Vecinos asomados a sus viviendas en Pontevedra aplaudiendo a los sanitarios (Gonzalo García) |
Medición de distancias
si una ciudad no late,
hasta un árbol es nada
y un balcón es tronera
o precipicio.
Serás el prisionero
a quien nadie vigila,
en propio pecho encarcelado.
Entiende lo incomprensible
y ámalo. Ocupa el revés del intento:
sé cardo, cuando llegaste como lana,
piedra, cuando, hilo de seda, flotarías.
Ida Vitale
En
una de las escenas más conocidas de ‘El club de los poetas muertos’ el profesor
que encarna Robin Williams hace que sus asombrados alumnos rompan la férrea
disciplina de su colegio y se pongan de pie sobre sus pupitres, y todo ello
¿para qué? pues para comprobar cómo las cosas se ven de distinta manera en
función del lugar que ocupemos en la vida, intentándoles inculcar la idea de
que debemos mirar las cosas constantemente de un modo diferente.
Estas
semanas de confinamiento, estos días del desasosiego, si a algo nos están
obligando es a cambiar nuestro punto de vista sobre numerosas cuestiones sobre
las que quizás nunca antes habíamos reflexionado, debido a nuestras importantes
urgencias diarias, que ahora estamos viendo que no eran ni tan urgentes ni tan
importantes. Los días van pasando y vemos más cerca el salir de nuestras
jaulas, pero todavía, cada vez que nos asomamos a esas ventanas, es cómo si
nuestra manera de ver la realidad se hiciese de manera distinta. Desde ese
punto elevado en el que estamos, como si fuéramos los alumnos del profesor
Keating, intentamos ver la esperanza de nuestros sanitarios luchando
denodadamente frente al virus, pero también a todos esos trabajadores que han
aguantado estas semanas de manera firme y disciplinada en sus puestos de
trabajo, permitiendo que el resto de personas normalicemos nuestras vidas de la
mejor manera posible. Seguro que nunca hemos pensado en un charcutero, un
pescadero, un quiosquero, un transportista o un farmacéutico como profesionales
de esos que se califican como esenciales. Pues ya hemos visto como sí lo son,
como toda profesión tiene dentro de la sociedad un papel relevante que
desempeñar, pese a que su costumbrismo muchas veces no nos deje que lo parezca
y, por lo tanto, valorarlos como se merecen.
Esa
altura, desde la que observamos nuestras calles, a buen seguro que ha provocado
también en nosotros una nueva mirada hacia la ciudad. Una mirada más cómplice y
menos anecdótica de lo que podría ser con anterioridad al estado de alarma,
cuando salíamos a la ventana como un acto más de nuestras vidas, cargado de
inocencia. Esa inocencia quizás ya no vuelva más y ahora, cada vez que nos
asomemos a esas ventanas, miraremos la ciudad como un conjunto de latidos, como
una suma de acciones que nos dan pleno sentido como comunidad. «Si una ciudad
no late,/hasta un árbol es nada/y un balcón es tronera o precipicio», escribió
la poeta Ida Vitale. Pocas ciudades laten como Pontevedra, con sus calles
reconvertidas en canales de vida, recuperando una componente humana a la que
vemos también como esta crisis va a obligar a muchas ciudades a reconvertirlas
en algo muy parecido a lo que es Pontevedra. De no sentir esos latidos nuestros
balcones y ventanas serían como un precipicio al abismo por donde nos
moveríamos como zombies. La vida de nuestra ciudad ahora se sube a nuestros
pequeños reinos como una enredadera para hacernos partícipes de la tribu, con
un contacto mucho mayor con nuestro territorio.
Un
punto de vista que también se ha modificado en relación a nuestros vecinos.
Tantas veces ajenos a ellos, números y letras sin nombres, casi sin caras, a
los que ahora observamos también como copartícipes de una distopía en la que
nunca pensamos vernos inmersos, pero que ahora aceptamos como grupo. Dibujos,
músicas o acciones de lo más variopinto, intentan dinamitar el tedio con la
mejor voluntad, convirtiendo esa cooperación en un instante de esperanza. Pero
también podemos pensar en cómo todo esto puede afectar a la piel de nuestras
ciudades. Desde nuestras casas vemos las otras casas, esos paneles oradados de
manera demasiado tímida, convertidos en colmenas arquitectónicas en las que un
balcón es una especie de tesoro revalorizado, ahora, desde la necesidad de
aire. Habitamos unos pisos en los que cada metro cuadrado se aprovecha hacia el
interior, despreciando lo común, o aquello que nos permita respirar. ¿Cambiarán
mucho los pisos en un futuro? Quizás debíamos plantear la casa como un lugar
intermedio entre el interior y el exterior, entre lo familiar y lo laboral. La
irrupción del teletrabajo, uno de los grandes descubrimientos de esta crisis,
definirá también la disposición de las viviendas futuras como un ingrediente
más.
Esta
crisis, lejos de hacernos agachar la cabeza, o de enfrascarnos en las miradas
cortas que tanto estamos viendo, sobre todo desde las atalayas políticas, debe
voltear la mirada hacia lo que nosotros mismos somos capaces de ver desde este
punto de vista nuevo, desde el que la vida, y un cruel virus nos han obligado a
mirar. Intentemos ver las cosas de manera diferente a cómo lo veníamos haciendo, porque aquella mirada anterior ya no nos vale.
Publicado en Diario de Pontevedra 30/04/2020
Ningún comentario:
Publicar un comentario