En ese cuarto que corona un edificio de la calle Arzobispo Malvar fue feliz; patria, la de la felicidad, cuya bandera es siempre tan difícil de asumir por un escritor. Desde sus inclinados ventanales se recreaba en los «otoñales atardeceres valleinclanescos» y rodeado de libros, apuntes y cachivaches, usados para registrar sus ideas, iba discurriendo la vida de Gonzalo Torrente Ballester en Pontevedra. Bajo ese universo, amoldado a su figura enjuta y a sus inquietudes culturales, el barullo de sus hijos correteando era el sonsonete necesario para acunar las palabras que llegarían a nosotros. Aquel «camarote abuhardillado» se convirtió, siguiendo sus recuerdos, en «el mejor de los rincones conseguidos a lo largo de mi vida». Esa vida le llevó al otro lado del Atlántico, pero ese ático siguió siendo el refugio de muchos veranos. En él se parió el mejor de sus hijos literarios, ‘La saga/fuga de JB’, coleccionó vendavales y miradas perdidas a un infinito de tormentas y barcos de cristal, pero sobre todo perpetuó en su ánimo un mundo mágico, al cual regresar en sus escapadas imaginarias del mundo real para acomodarse, entre penumbras, en el sofá de su abuelo, acompañado por los retratos de Baroja y Ortega. Torre de marfil que adivina sus últimas horas tras una petición de derribo, convirtiendo el eterno olvido de esta ciudad hacia el escritor en escombros, en fragmentos de una patria feliz.
Publicado en Diario de Pontevedra 16/07/2011
Fotografía: Javier Cervera-Mercadillo
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