xoves, 31 de xaneiro de 2013

Los males de una sociedad


Más conocido por su actividad cinematográfica, en la figura de Edgar Neville se reconocen numerosas bondades literarias. Sus novelas y relatos son fruto de su tiempo y en ellas se refleja el interés por una nueva época de descubrimientos y velocidad, por decirlo de alguna manera. Partes de una sociedad que muchos defendían como oposición a un tiempo caduco y aburrido. Llenas de una increíble lucidez, desde diferentes editoriales se revisa la obra literaria del director madrileño como sucede ahora con 'La familía Mínguez'.         



‘La familia Mínguez’, es el segundo título que la Editorial Clan recupera del más conocido como director de cine, Edgar Neville (Madrid 1899-1967). Dentro de lo que la propia editorial define como Biblioteca de Libros Olvidados, su publicación sirve para reafirmar el papel de este personaje dentro del panorama cultural español. El primero de ellos fue ‘La piedrecita angular’, en el que el autor se detenía en aspectos de la España de aquel momento que le llamaban la atención como manera de tomar el pulso al país a través de su clase media, a partir de un mundo popular en el que se percibe la vida de una sociedad. Si en aquella novela fueron el Rastro, los cómicos o los toreros, ahora, en ‘La familia Mínguez’ Edgar Neville coloca su lupa sobre aquello que consideraba más nocivo para una sociedad como es el papel de una burguesía acartonada y llena de defectos que hace de la vida un páramo para sí misma, y lo que es peor, para los demás.
Para ello se servirá de una serie de cuadros o estampas que se sucederán en el retrato de la familia Mínguez, con Doña Encarnación, esa mujer siempre preocupada por su papel dentro de la sociedad y las apariencias, arrastrando con ella a su marido, Don Eusebio, y a su hijo, Luisito, por una pendiente desesperante para cualquier ser humano. Junto a ella, Doña Enriqueta, su vecina, o su amiga, Doña Purificación, establecen un triángulo demoledor en el que lo cursi, los chismorreos o el hacer la vida imposible a los que les rodean serán su misión en este mundo, y aquello a lo que parecen dedicar en exclusiva todas sus fuerzas.
Edgar Neville hará siempre del humor en su obra, tanto en la cinematográfica como en la literaria, parte esencial. Convirtiéndose en el inteligente elemento que permite aproximarse a la realidad sin que ésta sea demasiado áspera para el espectador o el lector. Un humor claramente deudor de uno de sus contemporáneos, y al que consideró siempre como uno de sus maestros, Ramón Gómez de la Serna. Es por ello que su forma de utilizar el humor tiene mucho de conexión con la vanguardia, creando un prisma desde el que hacer rebotar la realidad. Un humor tan diverso que recorre un amplio espectro de posibilidades, desde el tono surrealista, a los toques poéticos-muy ligados al arte del que fue su amigo Charles Chaplin-, pasando por la lucidez de la greguería, especie de ‘género’ que definió al propio Ramón Gómez de la Serna o el lenguaje como recurso expresivo pleno de vitalidad. Esta forma de humor será la que defina la vida de esta familia madrileña en un ecosistema de intereses y apariencias, en el que el ser humano parece no tener más perspectivas que las de parecer lo que no es y formar parte de una especie de teatro de vanidades.
Edgar Neville odiaba este tipo de comportamientos ya que suponían un lastre para una sociedad que, en ese comienzo de siglo debía estar dedicada a hacer del progreso y el ansia de modernidad su única preocupación. Una cuestión que se convirtió en un elemento recurrente en su obra, desde sus tiempos en La Codorniz, revista humorística en la que se fueron publicando las escenas recogidas en este libro de manera periódica; hasta su cine, como en la que es su película más redonda, ‘La vida en un hilo’ (1945), por la que asoman los personajes de Doña Encarnación y Doña Purificación que tienen su origen en estos relatos. Desde todas estas estampas esa colmena de personajes y su relación, no solo entre ellos, sino entre otros individuos, se va a definir un tiempo muy concreto, ese al que perteneció este bon vivant, de origen aristocrático, que trabajó en Hollywood y que configuró una de las personalidades más extraordinarias de la España creativa de las primeras décadas del pasado siglo.


Publicado en Diario de Pontevedra 6/01/2013

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