, incontenible, de verso ancho, de espacio inabarcable, un
ser irrepetible ya para siempre identificado con nuestra ciudad.
Publicado en Diario de Pontevedra 28/11/2015
Fotografía: Carlos Oroza durante una visita a la Escuela de Hostelería Carlos Oroza de Pontevedra en 2013. (Escuela de Hostelería Carlos Oroza)
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