La muerte de Carlos Oroza pone la
atención en un personaje singular. Un ser diferente con la poesía en su cabeza
más que en el papel. Poeta de la oralidad, su vida y obra lo cifraron como una
especie de chamán que recitaba de una manera impactante, y ahí es donde reside
su magia. Primero en Madrid, su figura todavía se recuerda entre las mesas del
Café Gijón, y posteriormente en Galicia, Carlos Oroza se convirtió en una
suerte de mito que ha llegado a su fin. O quizás no.
"MI CASA ESTABA sola sola de
lonxe». Una frase que es verso, verso amplio y hondo como el pronunciado por
Oroza, el poeta que recitaba y no escribía, el poeta que redactaba en su cabeza
y no sobre el folio. Esta frase pertenece a un poema inédito de Carlos Oroza
que venía mucho a su mente ante la publicación de una serie de poemas nunca
conocidos y realizados a lo largo de varias décadas, pero también de otros
poemas recientes en los que se incluyen palabras en gallego. Un canto de cisne
del hombre que retornó a su tierra (mientras en Madrid lo daban por muerto) a
seguir proyectando su vida, una vida que, como vemos, no se ha detenido, ya que
seguirá viviendo en un nuevo poemario y en el permanente recuerdo que muchos
tendrán de él.
Su último editor, Javier Romero, quien
realizó en los últimos años en la Editorial Elvira un magnífico trabajo de revisión
y edición de su obra que se materializó en tres ediciones diferentes del
poemario ‘Évame’, un compendio poético del que la última de esas ediciones fue
revisada por él mismo, palabra por palabra. «Trabajó directamente en él, lo
supervisó, decía lo que había que poner exactamente y corregía fallos», comenta
Javier Romero.
Pero hasta llegar aquí la vida de Oroza
fue parte de su propia poesía. Verso y experiencias confluían en un devenir
solitario por diferentes geografías y con pocas necesidades orgánicas. Oroza se
fue fraguando lentamente en el Madrid de los años cincuenta, sesenta y setenta,
parapetado en el Café Gijón, cruce de caminos de escritores, poetas, pintores,
actores, directores... allí emergía su fina figura, de piel morena y actitudes
bohemias que lo convirtieron en el poeta de la modernidad madrileña. «Un
candelabro desparejado», lo define Francisco Umbral en su crónica sobre el Café
Gijón, ‘La noche que llegué al Café Gijón’. «Contaba historias familiares
confusas, enseñaba fotos, poemas, cosas, y vestía ropas inesperadas, entre la
casualidad y un ingenuo dandismo pobre y caritativo...», afirma el escritor
sobre el poeta; allí, y en otros escenarios de Madrid, como la Facultad de Derecho (en
la que ofreció un recital en 1966) o caminando por la propia Gran Vía, Oroza
expulsaba su poemas al aire, palabra tras palabra, acrecentando su mirada hacia
una realidad que pretendía reinterpretar con unas versificaciones largas, sin
puntos ni comas. «Mis libros habría que imprimirlos de través», le dijo a
Francisco Umbral cuando éste le animaba a publicar o a participar en revistas
poéticas. En ese Madrid conoció a poetas gallegos como Manuel Lueiro Rey o Uxío
Novoneyra a los que uniría una gran amistad. El primero lo dio a descubrir en la Galicia de esas décadas,
promocionándolo en diferentes recitales, mientras el poeta do Caurel se lo
llevó a su vivienda, en la que vivió durante un tiempo y en la que no dejaba de
componer inscrito en la naturaleza. Allí se materializó, animado por el amigo,
su primer libro de poemas, ‘Elencar’ (1974), publicado por la vanguardista
editorial madrileña Tres catorce diecisiete, salvando un puñado de poemas
mientras otros quedaban tirados en el suelo. En Oroza la letra escrita es un
estorbo, sus versos se escenifican, se sueltan al aire desde una sonoridad solo
lograda por él en la recuperación de lo primitivo, lo oral, la narración a la
comunidad.
Madrid pierde su rastro a finales de
los setenta cuando llega a Galicia. Vigo, Pontevedra y la ría de Vigo serán su
paisaje habitual durante el resto de su vida. El Café Gijón perdía a uno de sus
más singulares protagonistas (hay quien dice que se apareció alguna vez más),
pero su huella nunca se perdió. Ahora su rastro se desplazaba a esta geografía
que le apasionaba, ciudades que gastaba a base de caminar y caminar mientras el
verso no dejaba de prolongarse. «Ando por Vigo caminando mi fracaso de vez en
cuando me paro y veo llegar un barco», recuerda un verso suyo el pintor Antón
Pulido quien, pronunciando unas palabras ante su cuerpo presente, propuso que
«había que coller uns zapatos vellos de Oroza e facerlles un marco, como un dos
recordos dun camiñante, dun vixiante que ía recorrendo as rúas unha a unha sen
perder detalle do acontecer de Vigo». Pero antes de caminar por Vigo, Oroza
pasó un tiempo viviendo en una buhardilla en Aldán, cerca de Menduíña,
colgado de la ría de Vigo, visitando la Taberna del Jefe (conocida así por ser propiedad
del jefe de la policía local de Cangas), a donde solía desplazarse mucha gente
progresista de Vigo, recuerda Marieta, la hija de Manuel Lueiro Rey, familia
con la que el poeta mantuvo una estrecha relación hasta el fin de sus días.
«Meu pai, cando foi concelleiro de Cultura no Grove, levouno varias veces para
facer recitais, era un xeito de axudalo tamén económicamente. Cando viña a
Pontevedra comía as veces na nosa casa e daba gusto escoitalo». Con todos esos
versos surge un nuevo poemario publicado, ‘Cabalum’ (1980). Otro en 1985,
‘Alicia’. Poco a poco Carlos Oroza empieza a relacionarse con el ámbito
cultural de Vigo y su entorno. Mantiene amistad con muchos pintores, era un
gran conocedor de pintura, y muchos pintores acompañan sus imágenes con textos
de Carlos Oroza. El propio Antón Pulido lo llevó al Museo de Pontevedra a ver
unha exposición suya y ante el color negro empleado por el pintor dijo: «Me
encanta la luz y me encanta la sombra». Para luego repetir tres veces, «Quién
besará la sombra, Quién besará la sombra Quien besará la sombra». «El entendía
moito de pintura» afirma Antón Pulido, definiendo su poesía como «moi
colorista».
En 1996 se publica un nuevo poemario,
‘Una porción de tierra gris del norte’ y, al año siguiente, ‘En el norte hay un
mar que es más alto que el cielo’, que la Diputación de Pontevedra editará revisado y
ampliado en la colección Tambo que dirigió otro escritor y poeta, Luis Rei. Es
a partir de este momento cuando Carlos Oroza parece resucitar, cuando su
visibilidad se hace mayor, participa regularmente en recitales, organizados por
instituciones o por centros educativos, sabedor siempre del poder de la palabra
desde el pueblo y de la necesidad de narrar entre la gente y para la gente. Sus
poemas, como hicieron en los sesenta en aquellas aulas universitarias del
tardofranquismo, seguían teniendo el mismo poder de ignición con los jóvenes
que entonces. Su pureza, su falta de cursilería se adapta bien al lenguaje
directo y desinhibido de la juventud. En 1997 la pontevedresa Escuela de
Hostelería toma su nombre como sinónimo de vanguardia e individualidad, gracias
al interés de un miembro del claustro, su amigo y compañero de paseos, Luis
García Bobadilla. De nuevo el paseo en su vida, un caminar que le llevaría
continuamente por las calles de Vigo y Pontevedra, en el descubrimiento diario
de la ciudad, pero también en el recuerdo, como el de aquel día de 1975 en el
que tuvo que ser ayudado por unos amigos vestidos de policía para salir del
Teatro Principal tras recitar un poema contra el Régimen. Él era así, un ser
libre, alguien que no dudaba en hacer de su lengua una navaja afilada contra
aquellos que no le gustaban, pero el resto del tiempo era un ser que gustaba de
relacionarse con la gente, de compartir nuevas miradas y lleno de educación.
El pasado año el Círculo de Bellas
Artes de Madrid le concede la
Medalla de Oro en una recuperación de sí mismo, algo que se
vio alentado por esas ediciones de los años años 2012 y 2013 de ‘Évame’: «Para
él fue más que una satisfacción. Los últimos años Oroza siguió trabajando.
Quince días antes de morir Oroza estaba escribiendo de puño y letra. Quedaron
poemas atrás de los años sesenta y setenta que formarán parte de una nueva
edición», comenta Javier Romero. Eso sí, sin comas ni puntos.
Publicado en el suplemento cultural Táboa Redonda. Diario de Pontevedra/El Progreso de Lugo 29/11/2015
Fotografía. Carlos Oroza durante un recital en el Museo de Pontevedra en 2012. (David Freire)
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