[Ramonismo 65]
El poeta Francisco Brines es el protagonista de estos días de libros y galardones al ser reconocido con el Cervantes
SU estado de salud le ha impedido recoger el galardón más prestigioso de las letras españolas y que en justicia ha merecido este año. Francisco Brines, a sus 89 años, honra con su poesía la nómina de ganadores del Premio Cervantes y echarse a su poesía sería nuestro mejor reconocimiento a esa labor siempre callada de bajar las musas al papel.
Tras la noticia de la concesión del premio a finales del pasado año la editorial Tusquets recopiló su poesía completa en el volumen ‘Ensayo de una despedida’. Una maravilla que debería formar parte de toda biblioteca que tenga a la poesía en la consideración que esta merece. La editorial Pre-Textos, tan cercana al poeta, poco después de ese reconocimiento, publicó la antología ‘Desde Elca’, donde se incluyen siete poemas inéditos. Mientras, en los días previos al celebrado 23 de abril, ha sido la editorial Visor la que ha puesto en circulación la antología ‘Yo descanso en la luz’, con la selección y el prólogo de Luis García Montero y una coda final con cinco poemas también inéditos.
Cualquiera de ellos es un delicado itinerario por la poesía de este hombre, superviviente, junto a José Manuel Caballero Bonald, de aquella generación de los años 50, grupo doliente bajo el plúmbeo ambiente franquista. Una resistencia poética que poco a poco fue encontrando su sitio en una sociedad poco dada a prestarles atención. Francisco Brines, mientras, se asomaba a su balcón mediterráneo quizás buscando a algún Ulises, tanteando las palabras de Kavafis o, simplemente, haciendo de ese mar un contagioso vaivén de sensualidad que le permitía convertir la existencia en una radical exaltación de los sentidos.
El tintero del hedonismo ha impregnado siempre su poesía de ese don que solo ella posee para hacer de cada poema un tarro de infinitas esencias que condensan olores, miradas, tactilidades, sonidos y sabores. Una exaltación vital que convirtió su territorio de Elca en un parnaso donde se iba encapsulando todo ese ámbito íntimo de conexión con la realidad a través de lo sensorial.
Jardines, paisajes, mares, rincones son una especie de paréntesis que suspenden el tiempo, que fracturan el devenir cotidiano para convertirlos en una exaltación del instante preñado de emociones. A partir de ahí Cronos jugará también la partida desde su goteo incesante e imposible de revertir. Es así como poemario tras poemario sus palabras se teñirán, no tanto de pesimismo o melancolía, como sí de una emocionante aceptación de lo real. Su voz se extrema desde la concienciación de la muerte y la finitud de la vida. «El poema es el lugar de la presencia y la ausencia. O sea, es también la fundación de un lugar», escribe Luis García Montero en el lúcido y didáctico prólogo de ‘Yo descanso en la luz’. Y es que tanto esa dualidad entre lo que está presente y lo que ha dejado de estar son la configuración de un entorno, de un espacio desde el que alumbrar una nueva perspectiva cada vez más serena, cada vez más repleta de una dignidad que es la que anuncia al mismo tiempo nuestra fragilidad como seres humanos.
‘Las brasas’ (1960), ‘El otoño de las rosas’ (1986) o ‘La última costa’ (1995), son tres hitos de una poesía no demasiado proclive a hacerse pública, masticada lentamente dentro de esa plenitud vital necesaria para hacer de la experiencia el futuro canto del poeta. Cada uno de esos poemarios se gestionan desde ese «éramos solo tiempo» que asoma en uno de sus textos capaz de erizar la piel del lector. El tiempo es la clave de todo, lo que convierte el inicio en la felicidad plena, el descubrimiento, ese jardín en el que el goce es lo único importante. También el que llenará los poemas siguientes de recuerdos, oscuridad y dolor. Esa felicidad perenne se verá desterrada quedando solamente el destello, el instante fugaz que asoma en momentos determinados: la pasión, la noche, el deseo, el cuerpo, son esos lugares que alumbra Luis García Montero en sus palabras. Lugares finitos, anclajes a un instante que lo vale todo. Llegamos al final, a esa última costa en que se convierte su último poemario hasta el momento aún en el pasado siglo. Y de nuevo el tiempo, esta vez como un retrovisor, el trayecto inverso y la necesidad de recuperar aquel jardín de la infancia, aquella mirada que lo contenía todo.
«Mi madre me miraba, muy fija, desde el barco,/en el viaje aquel de todos a la niebla». Es el remate del último poema de ‘La última costa’ y que titula al libro. De nuevo una mirada al final del viaje, una mirada que expande esa niebla que supone la travesía por la vida, quizás, en esa mirada de la madre esté la respuesta más clara ante las numerosas preguntas que se han ido posando en sus poemas como manera de despejar esa niebla, y para lo que siempre se ha ayudado de nombres inspiradores como los de Juan Ramón Jiménez o Luis Cernuda. Ahora llegan los laureles y se anuncia un próximo poemario, ‘Como si nada hubiera sucedido’. Un adagio que también será epitafio.
Publicado en Revista de Diario de Pontevedra 23/04/2021
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