Fundador de una nueva
corriente de estudio y reflexión, la deambulología, Antonio Muñoz
Molina se adentra en un experimento literario de una intimidad y
personalidad como nunca antes había afrontado el escritor en su
extensa y brillante narrativa, encaminada por variados registros.
Y es que caminar es la
palabra clave de este libro, y quien sabe si también de todo lo que
sustenta esa escritura suya que se nutre tanto de la itinerancia.
Antes que él, antes que nosotros, fueron otros los que hicieron del
ámbito urbano territorio de un yo que cada vez se intuía más
arrinconado por un entorno avasallador e indolente con las
singularidades del ser humano, hasta llegar a este hoy, abrumador en
cuanto a mensajes, de febriles ruidos y disparates mayúsculos que
desde la publicidad, la prensa o la política, propician, de una
manera angustiante, una sensación de desasosiego.
No está lejos de la
misión del escritor la de radiografiar su tiempo, enfrentándose
directamente a los ojos de su sociedad para hacer de esa mirada
baliza para los lectores, en un frente diferente al de convertirse en
ambiente para sus ficciones. ‘Un andar solitario entre la gente’
(Seix Barral) es ese tratado de deambulología necesario para
adentrarse en materia, para pisar las huellas de los otros, es decir,
de aquellos que son un referente para el escritor en cuanto a la
relación del hombre con su ciudad y cómo esa geografía se colmata
en unos libros imprescindibles para la humanidad. De Quincey, Poe,
Melville, Baudelaire, Walter Benjamin o Pessoa, son algunos de los
protagonistas de un pasado necesario para saber donde pisar hoy, para
descifrar esta selva caótica en la que Antonio Muñoz Molina se
adentra a machetazos desde una escritura fragmentaria que, en
numerosos pasajes, se vuelve agotadora para el lector bajo un efecto
premeditado y dirigido a plasmar esa catarata de mensajes.
Una vez retirada la
espuma se hace el escritor real, el que condensa en sus páginas
valle todo el reclamo que sustenta a este libro que me parece que es
el de la reivindicación de la condición de escritor: el apunte
diario, la mirada precisa, el observar donde los demás sólo vemos,
el oír separando el grano de la paja, en definitiva, traduciendo una
sociedad en unos cuadernos convertidos en oficinas portátiles que
poco precisan para alcanzar el milagro de la escritura, más que la
ventana de un café y el mantener intacta la capacidad de sorpresa.
Poseen esos cuadernos un bullicio interior que, en un momento
decisivo del proceso, llega la hora de plantear si son libros por sí
mismos o anotación para un estadio posterior. En esta ocasión
Antonio Muñoz Molina prioriza lo primero, lo inmediato, y esta es la
genialidad del libro, el asiento fresco, la divagación, el palpar la
realidad, el respirar calles, bibliotecas, vagones de metro, cafés,
hoteles, exposiciones, espacios de la vida de nuestro tiempo a los
que no se debe renunciar como material, como tinta que defina un ser
y describa un tiempo.
Se convierte así en el
apunte del hoy para el mañana. Porque este es un libro de apuntes y
de preguntas. ¿Qué le dejaremos a las generaciones siguientes? y la
respuesta parece ser el plástico. Somos la sociedad de la basura, el
reflejo de nuestra opulencia que se traslada a un medio ambiente de
plásticos que colonizan mares y estómagos. A nuestra fugacidad
parece que solo le sobrevivirá el residuo. Ojalá también le
lleguen libros como este que, desde lo literario, se atreve a
repensarnos, pero también a convertir en goce y experiencia lo que
significa ser parte de una ciudad, vivirla desde el amor, por ella y
por los que te rodean, y, sobre todo, cantar a la felicidad que
otorga la cultura como único bálsamo posible.
Publicado en Diario de Pontevedra/El Progreso de Lugo 21/03/2018
Ilustración. Fernando Pessoa por Ricardo Ranz
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