domingo, 22 de outubro de 2023

Espacio y tiempo

 

[Ramonismo 169]

'No te veré morir’ hace del amor un firme ejercicio de resistencia del ser humano ante las derivas de la vida



AMBAS magnitudes físicas, espacio y tiempo, tienen en el amor y sus efectos uno de esos imprevisibles elementos capaces de ponerlo todo patas arriba, de variar el rumbo de los acontecimientos, de hacer del destino un itinerario incierto lleno de imprevisibles consecuencias para el ser humano.

Antonio Muñoz Molina apuesta por el amor como argumento de su novela, ‘No te veré morir’, (Seix Barral), en la que de manera más que meritoria, tras su reconocida trayectoria literaria, no sólo se mide con el hecho de contar una historia, sino con un desafío a sí mismo a través de una propuesta que hace de lo que se cuenta un arriesgado ejercicio de escritura que nos muestra cómo el autor debe estar siempre atento a lo no esperado, a aquello que demanda y hasta exige la propia historia, aunque esta haya sido maquinada de diferente manera. Algo que no hace más que evidenciar que los personajes y sus vidas son los que deben marcar siempre cómo contar una historia, incluso por encima de lo previsto por su autor cuando se enciende esa inspiradora luz en la oscuridad.

En esos riesgos sobresalen dos elementos, uno lo encontramos en la primera de las cuatro partes en que se divide la novela, una amplia presentación de los protagonistas escrito de manera continua durante sesenta páginas, sin puntos, con el único respiradero de unas comas que le conceden a la narración una visión de conjunto que nos adentra de una manera muy especial en lo que sucede entre Gabriel Aristu y Adriana Zuber. Y lo que ocurre es una historia de amor suspendida en el tiempo por la distancia física entre dos continentes, entre dos existencias enmarcadas por sendos paréntesis que vuelven a encontrarse cuando a ambos les merodea la muerte en el final de sus vidas. Estados Unidos y España se fijan como dos escenarios en los que desarrollar unas vidas que permiten al autor establecer toda una serie de relaciones entre ambas latitudes y lo que significaron en un determinado momento para las personas en el devenir de sus comportamientos personales y profesionales. El barrio de Salamanca, Virginia o Nueva York, ámbitos que conoce perfectamente el escritor por su propio discurrir vital, nutren el relato de toda una serie de elementos que forman parte de esa belleza de lo cotidiano a la que no solemos prestar atención. Dos sociedades muy distantes, no sólo en lo geográfico sino también en sus modos de vida, en sus configuraciones espaciales y sensoriales, incluso en esa cotidianidad que marca de manera más importante de lo que pensamos nuestras vidas.

El otro elemento por el que apuesta Antonio Muñoz Molina es por la pluralidad de perspectivas, por trabajar diferentes miradas a la hora de observar y entender una misma realidad. Ante algo tan complicado de conseguir el autor logra que esa múltiple manera, de estirpe faulkneriana, de acercarse a un mismo hecho, nos ofrezca una inteligente forma de comprender la realidad plural que rodea la historia de amor de la pareja y que se mueve también por el desfiladero de los sueños, reducto en el que, pese a la distancia física, sí es posible compartir la presencia de la persona amada que, aunque no esté de manera real siempre está presente. Cómo miran e interpretan esa realidad otros personajes permite ampliar el espectro de una historia colmada de un vigor literario que, como suele suceder con Antonio Muñoz Molina, cautiva al lector de manera irremisible, acrecentado, en esta ocasión, por ese portentoso arranque ya comentado, y a través de páginas llenas de ternura, de elementos de la cultura que la posicionan como un salvavidas ante la marejada, y de los contrastes entre la juventud y esa última etapa en la que todo posee esa sensación de despedida, de manos que se acarician por última vez.

No te veré morir’, como el poema de Idea Vilariño: «No volveré a tocarte./No te veré morir» es un intenso canto al amor y cómo este resiste al espacio y al tiempo, a lo mensurable, mientras el amor, pese a su fragilidad, une a dos personas de una forma magnética que, con la distancia precisa, pueden volver a ser uno, surgiendo un instante que se convierte en eterno, en definitivo para ambos y desde el que la vida recobra todo su sentido.

 

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 23/09/2023 

martes, 10 de outubro de 2023

El retrato de una niña

 

[Ramonismo 168]

Maggie O’Farrell vuelve a deslumbrar con otra novela de ambientación histórica y centrada en lo más desconocido



ES reconfortante ver como los libros de la norirlandesa Maggie O’Farrell lideran cada vez que se publican las listas de ventas en un contexto en el que las librerías están llenas de textos de dudosa calidad, basados en un pueril entretenimiento, y que son muchas veces los que ocupan en buena medida esos puestos de privilegio a la hora de llegar a los lectores.

Con su anterior novela, unánimemente aclamada por la crítica y el público, ‘Hamnet’, como ahora con ‘El retrato de casada’, ambas editadas por Libros del Asteroide, afianza ese éxito que tan bien le sienta a la literatura por ser ésta de calidad, llena de virtudes, también por enfrentar una manera de entender al ser humano, en especial el universo femenino, que desde la mirada atrás en el tiempo, permite sensibilizarnos con cómo esos diferentes contextos han ido siempre en contra de las libertades y las posibilidades de las mujeres para desarrollarse en su sociedad y siempre bajo los condicionantes masculinos que eran, y desgraciadamente en muchas realidades todavía lo siguen siendo, los que definen sus propias vidas con la complacencia del resto de la comunidad.

El retrato de casada’ cuenta, desde una inmensidad de matices y de páginas llenas de sensibilidad y complicidad, como una de esas mujeres, todavía niñas, eran entregadas en matrimonio a un desconocido para ellas y que sólo pretendía alimentar alianzas entre las diferentes cortes europeas del siglo XVI. En este caso aquellas ciudades estado italianas, repletas de la belleza renacentista, con el arte explotando por todos su rincones, pero que en no pocas cuestiones contrastaba con ciertas actitudes oscuras de las personas. Así es como Lucrezia, con sólo quince años, y tras la muerte de su hermana, que había sido la elegida, es entregada en matrimonio al duque de Ferrara, trasladándose a esa corte donde irá descubriendo el futuro que le aguarda, siempre limitando sus deseos, siempre bajo el dictado de su marido y de unos sirvientes y súbditos que observan y escrutan todos sus movimientos, y de la que únicamente se espera que sea capaz de darle un heredero a esa corte.

La absorbente manera de escribir de Maggie O’Farrell, enseguida lleva al lector a ese tiempo, a situarlo en una realidad físicamente muy alejada de la nuestra, pero en la que hay muchas cuestiones que todavía hoy forman parte de lo que somos. Con un riquísimo lenguaje la autora genera una atmósfera que permite entender cómo se vivía en aquel tiempo, cómo eran los usos y costumbres y cómo las personas actuaban y se comportaban en esos diferentes ámbitos que aquí se definen. Al igual que sucedía en su anterior novela, en aquel caso en la Inglaterra de William Shakespeare en la que un suceso familiar servirá de yesca para su famoso drama ‘Hamlet’, la autora hace del pasado el lugar que activa nuestra reflexión, no tanto sobre los grandes nombres de la historia, como por aquellos personajes que se han quedado orillados por las luces de la fama, pero sin cuya participación las cosas pudieron haber sido muy diferentes.

Lucrezia nos lleva a pensar sobre cómo tantas mujeres vieron su futuro condenado a ser una posesión más de un hombre poderoso que aniquilaba su manera de ver el mundo y de enfrentarse a él. Niñas que llegan a nosotros muchas veces a través de hermosos retratos de la historia de la pintura donde nos parece ver a elegantes mujeres, cuando lo que nos encontramos son todavía a adolescentes que bajo esa pose de dignidad encierran un sinfín de miedos y terrores que van de su propio lecho conyugal hasta cómo deben moverse en público por temor a las represalias. Lo que siempre pensamos podían ser unas vidas palaciegas, llenas de favores se convierten en auténticas prisiones que normalmente acababan de manera dramática para quienes todavía estaban iniciándose en la vida, separadas de sus familias, dejando atrás el amor real y siendo obligadas a compartir su existencia con unos hombres que acostumbraban a mostrar una doble cara, la de la bondad y la sensibilidad mientras encontraban en esas mujeres una cierta complicidad, pero que acaban siendo unos déspotas en cuanto se les hacía frente.

En ambos libros la lectura se agita de manera febril en su parte final, cuando todo explota en un momento determinado que lo cambia todo y que hace estas novelas magníficas obras literarias.

 

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra, 16/09/2023

mércores, 4 de outubro de 2023

La figura del padre

 

[Ramonismo 167]

Juan Villoro hace de ‘La figura del mundo’ un rico ejercicio de memoria íntima sobre su padre y el México del pasado siglo



NUNCA es sencillo abordar un ejercicio de memoria filial. Convertir en escritura y, por lo tanto, generar un escenario público en el que tu propia familia, tu contexto humano y social, se sube a las tablas como representación de ese teatro del mundo del que formamos parte.

El escritor mexicano Juan Villoro escenifica su propia representación íntima a través de la figura del padre: filósofo, escritor, profesor, hombre de la cultura de ese riquísimo México del pasado siglo lleno de descollantes figuras con las que tuvo mucha relación, y que desfilan a lo largo de estas páginas: Octavio Paz, Elena Garro, Carlos Fuentes, Jorge Volpi, Jordi Soler... para establecer cómo fue esa relación a lo largo de sus vidas, a través de una escritura que ensancha este tipo de libros, tan ligados al ámbito familiar, al ampliar el foco y mostrar diferentes realidades de su país a lo largo de acontecimientos históricos que marcaron la sociedad en la que ambos vivieron.

La memoria entraña un doble movimiento: excava en busca de lo que se ha perdido, pero una vez que llega ahí, el recuerdo gana fuerza para vivir por su cuenta...”. De esta manera Juan Villoro hace de la memoria el auténtico motor de ‘La figura del mundo’ (Editorial Random House), perfecto documento familiar y social, en el que ese padre se convierte en un enorme astro que todo lo ilumina. Evidentemente con no pocas tensiones, sobre todo en la juventud de su hijo, como suele suceder entre el ser que se libera de esa sombra y sus límites, y quien tiene la intención de moldear su futuro. Pero todo eso lo alivia el tiempo, la maduración de las miradas, cómplices en tantas ocasiones, y más aún cuando hay un balón por medio. Una pasión compartida que a nosotros ahora nos permite leer toda una serie de hermosísimas páginas donde padre e hijo compartían partidos de fútbol bajo la lluvia, trifulcas, ambientes inolvidables, en definitiva, instantes que la vida convierte en únicos y durante los que el resto del mundo carece de sentido.

Pero ese mundo sigue adelante, ese espectáculo que definía Pessoa y que en las «tierras calientes», como denominaba nuestro Valle-Inclán al país Azteca, tuvo durante la segunda mitad del siglo XX uno de los contextos humanos, sociales y culturales, más efervescentes del planeta, y con una gran complicidad con nuestro país, tras acoger a numerosos intelectuales que vivieron allí su exilio tras la Guerra Civil, alentando, entre ellos y los oriundos todo ese magma cultural y de pensamiento en el que Luis Villoro desenvolvió un destacado papel. Esa faceta pública, esa personalidad arrolladora se muestra bajo la mirada del hijo, lejos de condescendencias aborda una relación sincera, no eludiendo situaciones que lo único que vienen a evidenciar es el carácter humano del representado. «Cada quien tiene derecho a construir su pasado», y Juan Villoro construye el suyo y el de su padre con no pocas dudas sobre cómo hacerlo en esa otra permanente tensión que se establece entre la objetividad y la subjetividad de lo filial, y de qué manera el ser hijo puede intentar eludir los errores que todos cometemos en nuestro devenir vital.

Todo el texto está lleno de pasajes en los que Juan Villoro, del que ya no nos sorprende su magnífica escritura, compone no sólo una novela, sino todo un ensayo sobre la vida, la privada y la colectiva, y cómo se engrasan ambas en su necesaria marcha hacia adelante. Como una pared con los desconchones del tiempo sobre ella, Juan Villoro retira diferentes capas para darse de bruces con un tiempo pretérito del que queda claro es imposible desprenderse, porque al fin y al cabo es el que conforma lo que somos. Página tras página, los afectos, las enseñanzas, las miradas hacia todo aquello que nos rodea van convirtiéndose en una explicación de una realidad tantas veces inexplicable por quererla entender sin todas sus variables. Nunca es sencillo buscar en nuestro interior cómo lo familiar, aquello que nos ha traído hasta aquí, marca de manera indefectible el camino, por lo que darle la espalda nos deja sin las claves precisas para su comprensión. Toda esta novela, este ensayo, o incluso esta larga carta dirigida al padre, es un cuaderno de bitácora de la travesía realizada en común, pero también de la que en solitario ha emprendido Juan Villoro, sabedor de que para lo que queda de viaje es preciso atesorar toda esta memoria en la que finalmente descubrimos el amor como el último testimonio con el que cerrar este puzle entre vidas y paisajes, entre recuerdos frente a los que nunca podremos cerrar los ojos para entender la figura del mundo, la figura del padre.

 

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 9/09/2023 

martes, 3 de outubro de 2023

Hoja de reclamaciones

 

[Ramonismo 166]

Omar Fonollosa logra el Premio Hiperión de poesía con una revisión del paso de los años desde su todavía juventud.

 


LOS caminos de la poesía son imprevisibles, al tiempo que misteriosos, hasta el punto de hacer que alguien con tan sólo 23 años sienta ya el deseo y hasta la necesidad de reflexionar sobre ese tiempo transcurrido desde su nacimiento hasta hoy. De esa acción es de la que surge ‘Los niños no ven féretros’, el poemario de Omar Fonollosa (Zaragoza, 2000) que, editado por Hiperión, recibió el XXXVII Premio de Poesía Hiperión.

Y lo cierto es que superado ese impacto inicial de cómo alguien que debería estar más atento al futuro que al pasado afronta lo que no deja de ser un reto por gestionar un proceso de expiación íntimo, por calibrar cómo el entorno en el que se nace, nos formamos y relacionamos con los demás, nos condiciona, haciendo que lo observemos de una manera seguramente muy diferente a cómo se entiende en edades más tempranas, con todo lo que eso puede acarrear en forma de decepciones. Pues a partir de ahí gozamos de una poesía llena de cualidades para intentar desentrañar ese pasado y lo que supone que el tiempo contenido en este poemario se vuelva una especie de hoja de reclamaciones por todo lo que se pierde, por aquello que se deja atrás casi siempre sustentado en instantes de felicidad de los que quizás sólo somos plenamente conscientes cuando se han desvanecido en el aire.

Inicia Omar Fonollosa esa mirada desde una serie de poemas que bajo el título de ‘Recuerdos como losas’, recuperan varios de esos instantes en los que se condensan esos contactos con la realidad más cercana, con espacios urbanos, con otras personas, con sabores de la infancia, con juegos, melodías y vacaciones y hasta la relación con la muerte que permite alimentar el título del poemario atendiendo a esa inconsciencia de quienes todavía no atienden a todas las circunstancias de la vida.

Aquellos besos míos’, abren el espacio al tiempo del amor, al descubrimiento, a las caricias, a sabores diferentes. Seguidamente la serie ‘Posibles epitafios’ acoge una suerte de haikus donde el tiempo se escapa entre los dedos desde una inevitable celeridad de la que tan sólo nos damos cuenta cuando ya no lo podemos recuperar, para así llegar al desenlace del libro con ‘No volveré a ser joven’ donde emerge la rabia y la violencia al saber de la pérdida, de los espejos destrozados y de la falta de respuestas, para despedirse con la exposición de una queja final que abrocha un poemario que también tira de nosotros para que repitamos ese proceso que afronta el propio autor, llevándonos a gestionar también esa autorreflexión sobre nuestra infancia y adolescencia y lo que han supuesto para el desarrollo posterior de nuestras vidas.
Toda esta evocación parte de asumir nuestra condición final, de vidas que se acaban de manera inexorable pero siendo precisamente esa interrogación que se abre con la muerte la que obliga al poeta a hacer de su juventud un tintero que desde lo elegíaco deje constancia de lo vivido. Para ello la poesía de Omar Fonollosa es sumamente clara, una virtud que se agradece al escapar de complejas presuntuosidades que no son necesarias para capturar una emoción contenida que se percibe en cada uno de estos poemas. Auténticos itinerarios de vida que, vistos desde esa fugacidad que sobrevuela todo el libro, los dota de una mayor intensidad y en los que esos instantes que asoman en diferentes momentos sobre lo que supone el descubrimiento y el hallazgo son los que mejor reflejan ese espíritu del gozo que rodea esta etapa primera de nuestras vidas.

Sigamos siendo niños/ pese a que este cansancio/ con su dedo corrupto nos señale”. Subidos a esta especie de nave del tiempo que es la vida debemos afrontar nuevas realidades, nuevas percepciones de nuestra existencia que de vez en cuando exigirán que nos detengamos unos instantes a husmear en lo pasado. Así lo hace Omar Fonollosa quien, con un inmenso futuro por delante, tiene el don de poder portar ese farol poético que permite deshacer oscuridades y, sobre todo, nos permite mirar allí donde solemos evitar mirar ya que lo que nos encontramos en esos espejos de la memoria puede llegar a ser, en la mejor de las ocasiones, angustioso para quien siempre quiere conquistar un futuro, sin saber que es en ese pasado donde se encuentra la verdadera esencia de lo que somos.

 

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 29/07/2023 


luns, 2 de outubro de 2023

Dante en la otra orilla

 

[Ramonismo 165]

El asturiano Miguel Barrero nos adentra en un itinerario bonaerense convertido en un laberinto repleto de misterios



HASTA Buenos Aires nos lleva Miguel Barrero para, junto a él, y tras ser invitado a participar en unas jornadas literarias en la tierra de Jorge Luis Borges, formar parte de un relato que rápidamente nos envuelve en una madeja compuesta por los hilos de la realidad y la ficción, con la que poder disfrutar de una lectura sorprendente por toda la trama que su autor es capaz de armar.
Si de algo está dotada la literatura de Miguel Barrero es de la capacidad para coger al lector por la pechera y colocarlo en los lugares más inverosímiles. Los que leímos ‘El rinoceronte y el poeta’, con Lisboa como escenario, o su libro de artículos, ‘Siempre de paso’, entendemos a este autor como alguien que, aparte del interés y el gusto por viajar, sabe extraerle todo el jugo posible a esos desplazamientos. Y aquí lo volvemos a comprobar con un increíble escenario porteño que nos lleva a sentir que realmente nos estamos moviendo por diferentes calles, localizaciones y edificios de la capital argentina que además son parte imprescindible en la evolución del relato.

A ese primer valor Miguel Barrero le une su desbordante capacidad de escritura, que aquí se muestra a través de una historia muy bien armada, escrita de manera frondosa, con numerosas referencias culturales e históricas y en la que es capaz de, a partir del propio motivo que le lleva hasta esa otra orilla, hablar de la mezcla de realidad y ficción en la literatura, pues él mismo también entra en ese juego metaliterario para crear una historia en la que ambas piezas encajan como las de un puzle. Pues no está mal esta imprevista aparición de la palabra puzle, ya que si algo se muestra como evidente en ‘La otra orilla’, editada por Galaxia Gutenberg, es el ser un enorme rompecabezas que une geografías, tiempos, vidas y literaturas que van desde Italia a Argentina, desde la época de Dante, a la de un abuelo del autor que también tuvo una experiencia vital en Argentina, así como la del propio escritor y vidas, como las reales y las imaginadas, y todo ello para que el lector forme parte de ese febril laberinto.

No menos importancia tiene a lo largo del libro ese carácter de novela de suspense, al generar diferentes hilos de los que poder ir tirando ese escritor metido a investigador para resolver una desaparición, así como un misterio alrededor de un libro tan especial como la Divina Comedia de Dante. Claro que elegir ese libro como epicentro de la trama es un goloso motivo para cualquier escritor, también para cualquier lector que a buen seguro tendrá a esta obra como una de las cumbres literarios del ser humano, además de un texto lleno también de misterios, de posibles lecturas de su contenido, incapaces de agotarse en cada uno de esos círculos que son también los que permiten estructurar la obra de Miguel Barrero. ‘La otra orilla’ evidencia, al tiempo que se lee, un enorme contenido didáctico, al descubrirse en él muchas cuestiones relacionadas con la escritura de la Divina Comedia, con la vida y muerte de Dante y las conexiones del genio de ese Renacimiento que se solidificaba en obras como esta, con el país argentino, a través de una colonia italiana que la emigración llevó hasta el cono sur y que no quería perder el contacto o dejar de honrar diferentes elementos que simbolizan su país, su cultura o su lengua, y desde los cuales, por su presencia cerca de ellos, sentirse constantemente unidos a su tierra.

La otra orilla’ es, por lo tanto, un libro lleno de virtudes en el que el lector se sorprenderá por cómo lo real y lo irreal pueden enhebrarse de una manera sugerente, donde no sabremos nunca realmente lo que es cierto y lo que no, y donde una frase del escritor en las primeras páginas ya nos debe poner en alerta: «la ficción miente, pero no engaña». Desde esa alerta vamos pasando páginas adentrándonos cada vez más en esta historia que pone de nuevo en valor también a esa Commedia inagotable que no deja de provocar nuevas lecturas y activar a diferentes escritores para seguir construyendo tramas a su alrededor. Miguel Barrero nos engatusa como un prestidigitador literario y lo hace muy bien, de ahí que lleguemos al final con el agradecimiento por compartir un itinerario imprevisible, y en el que cada uno de esos círculos no son más que una manera de gozar y de seguir aprendiendo.

 

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra, 22/07/2023