Dorado el albero. Alamares alborozados juguetean sobre los trajes de luces de la terna de espadas. Colores de una tarde de toros iluminada por un azul lleno de mar proyectado desde el ojo abierto en la cúpula del coso de San Roque. Líneas blancas que marcan los terrenos, pañuelos de felicidad y gloria. El color butano es uno de los colores que alumbraron una tarde de toros en Pontevedra. Fue hace 85 años cuando hizo el paseíllo de su debut de naranja y negro, hasta que la salida de aquel «rayo ciego sin límite» le hizo dar un paso atrás, refugiarse en los chiqueros y cortarse la coleta. Todo sucedió aquí, en el lugar donde una ciudad se vuelve arte y el poeta hizo de la plaza verso. Su nombre, Rafael Alberti, marinero en tierra que en A Moureira fue ganado definitivamente para la literatura dejando de lado aquellas excentricidades tan propias de la modernidad de los jóvenes del 27, alentadas, muchas de ellas, por Ignacio Sánchez Mejías, quien aquella tarde lideraba una cuadrilla sin recuerdo en esta plaza. Memoria que colorea una historia forjada en el redondel del arte, entre redes de pescadores puestas al sol, canotiers que brindaban al aire y aromas salados que abrían a Pontevedra al resto del mundo. Hoy son otros los tonos de esa paleta, pero muchos de ellos, no lo tendríamos que olvidar, se crearon en tardes como aquella de 1927.
Publicado en Diario de Pontevedra 4/08/2012
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