luns, 15 de xaneiro de 2024

Narrar ante el fuego

[Ramonismo 182]

'Los muebles del mundo’ reúne una colección de relatos que resumen dos décadas de un maestro de este género

 


Hay siempre en la escritura de Ricardo Menéndez Salmón un punto de fricción con el lector, una yesca a punto de la ignición. Cada libro de este escritor gijonés pone a prueba ese momento de combustión, desde la novela o el relato breve, durante las últimas décadas su escritura es una de las más interesantes de nuestras letras, logrando no solo diferentes premios, sino un reconocimiento unánime ante esa manera de narrar tan determinada.

Esa forma de escribir adquiere en el relato breve una condensación formal y temática que en ‘Los muebles del mundo’ (Seix Barral) muestra toda su capacidad de impactar en el lector, de sujetarlo por la solapa y levantarlo unos centímetros del suelo, tal es su capacidad de penetración en quien se adentra en su palabra, en ese carácter lenitivo del lenguaje ante el que, como bien afirma en el prólogo el autor, el mundo se empeña en su obstinada dirección de autodestrucción en ajusticiar. Cada uno de estos textos nos conducen a tiempos, geografías, protagonistas diferentes, pero todos ellos se convocan ante una especie de llamarada, ese fuego que todo narrador primitivo necesita para convocar la fascinación por el hecho de narrar, materializar el dogma de contar y activar la pasión de abrazar al otro desde la palabra. Esa triple alianza es la que gestiona como pocos Ricardo Menéndez Salmón, proyectando en el lector todo un universo de sombras sobre las paredes de una caverna a la que nos convoca para romper esa oscuridad cada vez más densa en todo devenir humano.

Los muebles del mundo’ es un libro sobre la identidad humana, o, como él mismo escribe, sobre la «extraordinaria rareza de la vida de los hombres». Hombres y mujeres que desfilan ante nosotros en un estremecedor itinerario por lo que puede suponer el alma humana con todas sus aristas, desde su violencias hasta su caricias, desde sus tinieblas hasta su luminosidad, desde su desconfianza hasta sus certezas... términos contradictorios de los que realmente surge todo lo que suena a vida, una dialéctica de contrarios que es lo que acciona una dinámica existencial que justifica presencias al tiempo que permite al escritor, o mejor dicho al creador, acceder a ese desfiladero desde el que poder ensanchar nuestra mente y, por lo tanto, nuestra percepción de la realidad. «Nada de cuanto hay en el mundo existe por sí solo. El secreto de la vida radica en la necesidad de los contrarios», escribe Ricardo Menéndez Salmón, quien hace de esa necesidad el beatífico tintero desde el que armar su escritura. Ahí es donde encuentra el asturiano una grieta para que entre ese aire cálido preciso para gestionar una ficción que quizás no lo sea tanto, ya que por este viaje al fin de la noche, asoman numerosos protagonistas de tiempos pretéritos, escritores, pensadores, pintores... demiurgos de una capacidad de sintetizar la realidad desde su actividad creativa, quizás, entendida ya como el único interruptor posible para que emerja la luz alrededor de la que revolotear todos nosotros como polillas.

Encontrar esa luz es una de las grandes virtudes de esta escritura capacitada, en un determinado momento, para lograr el viraje preciso y que todo retumbe en nuestro interior. Un seísmo que se logra desde esa palabra que Ricardo Menéndez Salmón se empeña en honrar de una manera desaforada, a través de una variada terminología que no se avergüenza de sus posibilidades, encontrándonos con términos que, como un faro en medio de la noche, proyectan un haz de luz como un pasadizo que lo explica todo. De ahí que sus palabras actúen como detonaciones controladas en todo este territorio, conformado, texto tras texto y sobre las que él mismo reflexiona cuando en uno de los relatos habla de «palabras que luchan por estar fuera de los márgenes», y es que la constricción que provocan esos límites es contra lo que atenta, finalmente, todo el discurso de Ricardo Menéndez Salmón, tal y como lo lleva haciendo desde libros tan deslumbrantes como su ‘Trilogía del Mal’, ‘El Corrector’ o ‘La luz es más antigua que el amor’, por citar tres títulos emblemáticos en una trayectoria en la que no deja de apilar combustible para que el fuego no deje de crepitar.

Con estos relatos clausura su actividad en un género donde quizás ya todo esté explorado, pudiendo encontrar más cavernas en la novela y sus paredes desde las que escrutar nuestra identidad

 

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 23/12/2023 

martes, 9 de xaneiro de 2024

Huachafería

 

[Ramonismo 181]

El premio Nobel ha escrito la que dice es su última novela, un canto a su tierra natal y a la importancia del folclore



Ahora, me gustaría escribir un ensayo sobre Sartre, que fue mi maestro de joven. Será lo último que escribiré». Que todo un Premio Nobel afirme al final de este libro con esa seguridad que será lo último que escriba no deja de ser un estremecimiento para los que conformamos la legión de lectores de uno de los narradores más poderosos de estos dos siglos en los que nos ha tocado vivir. Otra conclusión de lo dicho es que ‘Le dedico mi silencio’ (Alfaguara), será, por lo tanto, la última novela que escribe Mario Vargas Llosa, y eso, tratándose del autor de títulos como ‘Conversación en la catedral’, ‘La ciudad y los perros’, ‘La fiesta del Chivo’ o ‘ El pez en el agua’, vuelve a convocarnos ante el escalofrío, por lo que supondrá esa ausencia, una pérdida de la que durante unos días podremos contenernos asomándonos a la lectura de ‘Le dedico mi silencio’.

Un libro muy especial, no sólo por marcar ese punto final, sino por llenarlo de su tierra peruana, por afrontar una teorización desde la ficción y el ensayo de mucho de lo que supone ese país a partir del valor de la cultura, y más concretamente, de la música. Se entiende esta, de manera brillante, como aglutinadora de las diferentes clases y estratos sociales que responden, de una similar manera a lo que provocan sones y ritmos, actuando como elemento catártico el vals criollo, que emerge de las clases más populares, invadiéndolo todo y generando un hilo invisible de unidad nacional, que es la tesis que defiende el protagonista del libro. Para ello se vale de otro término, de una maravillosa palabra de la que ya no podremos olvidarnos nunca por su sonoridad, su belleza y su potencial: huachafería.

Una palabra tan amplia en sus posibilidades que Mario Vargas Llosa le dedica un capítulo explicando su origen, significado y aplicaciones en diferentes ámbitos de la sociedad. Si en el diccionario de la Real Academia Española huachafería se relaciona en su significado con una especie de sinónimo de cursilería, en el contexto de la música peruana se debe vincular a lo sensible sobre lo racional, a lo imaginativo sobre lo real y a lo excesivo sobre lo indolente, en definitiva, una corriente interior llena de humanidad, también de defectos y de pellizcos al alma humana, y capaz de dotar a toda esa música de una cercanía con la gente motivadora de un vínculo emocional.

A todo esto Mario Vargas Llosa, en un claro guiño a su propia identidad y a su crecimiento vital, le suma el cómo articular esa historia llena de pensamientos, apuntes y reflexiones sobre la realidad histórica, social y humana de su país y que cataliza bajo la disculpa de la escritura de un libro a cargo de un experto en música regional peruana, de nombre Toño Azpilcueta, que, como un Quijote, bordea el delirio por intentar fijar esa idea de identidad común del pueblo peruano a partir de una música determinada, a la que se adhieren toda una serie de experiencias, tanto individuales como comunitarias.

En la novela también hay mucho sobre cómo confeccionar un libro, de ese proceso de escritura que tantas veces debió afrontar el propio Mario Vargas Llosa. Encontrar un argumento, un tono de la narración, cómo articular los diferentes capítulos y que es lo que debe propiciar la unión de todos ellos, o en qué punto se debe finalizar un texto, son algunos de los vectores que convergen en esa historia que Toño Azpilcueta relata desde la recuperación de una impresión sonora, la provocada en una casual velada por un desconocido, para él, guitarrista, de nombre Lalo Molfino, y cuya vida se empeña en recuperar para el conocimiento de todos, así como para describir esa revolución social que la música es capaz de provocar en todo un país que debería abrazarse y superar los obstáculos a través de esa música. Esta empresa de orden social se alterna con la propia vida de ese estudioso de la música, de sus intereses profesionales, su ámbito íntimo y familiar, de un amor no correspondido con una cantante y de unos traumas de la infancia que le acompañarán de manera, más o menos intensa, en todo este proceso de escritura y revisión de un país en el que tanto Toño Azpilcueta como Mario Vargas Llosa no renuncian en confiar, con la cultura como una hermosa utopía para el encuentro. 

 

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 16/12/2023