Salgo del trabajo charlando con mi compañero Jesús, y mientras la noche nos emboza, de nuestra conversación emerge como una gran ballena blanca la palabra desasosiego. Una palabra contundente que propicia el silencio entre ambos para, unos segundos después, concluir en lo hermosa que es. Y es que las palabras brotan así, de manera inesperada, arrasando con el ruido y asomando ante quien las convoca como una especie de conjuro con la propia vida. Jesús se va y en mi paseo solitario el desasosiego se aferra a mi mente para entremezclarse con esta jornada de reflexión, y es cuando se me aparece el santo visibilizado en el descomunal libro que Fernando Pessoa compiló a base de fragmentos de su vida heterónima para hacer de un diario todo un manifiesto. Allí se vuelcan las inseguridades y los temores de una vida de equilibrios entre la poesía y la oficina, una doble personalidad que emerge desde ‘la floresta de la enajenación’, como él mismo la define, para mostrar al ser humano ante lo artificioso de nuestra realidad. Un estado de no-ser que tan bien manifiesta el autor ante la toma de decisiones, y ante el que hoy nos encontramos. La democracia nos cita ante una de esas encrucijadas, y, aunque nos suceda como al protagonista y sintamos una “incompatibilidad profunda con las criaturas que me rodean” debemos decidir, apostar por aquello que entendemos mejor para nuestra sociedad, mejor para calmar nuestro desasosiego.
Publicado en Diario de Pontevedra 20/10/212
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