Todo un caudal de pintura, literatura, ilustración, fotografía y más tarde el cine y la televisión llevaban la frontera hasta la costa
este y desde allí desbordaba el Atlántico hasta la vieja Europa
[‘El sueño de la frontera’. Alfredo Lara en el catálogo de la muestra]
‘La ilusión
del lejano Oeste’ es el título
de la exposición que el Museo Thyssen exhibe
en Madrid hasta el próximo 7 de
febrero. Una ilusión que se plantea desde la recuperación de un escenario que
muchos artistas y creadores afrontaron como la prometedora creación de un nuevo
territorio que abría numerosas vías de futuro y esperanza para sus pobladores,
pero cuya ilusión también ha ido derivando, a lo largo de diferentes
generaciones y geografías, en la configuración de ese legendario Oeste
americano como un lugar mítico en el que refugiarse y que a uno siempre le
depara buenas sensaciones.
Esa ilusión es la que ha llevado a su
comisario, el artista Miguel Ángel
Blanco, a proponer una muestra llena de atractivos que parten de lo que
pueden ser los primeros contactos del hombre blanco con aquellos territorios, a
través de mapas, dibujos o elementos de una época con fuerte protagonismo
español, para pasar a la gran pintura norteamericana de finales del siglo XIX,
en la que esos paisajes inconmensurables se mostraban como románticos
escenarios con la naturaleza y sus pobladores, diferentes tribus indias, como
atractivos. Esos indios y su cultura, atropellada y asaltada por la prepotencia
blanca, son también fotografiados en una espectacular secuencia de imágenes que
nos muestra sus rostros, sus maneras de vestir, sus objetos... en definitiva, todo
un universo que ha llegado a nosotros a través de ese poderoso elemento de
difusión que ha sido desde sus orígenes el cine, que también cuenta con una
amplia representación en esta exposición, junto con toda una serie de elementos
que han formado parte de nuestras vidas, como los indios y vaqueros de
plástico, que hicieron de nuestra infancia un tiempo repleto de buenos
recuerdos, sin necesidad de la invasión tecnológica que hoy convierte a
nuestros hijos en pequeñas máquinas que ignoran el poder de la imaginación. La
muestra se cierra con una selección de 13 libros-caja que forman parte del
proceso artístico del comisario, Miguel Ángel Blanco, recipientes que encierran
paisajes, experiencias y visiones que muestran su interés por las culturas del
Oeste y su fundamental anclaje con el medio natural en el que se desarrollaron.
No es fácil recorrer la exposición sin
vincular mucho de lo allí expuesto con lo que hemos conocido sobre esta
realidad física, social y cultural, así como todo lo que ella ha generado en
paralelo a nuestra vida. Como esos revólveres, tan parecidos a los que
teníamos de niños con sus cargas de petardos o los indios y vaqueros de
plástico que protagonizaron tantas horas de diversión simulando escenas de
aquellas películas, referenciadas aquí con posters y fotogramas, que se emitían
en Televisión Española en la
inolvidable ‘Sesión de Tarde’, en la
que, bajo la apariencia de un cine intrascendente, te encontrabas auténticas
obras maestras del género como películas de John Ford, Howard Hawks
o Raoul Walsh. Todo ese imaginario
se ha ido interiorizando por una o varias generaciones que siempre han
mantenido esa fascinación por lo que tenía relación con el western, y en esta
exposición hay mucho también del «print the legend» fordiano, el que la
historia pase a un segundo plano ante lo que se ha convertido en algo
legendario, no solo desde el punto de vista histórico, sino también íntimo de
muchos de nosotros.
Con los juguetes de los Reyes Magos casi sin estrenar es
imposible no pensar en aquel Fuerte del Oeste al que nos asomábamos en el
escaparate del Gran Garaje y que Sus
Majestades tuvieron a bien dejarme en una Navidad
ya, como casi todo, demasiado lejana. Con su empalizada de madera, su torre de
vigilancia, su patio en el que amarrar a los caballos, en definitiva, un
recuerdo imborrable, como el de aquellos sobres de indios y vaqueros que se
compraban en Novás para protagonizar
las aventuras más audaces, o ese disfraz de vaquero, siempre el preferido en
los carnavales. Todo ello son derivadas de lo que supuso aquella conquista de
un territorio y cómo se iba a depositar como un ingrediente de afectividad en
nuestras vidas, ahora, recorrer esta exposición en el Thyssen, nos sitúa ante
gran parte de lo que significó aquel tiempo y aquellos hechos, pero también nos
coloca ante lo que somos muchos: memoria y recuerdos con dos revólveres
enfundados en la cintura.
Publicado en Diario de Pontevedra 9/01/2016.
Fotografía: David Freire
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