Tardan en salir las palabras sobre la
gente que uno admira o respeta. Sobre esos seres que, aunque distantes en lo
físico, parece que siempre te han acompañado como parte de tu itinerario vital.
Presencias, desde los más diversos aspectos de la sociedad, que son esenciales
para entender ciertos momentos que le dan verdadero sentido a la vida.
En el mundo del fútbol mi magdalena es Cruyff. Quizás, junto con Pep Guardiola, lo que vendría a ser una
redundancia, las únicas personas del orbe fútbol con las que me gustaría
compartir unos momentos de conversación. Cruyff ofrecía esa mezcla de descaro e
inteligencia precisa para que el fútbol en blanco y negro pasase a ser en
color. El campo verde salpicado de papelillos blancos de la final del Mundial
del 78 con las camisetas naranjas de Holanda
son mi primer recuerdo del fútbol en colorines, y eso que allí no estaba
Cruyff, por esa increíble y nunca contada historia que desveló esta semana Jabois sobre la Aguete Connection. Con el futbolista convertido en leyenda, había
que prolongar ese mito por los banquillos, sin teorías ni derivas mentales que
parecen ser ahora las necesarias para dirigir a un equipo de fútbol, como si
éste estuviese formado por Ingenieros en Telecomunicaciones. Al holandés le
bastó con una infancia difícil, las calles brumosas de Amsterdam, tres Copas de Europa y un Mundial que ganó sin ganarlo.
Desafío tras desafío Cruyff se encontró
con la madre de todas las batallas, el banquillo del Barcelona de 1988, un erial en el que cada vez que te sentabas
todavía se escuchaba el estallar de las lágrimas cristalizadas de la derrota en
la final de la Copa de Europa en Sevilla.
Con él llegaron los títulos, pero sobre todo llegó algo mucho más importante,
el estilo. Cruyff tejió unas líneas de juego que todavía permanecen bajo el
césped del Camp Nou y que, como
campos imantados, hacen que sobre ellas se deslicen los jugadores. Nos hizo ver
cómo este deporte es el de la adoración a la pelota, a la cual hay que
idolatrar como a un tótem prehistórico, aferrándose a ella para vislumbrar en
su interior todas las posibilidades de este juego. Aquellas lágrimas sevillanas
no estaban tan sólo en un banquillo de fútbol, sino en las camas de muchos
niños que se habían acostando llorando la frustración de aquella noche. Unas
lágrimas que todavía se movían entre sus manos como las cuentas de un rosario
para exorcizar la maldición. El zapatazo huracanado que desde Roterdam envió Koeman destino Wembley
alivió a un club que increíblemente contaba por cero o ninguno sus
trofeos en la máxima competición de clubes, hizo saltar a Cruyff del banquillo
y abrió un camino de baldosas amarillas sobre el que todavía hoy se va
brincando alegremente. Ese partido dejó también un rastro conservado en lo alto
de un armario, una caja a la que hubo que acudir durante estos días de luto
para darle sentido a todas las lágrimas, las de antes y las de ahora.
Y sí, la caja seguía allí, en el
domicilio de la infancia. Había que tomar aire y abrirla, saber si todo
permanecía allí 24 años después. Un periódico ajado, una cinta de casette TDK y otra de vídeo. Puede parecer
poco, pero bien al contrario es mucho lo que se representa en su interior, el
quiebro a la historia en las páginas del MARCA
del día después, en la voz fosilizada de Gaspar
Rosety, que debe estar dándole las gracias al propio Cruyff por permitirle
aquella narración de ‘gallina de piel’, y en esas imágenes de televisión. Como
un loco busco una pletina para escuchar la cinta y entonces me doy cuenta de
que este tiempo ya es otro.
Ahora veo páginas y más páginas de
periódicos de todo el mundo, los clamorosos minutos de silencio, los homenajes,
las flores y los Chupa-chups, las lágrimas, los ex presidentes juntos, a Florentino Pérez, a la ‘gent blaugrana’
en pesaroso peregrinar y esa sonrisa que ha presidido el Espacio Memorial del Camp Nou en la que
se resume todo Cruyff y todo su fútbol. La versión de la alegría y la
diversión, la de quitarle importancia a tantas cosas que ensucian a este juego,
la del futbolista pícaro que busca hacerle la vida imposible a los defensas y a
los que mandan en sus clubes pensando que son ellos los protagonistas de este
ecosistema, pero sobre todo, la sonrisa de quien contempla como su obra ha
germinado en tantos equipos y en tantos entrenadores para seguir llenando de
carriles imantados los campos de fútbol de medio mundo.
Hoy toca clásico. Como en una cabriola
del destino el primer partido de Liga tras su muerte será contra el Real Madrid, el equipo al que regateó
por despecho con los dirigentes del Ajax,
el equipo al que por primera vez el Barcelona venció 0-5 con él en el campo, el
equipo al que dribló dos ligas en el último minuto como entrenador, pero sobre
todo, el equipo al que su estilo de juego sepultó para que esta última década
sea de dominio culé. «El fútbol me lo ha dado todo», acostumbraba a decir. A
nosotros tú también. Gracias.
Publicado en Diario de Pontevedra 2/04/2016
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