Su última novela ‘El día de
mañana’ recibió el Premio de la
Crítica en lengua castellana y hace unos meses se ha conocido
la concesión del premio Giuseppe Acerbi a una obra anterior, ‘Dientes de
leche’. Premios a parte, lo realmente cierto es que las novelas de Ignacio
Martínez de Pisón crecen a medida que éstas van saliendo a la luz mediante una
literatura siempre comprometida, en la que se recurre a la memoria como base de
fortificación del ser humano, pero también entendida como el anclaje con
multitud de heridas, esas que la vida deja en nuestra alma y de las que no nos
podremos despegar en mucho tiempo, en el caso de poder hacerlo. En esta novela
esas heridas son el sustrato de la narración, las arenas movedizas que se van
tragando a una serie de personajes a los que la vida o el destino han ido
colocando en el seno de una familia donde el pasado estará siempre presente.
Tres generaciones de una misma familia, los Cameroni, de ascendencia
italiana, aunque asentados en Zaragoza tras la Guerra Civil , son las
protagonistas. Pero no solo es una familia, sino que se describe a varias
generaciones de la sociedad española del siglo pasado. Una crónica en la que el
autor maneja con destreza la mezcla de realidad y ficción en un tiempo en
blanco y negro, donde el relato familiar se extiende por aquella España del
franquismo.
“Entonces no tenía ya el 600 sino un Simca, comprado de segunda mano con
el sueldo de los primeros meses de trabajo en La Confianza. Se metió
en el Simca y, antes de encender el contacto, se entretuvo tratando de despegar
del salpicadero un San Cristóbal dejado por el anterior propietario. Era como
un tic, lo hacía siempre que montaba en el coche, pero siempre con escasa
convicción...”. Párrafos como éste son los que nos aproximan a esa capacidad
para introducir en el relato esa vertiente realista que muestra un paisaje
social ¿Cuántas familias en este país han vivido ese tránsito del 600 al Simca?
o ¿quién no ha visto pelearse a su padre o ha sido uno mismo el que se ha
peleado con ese santo o esas fotos de familia que se incrustaban en el
salpicadero? Esta es una de las virtudes de la escritura de Ignacio Martínez de
Pisón, escritor fortalecido desde la memoria de un país que tantas veces
olvida, y la más de ellas no suele respetar. Es por ello que muchas de sus
obras giran en torno a la
Guerra Civil y a sus consecuencias. Unas consecuencias que,
como vemos en ‘Dientes de leche’, presentan un largo recorrido a través de las
diferentes generaciones que componen esta familia.
Un mundo de apariencias, de secretos que el paso del tiempo y el
crecimiento humano y personal de sus componentes van descubriendo de manera
dolorosa. Estos descubrimientos irán haciendo mudar las relaciones familiares
entre unos miembros que, al tiempo que descubren su pasado, se descubren a sí
mismos. Un viaje expiatorio en el que nos queda esa memoria que a veces se nos
escapa entre las manos como un puñado de arena, permitiendo que el odio se
imponga a cuestiones mucho más importantes y necesarias para el hombre. Así es
como el libro remata de una forma portentosa, una emoción que justifica todo lo
vivido anteriormente y donde sobre todo se comprende como la vida es una suma
de momentos, unos mejores y otros peores. Sonrisas y lágrimas que fluyen con
naturalidad, tanto en la realidad como en una novela de esas que se disfrutan
de manera intensa. Sobre todo por que se palpa en ella ese fluir que muchas
veces no se da en otras obras, pero Ignacio Martínez de Pisón esta dotado de
esa bendición para que todo fluya y nada se detenga, para hacernos feliz
mediante la escritura.
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