En 1947 se
estrena Gran Casino, una película menor en la filmografía de Luis
Buñuel pero que se significa por ser su entrada en un nuevo contexto
que sería clave en su cinematografía, como fue su periplo mexicano.
Setenta años después miramos a aquellos años en los que la
carestía de medios no fue más que el acicate necesario para que la
imaginación del aragonés nos dejase algunos de los títulos más
significativos de su carrera y de la historia del cine, caso de ‘Los
olvidados’, ‘Él’, ‘Ensayo de un crimen’, ‘Nazarín’,
‘El ángel exterminador’ o ‘Simón del Desierto’.
DE LAS 32 PELÍCULAS
que conforman la filmografía de Luis Buñuel 20 fueron realizadas en
México. El director aragonés murió con pasaporte mexicano en su
cartera y en el D.F. residió casi la mitad de su vida, en una casa,
de tres plantas y jardín, construida por un compañero de la
Residencia de Estudiantes, el arquitecto Arturo Sáenz de la Calzada,
una casa de ladrillo visto, como el centro de estudios que tan
importante fue para Buñuel y cuyo recuerdo le acompañó siempre.
Una vivienda que desde hace un par de años se encuentra en medio de
litigios entre los ministerios de Cultura y Exteriores para su uso
tras su compra y rehabilitación. Es, por lo tanto, México una parte
fundamental en el periplo vital de Luis Buñuel, allí llegó en 1946
para dirigir una adaptación de la obra de Federico García Lorca ‘La
casa de Bernarda Alba’ de la mano del productor Oscar Dacingers, a
quien Buñuel ya conocía de su etapa parisina, quien no sabía que
Lorca había vendido esos derechos. Pero Buñuel y Oscar Dacingers
establecieron una fértil alianza que abriría desde ese año el
trabajo del director de ‘Un perro andaluz’ en México hasta el
año 1964 en que remata ese periodo con ‘Simón del desierto’ y
antes de realizar sus últimas películas en Francia.
Son, por lo tanto,
estos años mexicanos vitales en su cine dentro de una industria con
numerosas carencias tanto técnicas como presupuestarias lo que
serviría para reafirmar su talento y la capacidad de sus imágenes
para realizar entre estas películas varias obras maestras, sobre
todo en aquellas en que no debía estar tan ligado a los
condicionantes de la producción y en las que disponía de una mayor
libertad para llevar a cabo sus proyectos. Fue, precisamente esa
primera película, una de esas obras hechas por obligación, en las
que Luis Buñuel tuvo que trabajar con dos estrellas de la canción
mexicana del momento, Jorge Negrete y Libertad Lamarque. La película
fue un fracaso comercial pero Buñuel, con un trabajo y sus papeles y
los de su familia en regla, había encontrado un hogar. Los
siguientes tres años fueron difíciles para Luis Buñuel,
subsistiendo con el dinero que le enviaba su madre, hasta que Oscar
Dacingers le ofrece sustituir al protagonista de esa película,
Fernando Soler, que también iba a ser su director. Buñuel toma las
riendas de la dirección de una película que sí funcionó en
taquilla. Buñuel logra la ciudadanía mexicana y el productor, ante
un proyecto presentado por Buñuel para realizar una película
titulada ‘¡Mi huerfanito, jefe!’, le convence para que cuente la
historia de los jóvenes de los barrios pobres de Ciudad de México.
Luis Buñuel estuvo seis meses investigando de incógnito la
situación que se vivía en aquellos barrios antes de realizar el
guión de ‘Los olvidados’ (1950), la película que le supuso el
reconocimiento mundial gracias a la Palma de Oro en el Festival de
Cannes de 1951, pero también la que generó diferentes polémicas
entorno al contenido de la misma. Por un lado muchos mexicanos
vieron en esta película un ataque al país, al mostrar una
cara poco agradable de éste, liderados por el cantante Jorge
Negrete, aquel que fuera el actor de su debut mexicano, y por otro,
desde Europa sus antiguos compañeros surrealistas veían una
traición a los postulados creativos de Luis Buñuel al ver en esta
película un trabajo eminentemente realista y muy próximo al
neorrealismo. Pero Buñuel había recuperado el prestigio de aquellas
películas anteriores a su exilio americano, a su paso por Nueva York
y su llegada a México. La vida o el azar le llevaron hasta allí y
en alguna ocasión se le planteó al director como hubiesen sido sus
películas de haberse establecido en el Hollywood con el que coqueteó
levemente antes de cruzar la frontera, algo que no lamenta, ya que,
«pese a disponer de medios sin comparación posible con los exiguos
presupuestos con los que habría de desenvolverme en México, mis
películas hubieran sido completamente distintas. ¿Qué películas?
No lo sé. No las he hecho.», afirmó el director. Pero si algo está
claro, a la vista de se hizo, es que el cine que Luis Buñuel dirigió
en México sería imposible en el Hollywood del Código Hays, en el
que la moral limitaba gran cantidad de imágenes y los planos que
bullían en el cine de Luis Buñuel serían imposibles o se
convertirían en algo muy alejado de su pretensión inicial.
Este periodo, por lo
tanto, va a estar muy condicionado por las limitaciones que se vivían
en la industria y por la necesidad de Luis Buñuel por realizar
películas para tener ingresos de cara a mantener a su familia, eso
es lo que está detrás de la irregularidad de los trabajos
realizados. «A veces, he tenido que aceptar temas que yo no había
elegido y trabajar con actores muy mal adaptados a sus papeles. Sin
embargo, lo he dicho a menudo, creo no haber rodado nunca una sola
escena que fuese contraria a mis convicciones, a mi moral personal»,
apunta Luis Buñuel en el imprescindible libro de memorias ‘Mi
último suspiro’. Esta precariedad hacía que el tiempo de rodaje
de sus producciones estuviesen siempre entre 18 y 24 días cada una,
gastando muy poca película y a lo que se le sumaban tan sólo dos o
tres días para finalizar su montaje, con medios escasos y sueldos
muy limitados, e incluso en dos ocasiones rodando tres películas en
un mismo año. Por lo tanto una producción muy barata que a Buñuel
le concedía una gran libertad que procedía de su talento y de su
peculiar y genial visión del cine.
A ‘Los olvidados’
le seguirían ‘Susana’ (1950), ‘La hija del engaño’ (1951),
‘Una mujer sin amor’ (1951) y ‘Subida al cielo’ (1951). Al
año siguiente volvería a repetir con tres títulos: ‘El bruto’,
‘Robinson Crusoe’ y ‘Él’. Esta última una de sus mejores
películas, llena de secuencias simbólicas con muchos de los
elementos oníricos de su cine. El propio Buñuel la tenía entre sus
favoritas y reconocía haber puesto mucho de sí mismo en ella. En
1953 cumple uno de sus proyectos que se habían quedado atrás en el
tiempo, como fue el adaptar la novela ‘Cumbres borrascosas’ de
Emily Brontë, que tanto interesaba a los surrealistas y lo hace con
el título de ‘Abismos de pasión’. En ese mismo año dirige ‘La
ilusión viaja en tranvía’, en 1954 ‘El río y la muerte’ y en
1955 otro de sus grandes títulos ‘Ensayo de un crimen’, película
en la que como en ‘Él’ hay mucho de las obsesiones, del trabajo
con el subconsciente, de los deseos, las filias y las fobias, y ambas
son quizás las más transgresoras y quizás las más cercanas a sus
dos obras maestras del surrealismo, ‘Un perro andaluz’ (1929) y
‘La edad de oro’ (1930). En Europa dirigirá ‘Así es la
aurora’ en 1955 y de nuevo en México ‘La muerte en el jardín’
1956, ambas coproducciones con Francia que, desde el triunfo en
Cannes, había puesto el ojo en el director. En 1958 dirige otra de
sus grandes obras, ‘Nazarín’, la adaptación de la novela
homónima de Benito Pérez Galdós y que convierte a un sacerdote
interpretado por Francisco Rabal en una especie de Quijote de los
Evangelios, acompañado por dos mujeres. ‘Los ambiciosos’ (1959)
y ‘La joven’ (1960) dan paso a sus dos últimas películas en
México y dos de sus títulos más importantes, filmando antes, en su
regreso a España en 1961 ‘Viridiana’. El revuelo causado por
esta película realizada en el franquismo y refrendada por el éxito
en Cannes volvió a poner el punto de mira en el genio del aragonés
que regresó a México para dirigir dos obras mayores. ‘El ángel
exterminador’ (1962) y Simón del desierto (1965). La primera una
historia que podría desarrollarse en cualquier lugar del mundo en el
que una serie de personajes se ven atrapados en una estancia sin un
motivo aparente que les lleve a ese encierro. El propio Buñuel veía
en los actores mexicanos una limitación a lo que él pretendía
desarrollar en la película, al limitarlo a un contexto muy
determinado, pero es tal la sugerencia que permite rodar ese encierro
que el conjunto se impone en un relato en el que a Luis Buñuel le
interesaba reflejar las cosas que se repiten en la vida. Con ‘Simón
del desierto’, la historia del anacoreta del siglo IV que pasó más
de cuarenta años en lo alto de una columna en el desierto, Luis
Buñuel se despedía profesionalmente de un territorio fundamental
para él y que quiso mucho. «México es un verdadero país, en el
que los habitantes se hallan animados de un impulso y un deseo de
aprender y avanzar que raramente se encuentra en otras partes. Se
añaden a ello una extrema amabilidad, un sentido de la amistad y la
hospitalidad que han hecho de México, desde la guerra de España
(nuestro homenaje al gran Lázaro Cárdenas) una tierra de asilo
seguro». Buñuel fue feliz en México, la ‘tierra caliente’ que
diría Valle-Inclán, la que acogió a tantos españoles y fue
inspiración y aliento para parte de su cine. El tubo de ensayo
utilizado como un entomólogo para reflejar sus obsesiones y sus
fetiches, convirtiendo todo ello parte del mejor cine del siglo XX.
El cine de Luis Buñuel.
Publicado en el suplemento cultural Táboa Redonda 26/02/2017
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