[Ramonismo 80]
Memoria, dolor y
asombro convergen en una lúcida reflexión ante la desoladora realidad generada
por el covid
TOMATES y virus como
caras de una misma moneda. La de los meses de un encierro que volteó nuestra
sociedad y, al mismo tiempo, el interior de muchos de nosotros. Antonio Muñoz
Molina convirtió su vivienda madrileña, y en especial su balcón, abierto a la
calle O’Donnell, en una especie de observatorio desde el que hacer de su mirada
un tintero para generar una escritura que en los últimos años ha hecho de lo
urbano una suerte de tubo de ensayo de lo que somos hoy en día. El experimento,
como en libros anteriores, caso de ‘Un andar solitario entre la gente’, no es
demasiado esperanzador con nuestro destino. Ruido, contaminación, deterioro de
lo público, una clase política a la baja... síntomas más que evidentes de que
la cosa no va bien y a eso se le ha sumado el proceso catártico que ha supuesto
una epidemia que nos ha vuelto a poner frente a un espejo para que nos demos
cuenta de lo que realmente somos. El escritor y académico ha colocado ese
espejo a la altura de un balcón de un Madrid que focalizó hasta la extenuación
lo que sucedía en este país, apareciendo en él reflejados los aplausos de la
esperanza, pero también las sombras de la muerte que, como una plaga bíblica,
recorrió las calles de este país.
Al tiempo, en
‘Volver a dónde’, editado por Seix Barral, Antonio Muñoz Molina ensancha esa
mirada del hoy activando un proceso memorialístico que se evoca al ver cómo
crecen sus tomates plantados en el mirador urbano de su balcón que lo llevan
directamente a su infancia de Úbeda, la Mágina que ha supuesto tanto en su
literatura, recuperándose de una manera estremecedora en la plasmación de un
mundo que se agota de manera inexorable y ante el que enfrentarnos a ese virus
ha acelerado dicho proceso. La tierra, la familia, pero sobre todo esa madre a
la que finalmente este libro homenajea hasta sus últimas consecuencias, nos
sitúan ante ese amor que surge del nexo familiar como quizás lo único que haya
tenido sentido a lo largo de estos meses convulsos. Una raíz que Antonio Muñoz
Molina prolonga a través de la infancia de su nieta, convertida, como su propia
madre, en los extremos de un universo generacional lleno de incertezas y ante
el estupor sobre lo que acontece a nuestro alrededor desde ese febrero del
pasado año cuando no éramos quien de calibrar lo que estaba por llegar y que,
llegados a este punto actual, tampoco hemos sido capaces de extraer las
enseñanzas adecuadas del drama, del caos y del dolor. Las deficiencias de
nuestro sistema sanitario, en gran parte motivado por la merma de inversión
económica, o el desprecio hacia nuestros ancianos, descuidados hasta la
ignominia en cientos de residencias son, a buen seguro, el gran arañazo en el
alma que nos llevamos todos, junto a las cifras de víctimas mortales.
Todo ello propició
un silencio denso y oscuro en el que el tiempo presente se convirtió en un
vacío de horas, días y meses. El autor de ‘Volver a dónde’ cauteriza ese
presente entre sonatas de Beethoven y los Episodios Nacionales de Galdós (tan
visionarios de este mismo presente y de nuestra desgarradora identidad),
también con la mirada ecológica hacia una ciudad que tendría que aprovechar
para entenderse como más sostenible y eficaz con el ser humano. «Otra forma de
vivir sería posible», escribe, como una especie de SOS, ante una de las últimas
posibilidades para hacer de la urbe una comunidad de afectos y no una amenaza
permanente. Pero más allá de ese presente en silencio surge un pasado que
resuena desde la memoria íntima, un eco de emociones, olores, sensaciones y
tactilidades que convierten esa maceta de tomates urbanita en el trabajo en el
campo, en los pies hundidos en la tierra del hortelano que mima ese campo como
parte de sí mismo.
‘Volver a dónde’ es
la mirada comprometida de un hombre ante su sociedad, la identificación del yo
ante la comunidad y la conciencia de un tiempo que se mueve demasiado rápido y
ante el que solo unas cuantas músicas, un puñado de lecturas, una caricia
cómplice, una copa de vino al caer la tarde y el amparo de la memoria, conceden
un instante de tregua cuando la desazón semeja triunfar ante el declive de la
vida.
Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 11/09/2021
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