▶ .... Tú lloras debajo del llanto/ tú
abres el cofre de tus deseos/ y eres más rica que la noche./ Pero hace tanta
soledad/que las palabras se suicidan.
[Fragmento de ‘Hija del viento’
de Alejandra Pizarnik]
Hay libros que se sujetan a los dedos
como una ventosa. Libros que una vez que los dejas ya leídos crees que formarán
parte del olvido, pero de los que surge una especie de silencio imantado que te
obliga a regresar a ellos, a encontrarte de nuevo con sus páginas, a rastrear
más a fondo entre sus líneas, a hociquear entre unas palabras en las que sabes
que siempre encontrarás algún tesoro. Uno de esos libros lo firma Juan Tallón, uno de nuestros soles
columnísticos de los domingos. Tenemos varios, no se crean, Cota, Jaureguizar o Manuel de
Lorenzo, y esperamos a uno más, estén atentos, personas que cuando escriben
dejan un néctar pegado a la página gracias al cual nos relamemos a lo largo de
toda la semana.
El libro, editado por Alrevés, se titula ‘Fin de poema’ y es una maravilla, sin
más contaminaciones adjetivas, sin más filigranas expresivas, simplemente, una
maravilla que, paradójicamente, hace de las horas finales de cuatro reconocidos
poetas todo un argumentario literario de primer orden. Cuatro episodios de la
historia de la literatura que tan bien conoce el escritor ourensano, como nos
demostró en otro libro enorme, ‘Libros
peligrosos’. A partir de esos cuatros capítulos Juan Tallón es capaz de
redimir el propio hecho literario desde lo hermoso y lo lírico, cuando lo que
se cuenta son cuatro citas luctuosas, cuatro caídas por el barranco interior de
la desesperación y la intolerancia propia, alentadas por esa deriva del genio
que inunda a tantos escritores incapaces de contenerse entre las tapas de un
libro, desbordándose por su propia existencia, y convirtiendo a cada uno de
esos autores en el pajarillo enjaulado de la mina.
Cesare Pavese, Alejandra
Pizarnik, Anne Sexton y Gabriel Ferrater, son los palos de la
baraja que con tanta maestría pone ante nosotros Juan Tallón. Cuatro ases de la
poesía. ¡Es jodido ser poeta! Intentar condensar la vida y sus embestidas en
unas pocas palabras. Dejar entre el sórdido blanco de la página una palabra
espectral, una presencia que denote una ausencia. Sombras de una vida que, como
el Nosferatu filmado por Murnau, asoman sus garras suspendidas,
acompañándonos para mostrar lo que nos depara ese territorio inhóspito.
«La insatisfacción es la única felicidad
que le queda al poeta. Y la mayor desgracia», se despacha Juan Tallón, en una
de las innumerables frases que podríamos entrecomillar para hacer medianamente
leíble este artículo. Frases que te embadurnan de arriba a abajo, a las que te
agarras para intentar comprender esas vidas. Pero también para la
ejemplificación de cómo un escritor puede regurgitar esas existencias
convirtiéndonos en cómplices de sus entrañas, de un incendio interior originado
por la combustión de unas palabras que, como el oxígeno ante la llama, cuanto
más se agita, más intensidad alcanza el fuego. Y al final, las cenizas.
Juan Tallón se corporeizará (poco, que
es fino asceta) el próximo jueves en la librería Cronopios, para firmar y presentar el libro ante los micrófonos de Onda Cero comandados por Susana Pedreira. Sigan sumando talento
y brillo. Y lo hace en territorio Cortázar,
el mismo escritor que le enviaba paquetes desde París a Buenos Aires
llenos de poemarios a Alejandra Pizarnik, como salvavidas arrojados al Atlántico ante el naufragio que se
intuía a los pies de la Torre Eiffel
y a los que poder asirse, en un último intento de salvación. Pero eso, claro,
ya depende de uno mismo. Y eso es lo difícil, lo que trasciende de estos cuatro
derrotados, el escaso interés por sí mismos, por confiar en sus posibilidades
como seres humanos, al tiempo que son conscientes de sus posibilidades como
autores fragmentados a lo largo de versos y poemarios que a todos nos
deslumbran mientras a ellos los iban sepultando palada tras palada. En esas
toneladas de tierra el autor pone un pie en lo real y lo irreal, en lo cierto y
en lo incierto, líneas difusas que se van cruzando de manera asombrosa hasta el
punto de hacernos dudar de todo. ¡Ah, qué bien se está en la duda! Donde todo
puede suceder, donde nada es certidumbre y todo es poroso. Intersticios en los
que el escritor se vuelve poderoso domando a sus monturas, línea a línea,
palabra a palabra. «Ser poeta es ocupar los espacios con los ojos cerrados»,
escribe Tallón, al tiempo que condensa esas existencias en numerosas anécdotas,
respiraderos entre la tensión trágica, al tiempo que son evidencias de la
bancarrota emocional. Como la de esos poetas que mantenían una tertulia en
Lisboa. Una tertulia en silencio. Sin palabras. Tardes y tardes, hasta dos
décadas de silencios, cuando en una sesión uno de ellos exclamó: «El café está
malísimo». Acusado por el resto de charlatán la tertulia se disolvió al
instante.
El editor Carlos Barral recomendaba no acudir a la poesía a expresarse, sino
para averiguarse. Nuestros cuatro protagonistas así lo hicieron, convirtieron
su poesía en una interrogación permanente. En una radiografía íntima positivada
en una tristeza cada vez mayor. No dejen pasar la oportunidad de leer este
libro, llévenlo pegado a sus dedos, exíjanle una firma a su autor, merecedor de
rubricar su nombre junto al de estos cuatro fines de poema. Suban al carromato
de los Bundren, el itinerario
faulkneriano de ‘Mientras agonizo’,
que ahora Juan Tallón pone en circulación ante nosotros, para que, desde ese
cortejo fúnebre por él elegido, calibremos las diferentes caras del ser humano
ante la muerte, ante la marchita soledad que brota entre millones de lectores.
«Hace tanta soledad/ que las palabras se suicidan».
Publicado en Diario de Pontevedra 23/01/2016
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