Afila los pitones el ministro Wert y, como un toro, que diría Jesulín, se lanza a embestir cualquier pañosa que le pongan por delante. Con el capote bien abierto le reciben los profesores que ven cómo esperan y se desesperan para cubrir unas substituciones que no existen; sale el caballo de picar y de su vara se cuelgan los principales afectados, unos alumnos que cada vez más se masifican en las aulas y que asisten perplejos al descenso de becas. Desde los chiqueros braman los consejeros autonómicos, de la misma ganadería del protagonista, con sus competencias transferidas, aplaudiendo en indisoluble armonía las acometidas del ministro. Tercio de banderillas. Los rectores clavan sus arpones airados por los recortes en sus Universidades. Inicio de faena y, muleta en mano, la educación pública cita de lejos cada vez más indefensa ante las medidas a favor de la educación privada. Con la espada en la mano para culminar la tarde y perfiladas en la suerte contraria, las comunidades autónomas con lengua propia asisten perplejas a la miopía que manifiesta el animal, incapaz de entender lo que significa la sensibilidad hacia los sentimientos de las diferentes tierras de la piel de toro. La suerte parece echada, pero el toro, crecido en el castigo, venderá cara su piel. Mientras este dantesco espectáculo continúa es nuestra educación quien se desangra a chorros.
Publicado Diario de Pontevedra 7/12/2012
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