Ceniza, fuego, vacío, volumen, materia…así se ha ido componiendo la obra de Leopoldo Nóvoa, junto a Jorge Castillo, nuestros dos pintores generacionalmente más universales. De Salcedo a París, pasando por el Cono Sur, la obra de Leopoldo Nóvoa se ha estructurado ante un hecho evidente, el hecho artístico. La capacidad del creador para singularizar su obra, para encontrar su propia identidad. Sus piezas configuran (hablamos y hablaremos siempre en presente de su obra, porque tras la muerte del creador será esa obra la que ejerza de notario de lo realizado) un escenario único en la realidad artística gallega y universal. Un territorio cruzado por la poesía a través de una abstracción matérica donde los rastros, la pervivencia del paso del hombre, o la inclusión de elementos simbólicos articularon una trayectoria artística que en mucho recuerda a la del recientemente fallecido Tàpies, aunque en el caso del creador gallego, su trabajo se mostraba mucho más depurado, más refinado, más hondo en lo poético, ante un espectador que se adentraba en su obra fascinado por la generación de unos territorios capaces de evocar en él las más diversas reacciones. Piezas con volumen interior, con huecos que se abrían en su superficie, donde se incluían arenas, alambres, vidrios, cenizas… todo esto eran parte de los ingredientes de sus paisajes. Porque al fin y al cabo, Leopoldo Nóvoa era un paisajista, un paisajista audaz y valiente, osado y cautivador, que no temía a lo que había fuera del taller, sino que trabajaba para su propia satisfacción. Estos paisajes fueron los mismos que nos maravillaron en la gran muestra que el CGAC le tributó y desde la que muchos entendimos la dimensión universal de su trabajo. El mural de La Canteira en el parque de Santa Margarita en A Coruña permanece como una de nuestras grandes obras y sirvió para valorar la capacidad del artista en el trabajo desde un formato tridimensional. Es también lo que pretendía Tápies, trascender la pintura y crear un objeto. Y es que en la obra de Leopoldo Nóvoa hay mucho de objeto, en definitiva de creación. Cuando se acercó hace unos pocos meses hasta el Museo de Pontevedra a la presentación del número que la revista ‘Galegos’ le dedicó, sus palabras fueron escasas, como unas fuerzas que se apoyaban débilmente sobre un bastón en el que se hundía en esta Pontevedra que nunca olvidó. Allí ponía ante el público la consideración de su obra, ajena a palabras estériles, a discursos o a adjetivos superfluos, como los que tantas y tantas veces se construyen ante la obra de los artistas, allí se emocionaba ante las palabras de Carlos Valle aludiendo al origen natal de ambos, vinculado a la parroquia de Salcedo, y allí, Leopoldo Nóvoa se comenzaba a materializar en ceniza. La ceniza que tantas veces estuvo presente en su obra, la ceniza a la que quedó reducido su estudio de París y que significó una reconversión, no solo de su trabajo sino también vital, y la ceniza en que su cuerpo se convertirá para volver a este paisaje que siempre contempló desde su privilegiado mirador de Armenteira y a donde regresará para mezclarse con el mar y la montaña en la construcción de su última obra. Su último paisaje.
Publicado en Diario de Pontevedra 25/02/2012
Obra.:'Triple espacio con sombra negra'
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