[Ramonismo 166]
Omar Fonollosa logra el Premio Hiperión de poesía con una revisión del paso de los años desde su todavía juventud.
LOS caminos de la poesía son imprevisibles, al tiempo que misteriosos, hasta el punto de hacer que alguien con tan sólo 23 años sienta ya el deseo y hasta la necesidad de reflexionar sobre ese tiempo transcurrido desde su nacimiento hasta hoy. De esa acción es de la que surge ‘Los niños no ven féretros’, el poemario de Omar Fonollosa (Zaragoza, 2000) que, editado por Hiperión, recibió el XXXVII Premio de Poesía Hiperión.
Y lo cierto es que superado ese impacto inicial de cómo alguien que debería estar más atento al futuro que al pasado afronta lo que no deja de ser un reto por gestionar un proceso de expiación íntimo, por calibrar cómo el entorno en el que se nace, nos formamos y relacionamos con los demás, nos condiciona, haciendo que lo observemos de una manera seguramente muy diferente a cómo se entiende en edades más tempranas, con todo lo que eso puede acarrear en forma de decepciones. Pues a partir de ahí gozamos de una poesía llena de cualidades para intentar desentrañar ese pasado y lo que supone que el tiempo contenido en este poemario se vuelva una especie de hoja de reclamaciones por todo lo que se pierde, por aquello que se deja atrás casi siempre sustentado en instantes de felicidad de los que quizás sólo somos plenamente conscientes cuando se han desvanecido en el aire.
Inicia Omar Fonollosa esa mirada desde una serie de poemas que bajo el título de ‘Recuerdos como losas’, recuperan varios de esos instantes en los que se condensan esos contactos con la realidad más cercana, con espacios urbanos, con otras personas, con sabores de la infancia, con juegos, melodías y vacaciones y hasta la relación con la muerte que permite alimentar el título del poemario atendiendo a esa inconsciencia de quienes todavía no atienden a todas las circunstancias de la vida.
‘Aquellos
besos míos’, abren el espacio al tiempo del amor, al
descubrimiento, a las caricias, a sabores diferentes. Seguidamente la
serie ‘Posibles epitafios’ acoge una suerte de haikus donde el
tiempo se escapa entre los dedos desde una inevitable celeridad de la
que tan sólo nos damos cuenta cuando ya no lo podemos recuperar,
para así llegar al desenlace del libro con ‘No volveré a ser
joven’ donde emerge la rabia y la violencia al saber de la pérdida,
de los espejos destrozados y de la falta de respuestas, para
despedirse con la exposición de una queja final que abrocha un
poemario que también tira de nosotros para que repitamos ese proceso
que afronta el propio autor, llevándonos a gestionar también esa
autorreflexión sobre nuestra infancia y adolescencia y lo que han
supuesto para el desarrollo posterior de nuestras vidas.
Toda
esta evocación parte de asumir nuestra condición final, de vidas
que se acaban de manera inexorable pero siendo precisamente esa
interrogación que se abre con la muerte la que obliga al poeta a
hacer de su juventud un tintero que desde lo elegíaco deje
constancia de lo vivido. Para ello la poesía de Omar Fonollosa es
sumamente clara, una virtud que se agradece al escapar de complejas
presuntuosidades que no son necesarias para capturar una emoción
contenida que se percibe en cada uno de estos poemas. Auténticos
itinerarios de vida que, vistos desde esa fugacidad que sobrevuela
todo el libro, los dota de una mayor intensidad y en los que esos
instantes que asoman en diferentes momentos sobre lo que supone el
descubrimiento y el hallazgo son los que mejor reflejan ese espíritu
del gozo que rodea esta etapa primera de nuestras vidas.
“Sigamos siendo niños/ pese a que este cansancio/ con su dedo corrupto nos señale”. Subidos a esta especie de nave del tiempo que es la vida debemos afrontar nuevas realidades, nuevas percepciones de nuestra existencia que de vez en cuando exigirán que nos detengamos unos instantes a husmear en lo pasado. Así lo hace Omar Fonollosa quien, con un inmenso futuro por delante, tiene el don de poder portar ese farol poético que permite deshacer oscuridades y, sobre todo, nos permite mirar allí donde solemos evitar mirar ya que lo que nos encontramos en esos espejos de la memoria puede llegar a ser, en la mejor de las ocasiones, angustioso para quien siempre quiere conquistar un futuro, sin saber que es en ese pasado donde se encuentra la verdadera esencia de lo que somos.
Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 29/07/2023
Ningún comentario:
Publicar un comentario