Walt Whitman. El fundador de la poesía
norteamericana, el autor que independizó a los Estados Unidos de la poesía
romántica que desde Europa se diseminaba por todo el mundo. Él mando parar y
observó una nueva realidad, la de un país que nacía, que emergía desde un vacío
en el que se precisaba articular un relato, y si Melville, Hawthorne, Poe o
Twain estaban para novelarlo, él y sus ‘Hojas de hierba’, junto a otra gigante,
Emily Dickinson, lo estaban para rimarlo. Para hacer poesía desde un yo que se
descubría frente a la colectividad, desde un yo con deseos de vivir, de gozar
la existencia de la manera más plena posible, sin cortafuegos, con total
libertad.
Hace unos meses el mundo literario se
sobresaltó con una noticia en la que se hablaba del descubrimiento de una
novela de Walt Whitman a cargo de un estudiante que, tirando de uno de esos
impredecibles hilos que toda investigación deja, llegó hasta una publicación en
prensa en diferentes capítulos y que ahora, reunidos, configuran la novela
‘Vida y aventuras de Jack Engle’. La primera de la que se tiene conocimiento
del inmenso poeta, hecho que le concede la máxima importancia posible al
hallazgo, pero es que su lectura sube otro escalón de emoción con lo que en
ella hay escrito, en una redacción que, por las fechas de publicación de sus
obras, debió de ser simultánea a ‘Hojas de hierba’, con lo cual se pueden
vislumbrar algunos de los senderos a transitar en su poesía. Un proceso
milagroso, que va desde su descubrimiento, 165 años después de su publicación
en el semanario Sunday Dispatch de Nueva York, hasta lo que se aventura de su
enérgica poesía y con una inesperada derivada en Galicia al ser ésta la tierra
en la que se ha editado la novela en castellano. El olfato y el interés de la
coruñesa Ediciones del Viento, de la mano de su editor Eduardo Riestra, ha sido
quien se ha movido de manera veloz para hacer que ese libro cruce el Atlántico
y ponga la atención de la literatura en castellano en ese modesto pero valeroso
sello editorial que lleva ya varios años dejando patente su buen tino a la hora
de publicar.
Transitar por estos capítulos nos
aproximan, en primer lugar, a las novelas por entregas, algo muy típico del
siglo XIX, folletines que enganchaban a los lectores al consumo de prensa a
través de un relato publicado durante varias semanas. Y si bien es cierto que
hay ingredientes de ese género, con asesinato incluido, Walt Whitman, por
elevación, llega a todo aquello que le interesa en estos momentos mostrar, como
es el nacimiento de una urbe como Nueva York, la vida de una especie de pícaro
dickensiano y su lucha por sobrevivir, así como por hacer de la vida
aprendizaje dentro de un despacho de abogados, y junto a temas que nos vinculan
directamente con su poesía: la condición humana, lo efímero de la vida, el amor
heterosexual y homosexual... precisamente las cargas que detonaron la poesía
del momento y que le convirtieron en un proscrito por parte de una sociedad
timorata, escandalizada por una poesía que, lejos de cantarle a las flores o al
paso de las nubes, hacía del ser humano paisaje que explorar: «Yo había
recibido también la identidad por medio de mi cuerpo,/Lo que yo era, sabía que
lo era por mi cuerpo,/y lo que habría de ser sabía que lo sería por mi cuerpo».
Y a partir de ahí el resto, es decir, la realidad más próxima y después el
mundo capaz de contenerse en un poema.
Eduardo Riestra completa la edición de
‘Vida y aventuras de Jack Engle’ con la traducción de Miguel Temprano y el
indispensable prólogo de Manuel Vilas, poeta también de tronío que en enero ha
publicado ‘América’, un libro que antecede el triunfo de Donald Trump a base de
mirar con los ojos de la poesía a una sociedad que, justamente nace en los
tiempos de Whitman, y cuya importancia, tanto en lo poético como en la
configuración de un nuevo universo, se plasma en la visita que Manuel Vilas
realiza al cementerio en el que yace el poeta. Una visita que parangona ambos
libros gracias a un capítulo, el XIX, en el que Whitman recorre las lápidas de
un cementerio. Y es que Whitman y los cementerios son casi un género en sí
mismo. La muerte como madre: «Ven, muerte hermosa y consoladora,/Ondula
alrededor del mundo, llega serena, llega/De día, de noche, para todos,/Tarde o
temprano, muerte delicada», escribe en ‘Hojas de hierba’, pero que en ese
mencionado capítulo XIX se convierte en prosa y, como en ninguna otra parte de
la novela, anuncia la llegada alborozada de su poesía: «La hierba larga y lacia
me rozaba la cara. Sobre mí se alzaba el verdor, con toques marrones, de los
árboles que se nutrían de la decadencia de los cuerpos humanos».
Publicado en Diario de Pontevedra
y El Progreso de Lugo 12/04/2017
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