En la singular cinematografía de Edgar Neville la adaptación de la novela 'Nada' de Carmen Laforet, tres años después de hacerse con el Premio Nadal, muestra el interés que desde bien pronto despertó la obra de una autora de la que hoy se celebra el centenario de su nacimiento el 6 de septiembre de 1921.
Esta
novela, ganadora del Premio Nadal en 1944, fue llevada a la pantalla en 1947,
creando una de sus mejores películas por múltiples motivos, aunque pase desapercibida
por muchos de los que estudian su obra.
En
primer lugar debemos decir que la elaboración del guion recaerá en su
compañera, la inteligente Conchita Montes, que también protagoniza la película,
con lo cual la óptica feminista del inicial texto de Carmen Laforet se
mantiene. Este primer dato ya debería ser objeto de atención, en relación al
papel de la mujer en la España de la década de los cuarenta y la apuesta por
elegir el libro de una mujer y que la adaptación recaiga en otra.
La
obra tuvo un enorme éxito, y supone, junto a ‘La familia de Pascual Duarte’ de
Camilo José Cela el inicio del cambio en la narración española hacia unas
temáticas más sociales y de un mayor compromiso con la persona y sus
circunstancias vitales. Este éxito literario demuestra el sentido económico e
industrial que pretendía Neville, ejerciendo en esta cinta, además de director
como productor, caso inusual en nuestro cine y que a buen seguro le otorgaba la
libertad necesaria para desarrollar sus universos particulares.
En
ella se narra la historia de una joven, Andrea, que se traslada a vivir a
Barcelona, a estudiar a la Universidad, compartiendo viviendo con sus
familiares encontrándose un sórdido ambiente, de mezquindad, histeria e
ilusiones fracasadas, donde las relaciones entre los miembros de la familia son
de todo menos normales, acabando por hacer que la protagonista descubra un
mundo resultante, en gran medida, de la contienda nacional. El texto recrea una
parcela irrespirable de la realidad cotidiana del momento, recogida con un
estilo desnudo y un tono desesperadamente triste.
Esta
producción se muestra como excepcional en la trayectoria artística de Neville
por diversos motivos. En primer lugar al tratarse de un éxito literario todavía
muy reciente, en segundo lugar, por tratarse de un tema extremadamente serio,
en la que no hay concesión alguna al humor, adaptando ese tono en todo el film.
“Nada es en la película lo mismo que en la novela, creo haber conservado su
ambiente hosco y duro, su clima y conseguido todo esto sin retórica y sin
artificios, conservando los personajes con la misma sinceridad con que los
trasladó al libro Carmen Laforet”, comenta el propio director en una entrevista
en el número 38 de la Revista Imágenes en 1948.
Precisamente
el conservar el ambiente agobiante del texto le lleva a Neville a conseguir uno
de sus trabajos más logrados y admirables en lo relativo a los decorados,
creando unos efectos visuales únicos en su carrera y que desmienten en parte su
desinterés a la hora de preocuparse de algo más que el guion y los actores.
Realizados por Sigfrido Burmann son tres los espacios que generan la acción: la
vivienda de la familia de Andrea, la buhardilla de Román y la escalera, todos
ellos actuando como definidores de un mundo oscuro y lleno de temores, como el
que representa la familia de Andrea cuyas únicas salidas al exterior son para acudir
a sus clases universitarias. En ellos la iluminación, con abundantes zonas en sombra,
la acumulación de objetos en espacios muy pequeños y, sobre todo la audacia con
que se tratan los techos, permite resaltar lo opresivo del ambiente familiar.
Este trabajo con los techos se puede poner en relación con las aportaciones
realizadas por en torno a la ambientación por Orson Welles en películas como ‘Ciudadano
Kane’ o ‘El cuarto mandamiento’. En ellas este este avance supone un mayor
realismo, acentuado con la baja colocación de las cámaras que acrecienta esa
sensación y trabajando también en la profundidad de campo, así, la escena que
recrea la enfermedad de Andrea es comparable a la de la esposa de Hearst en ‘Ciudadano
Kane’, con la cámara situada a la altura de la cama y las sucesivas estancias
abiertas hacia el fondo, creando inquietud y una atmósfera de inestabilidad.
La
adaptación de Conchita Montes respeta con gran fidelidad los diálogos de la
obra, y la estructura de la novela permanece fiel en su paso al cine, donde lo
más interesante es cómo se consigue el clima a transmitir por el libro, el
decorado, el sentido intimista que otorga el recurrente empleo de la voz en
off, el estudio psicológico de los personajes, el ritmo de una gran lentitud
que remarca el origen literario o la iluminación son elementos que maneja Neville
en la pantalla.
Finalmente
debemos apuntar una serie de elementos que pudieron inclinar a Neville a la
hora de elegir una novela de una joven escritora como era Carmen Laforet:
Su
función como documento colectivo de un momento histórico concreto, abandonando
el tono costumbrista tan frecuente en sus obras. Neville en sus obras afronta
realidades concretas: el Madrid castizo, el Madrid moderno… en esta ocasión
apuesta por un ambiente familiar muy particular pero que, a buen seguro,
representaba, a muchas familias.
Podía
servirle de denuncia de una burguesía en plena decrepitud física y moral, como
una consecuencia más de una postguerra tan cruel como la imperante en los años
cuarenta.
Esa
crítica a la miseria moral, le permite a Neville mostrar un régimen político
incapaz de renovar a su sociedad e inculcarle un espíritu de renovación. Lógicamente,
una película en la que de una manera indirecta, pero clara, se muestra un ambiente
tan deprimente no sería visto con buenos ojos por los órganos censores que
llegaron a amputarle media hora de emisión a lo rodado para suavizar el
ambiente de frustración.
Carmen
Laforet significa el comienzo de una nueva vía en lo literario, con unas
pretensiones renovadoras de un mundo con el que Neville comenzaba a encontrarse
a disgusto en el que aquellas vanguardistas ilusiones de cambio, de mejora de
la humanidad, se iban progresivamente al traste. Neville, ya hemos visto como
gusta y es capaz de reconocer obras que aportan aspectos nuevos al universo
literario y sin duda ‘Nada’ es de esos textos. El tratarse de una narración lineal,
sin saltos temporales que compliquen el seguimiento de la acción, con un
lenguaje sencillo y apartado de grandes pretensiones, también está dentro de la
idea de Neville de trabajar argumentos lineales (con la excepción de su obra
maestra ‘La vida en un hilo’) que el director aplicó a sus películas.
(Texto extraído de 'Del guion a lo literario: fuentes del cine de Edgar Neville'. Ramón Rozas)
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