Rue Saint-Antoine nº 170
Fotografía ▶ Hasta el próximo domingo 18 tenemos la oportunidad de
dejarnos envolver entre las nieblas que nos propone el creador pontevedrés Juan
Adrio en la
Fundación Laxeiro , en la Casa das Artes de Vigo. Allí se despliega un
espacio físico pero también mental, una captación de nuestro entorno a través
de una imagen tan difusa como real.
Recorrer un mismo itinerario a lo largo de una parte de nuestras vidas.
Un día tras otro dejándose envolver por un paisaje que se despliega a los
márgenes de una carretera. Un desplazamiento tras el que además de acompañarse
de una monótona necesidad laboral también ésta puede redimirse a través de la
inspiración para un trabajo. Juan Adrio se ha pasado muchos años recorriendo
esa carretera entre Vigo y Ourense. Amanecer tras amanecer rodeado por el frío,
la humedad y la niebla. Horas de carretera convertidas en motivación para
continuar definiendo un proyecto artístico del que ya en 2013 tuvimos noticias
en Pontevedra con su exposición en el Pazo da Cultura ‘Tiempo Gris’. Allí Juan
Adrio nos descubrió su recuperación de la naturaleza como espacio de
prospección, como sostén de una fotografía que, lejos de ser en blanco y negro
lo era en color, y que proponía un sugerente equilibrio en la línea del
horizonte de un Atlántico entendido como espacio límite. Aquel mar ahora se
sustituye por el interior, por montes y valles que también buscan otro límite,
éste generado por la niebla. Es la ‘Visibilidad mínima’ de Juan Adrio bajo el
comisariado de Vanessa Díaz.
Y es que hablar de límites es aproximarse a ese punto de fricción en el
que el artista desenvuelve todo su potencial creativo. En esta ocasión Juan
Adrio nos lleva también a un espacio límite, a un cubo oscuro, una pequeña sala
de cine ubicada en la
Fundación Laxeiro , en la viguesa Casa das Artes, para
envolvernos con esa sensación de tránsito que es la propia naturaleza. Una
sucesión de efectos atmosféricos que, en esta ocasión, hacen de la niebla una
cortina entre lo real y lo irreal, entre aquello que es y lo que nos parece que
es. Atrapados por este universo el autor nos lleva a otro límite, el de la
propia fotografía como medio de expresión al presentar todas esas imágenes en
un soporte de vídeo. ¿Estamos ante una sucesión de fotografías o ante un
lenguaje cinematográfico? ¿Esas imágenes están tomadas en blanco y negro o en
color? ¿Esa niebla nos esconde la realidad o forma parte de ella? Preguntas a
la que uno va buscando respuestas a medida que pasan esos veintidós minutos de los
que consta la proyección, y frente a las que el espectador sucumbe ante la
magnitud de la propuesta. Como aquellos horizontes oceánicos de ingentes masas
de agua ahora la naturaleza nos abruma con su capacidad de fascinación, con esa
facilidad para ocultarse y descubrirse a sí misma, para generar nuevas
sensaciones a partir de un mismo escenario. Nieblas que, lejos de confundirnos,
asientan el inagotable valor de la naturaleza como recurso plástico todavía hoy
capaz de seguir propiciando aventuras artísticas. No son pocos los creadores
que dejan de lado esta capacidad de evocación como parte de su trabajo,
pensando que puede ser algo que los conecte con algo ya superado o que les haga
parecer como artistas demasiado vinculados a la tradición o a la historia del
arte, buscando ellos una pretendida modernidad. Pero a la vista está que nada más lejos de la
realidad. Plantarse ante el paisaje, mirar a los ojos a eso que nos rodea
habitualmente y no prestamos caso, no hace más que conceder solvencia a un
discurso y a una manera de entender el arte.
Contemplar la naturaleza, sentirse fascinado por ella, desconectar
durante unos instantes de nuestro entorno urbano para poder empatizar con ese
entorno natural son elementos que se pueden rastrear en esta mirada a esa gran
madre eterna. Un paisaje que está ahí presente, ante el que se despliega otro
paisaje, este pasajero y fugaz, que confunde al que se enfrenta al paisaje
estático. Como aquel ‘Caminante sobre el mar de nubes’ de Caspar Friedrich
asistimos estupefactos a esa sucesión natural, a ese apogeo de un entorno que
nos empequeñece y hace que nos preguntemos sobre nuestra propia configuración
humana y nuestro tamaño ante lo que nos rodea.
Esta ‘Visibilidad mínima’ tampoco puede alejarse de otra vertiente del
arte actual, la eterna lucha del creador por mostrar su trabajo, por
visibilizar, aunque sea mínimamente, todo aquello que le preocupa y que
considera interesante para la sociedad en la que desarrolla su trabajo. Es
difícil encontrar espacios que apuesten por este tipo de propuestas, pequeñas
aventuras artísticas pero que proponen un sinfín de consideraciones sobre lo
que somos. Muchos de estos creadores han encontrado en la Fundación Laxeiro
un pequeño reducto desde el que poder dialogar con esa sociedad y a la que
poder plantearle preguntas, seguramente lo más importante que el artista puede
hacer frente a esta sociedad, generarle preguntas para que ella misma se pelee
en obtener respuestas. Y así ya se han ido sucediendo una serie de exposiciones
en las que, bajo la dirección artística de Javier Pérez Buján, se plantea todo
ese interrogatorio tan necesario en tiempos en los que a muchos de estos
creadores no se les permite realizar esas preguntas.
Juan Adrio nos deja algunas de ellas envueltas en la niebla y en la
oscuridad de una sala en la que somos parte de la naturaleza, de esa
inspiración diaria que viaje tras viaje se fue materializando en un proyecto
artístico que ahora se ha hecho realidad y que no viene más que a refrendar lo
que este creador ha venido haciendo en los últimos años. Esto es crecer y
crecer más allá de sus propios límites.
Publicado en Diario de Pontevedra 12/01/2015
Imágenes: Juan Adrio
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